Edmundo Rivero, uno de los íconos del tango.

Maravillas de este siglo

Iconoclastas

16/06/2020 | 07:46 |     

María Rosa Beltramo

La estatua de Cristóbal Colón acabó decapitada en Boston y en Minnesota fue derribada. La Policía londinense custodia la imponente figura de Winston Churchill después de que manifestantes contra el racismo cargaran contra la del ex primer ministro, venerado por su contribución a la victoria sobre el Eje en la Segunda Guerra Mundial. Con la moral y la ética actual hay un furor iconoclasta contra los monumentos erigidos en otra época para honrar trayectorias que a la luz de ideas, convicciones y conquistas que la humanidad ha adquirido con el paso de los siglos, ponen en entredicho la conveniencia de mantenerlos en la galería de los héroes.

La decisión revisionista que partió de Estados Unidos tras el absurdo asesinato del afroamericano George Floyd se extendió por buena parte del planeta y, como cada vez que una injusticia flagrante hace aflorar antiguas reivindicaciones, la presión popular consigue poner algunas cosas en su sitio y desacomodar casi todo.

La tentación justiciera tiene mística, pero es peligrosa. No sólo se trata de bajar estatuas. HBO Max eliminó de su catálogo “Lo que el viento se llevó”, la laureada película de 1939 por exhibir una versión idealizada de la esclavitud. Armar la programación cinematográfica, televisiva o musical con parámetros que superan lo artístico puede ser muy riesgoso y dejarnos llenos de agujeros negros.

Cuanto más lógico y positivo sería hacer el esfuerzo de explicar el contexto y, en todo caso, impulsar debates. Alfred Hitchcock ha legado páginas inolvidables a la historia de cine. Sus películas resisten el paso del tiempo y la aparición de nuevas corrientes. Sin embargo, si el maestro del suspenso estuviera dirigiendo en estos momentos lo más probable es que, con justicia, acabara entre rejas. A regañadientes sus biógrafos han terminado admitiendo que acosaba sin tregua a sus actrices y que más de una concluyó el rodaje con úlcera y pasada de tranquilizantes. No le habría ido mejor al genial Charles Chaplin, varias de cuyas mujeres ni siquiera tenían la edad exigida en Estados Unidos para prestar consentimiento.

Y si se trata del presente, la condena al productor Harvey Weinstein -ahora unánimemente repudiado- obligaría a los justicieros a terminar con un tercio de lo que Hollywood le ha regalado a la historia del séptimo arte.

Si se pretende con la vara de hoy reorganizar lo que hemos escuchado, visto o leído el último siglo podemos quedarnos sin un porcentaje importante del tango, una música que está en el ADN rioplatense y que, en consonancia, con la época de surgimiento y consolidación, tiene letras machistas y misóginas, poco aconsejables para un país en el que el número de femicidios es una preocupación de la sociedad y el gobierno.

Sería un despropósito censurar “Amablemente”, el tema de Augusto Arturo Martini que popularizó Edmundo Rivero. Es un tango, es música , es una manifestación artística. Quienes lo admiran tienen derecho a seguir disfrutándolo. Por supuesto, también es cierto que en un país donde cada 26 horas es asesinada una mujer, no puede obviarse un comentario que le dé contexto a una canción con un título que, desde el humor negro y la ironía, ensalza la tarea “justiciera” de un varón que resuelve con 34 puñaladas la infidelidad de su amada.

No es demasiado productivo derribar estatuas, borrar películas, reescribir libros de historia o silenciar canciones. Tenemos el don de la palabra y los recursos para debatirlo todo, sin destruir selectivamente la historia.

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