Odio mi memoria (Cuento de Mauricio Coccolo)

La fama es puro cuento

Odio mi memoria

12/07/2020 | 14:48 | "No puedo recordar el gol de Caniggia a Brasil. Con siete años, el de Italia ''90 fue mi primer Mundial consciente y sólo tengo algunos recuerdos, como chispazos...". Leé o escuchá el cuento completo. 

Mauricio Coccolo

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Odio mi memoria (Cuento de Mauricio Coccolo)

Odio mi memoria porque no puedo recordar el gol de Caniggia a Brasil. Con siete años, el de Italia ''90 fue mi primer Mundial consciente y solo tengo algunos recuerdos, como chispazos.

Treinta años después sigo haciendo fuerza, pero no puedo encontrar el momento del gol más gritado en la historia de la Selección. Qué lindo sería recordar lo que queremos y no solo lo que podemos. Llevamos tantas cosas guardadas —y revueltas— en la mochila del pasado, algunas que ni siquiera sabíamos que estaban ahí, pero siempre falta justo esa que más nos gustaría tener.

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De todas las técnicas que existen para ordenar los recuerdos, el fútbol es una de las mejores. Muchos no retenemos qué comimos hace dos días, pero es imposible que olvidemos la fecha de un gol importante, y eso nos ayuda a ubicarnos en el tiempo.

Algunos necesitamos frenar, pensar y sumar, para completar la tabla del 7, pero podemos enumerar de corrido sedes y campeones de todos los Mundiales desde Uruguay. ¿Para qué tenemos esos datos almacenados en algún lugar de la cabeza, ocupando espacio? No lo sabemos, pero están ahí.

Además, usamos a los Mundiales como mojones: dónde vivíamos en el 90, la pieza en la que lloramos por el doping de Diego en el 94, las juntadas con amigos en un garaje durante el 98, el televisor gigante que compró papá para el 2002. Y así sucesivamente.

Cuando crecemos perfeccionamos esa locura de recordar según los partidos de fútbol y podemos agregar detalles más finos: el casamiento de Laura fue el sábado previo al clásico que Boca le ganó a River en la Bombonera, con goles de Guillermo y Delgado, de tiro libre, en el 2005.

Nuestros abuelos hacen lo mismo, pero con otras referencias. En interminables sobremesas, ordenan el pasado según fechas aproximadas de nacimientos, fallecimientos, promociones escolares o el Servicio Militar: si el Pocholo hizo el Servicio en el 67, tiene que haber cumplido 71 años. O los cumplió o los está por cumplir. No falla.

Es un misterio por qué recordamos algunas cosas y no otras. ¿Qué hace que nos quedemos con determinados detalles y descartemos a los restantes? Por ejemplo, del primer partido de Argentina en el 90 tengo muy clara la imagen de unos periodistas trajeados, sentados en semicírculo, criticando duramente a Pumpido. Nada más. Con los años, ya de grande, entendí los motivos y el contexto de la foto, que permanece en la cabeza como si descansara en una cajita mezclada con otras fotos con las que no tiene ninguna relación.

Así como no puedo reconstruir acciones del partido, tengo grabadas las caras de alegría, los abrazos, los empujones y las corridas por la galería de la escuela festejando el gol de Troglio. Estaba en segundo grado: no recuerdo ningún momento en el aula, nada de la maestra ni las cosas que nos enseñaba, pero puedo volver a ver las sonrisas por aquella victoria de Argentina contra la URSS.

De los partidos con Rumania, Brasil y Yugoslavia no recuerdo nada. La laguna mental termina recién en las semifinales contra Italia. Un vecino tenía una camioneta Ford F-100 roja, que usaba en la carnicería, y apenas terminaron los penales salió a levantar gente para ir a festejar dando vueltas por el pueblo.

Todavía hoy no entiendo cómo fue que mi mamá me dejó subir, no solo porque no le gustaba el fútbol —y mucho menos entendía qué era esa locura de salir a festejar por un partido— sino porque además aquella caja de la camioneta, llena de gente, debió ser un peligro para un nene de siete años enredado entre banderas, bufandas y bombos.

Otra cosa que recuerdo con mucha claridad es que cuando jugábamos a los penales todos queríamos ser Goycochea. Copiábamos su pose: hincado, con las palmas sobre los muslos, apenas por encima de las rodillas, y la mirada fija, clavada en la pelota. Cada vez que atajábamos un penal, casi en simultáneo, gritábamos: ¡Goy-co-che-a! Deletreando el apellido con la pausa y entonación que usaba Araujo.

Especialmente para los más chicos, Goycochea se convirtió en el héroe argentino de aquel Mundial. La mayoría recuerda con nostalgia el buzo multicolor, que era toda una novedad para la época, pero a mí se me grabó una duda del momento que solo pude resolver con el paso del tiempo: ¿por qué Goycochea no estaba en el álbum de figuritas?

Todos pensamos que tenemos mala memoria, que no nos acordamos de nada, que somos un desastre con las fechas y que siempre hay otros que tienen una memoria mejor que la nuestra. ¿Pero quién puede decir qué memoria es mejor? ¿Existe la buena memoria o simplemente hay distintas formas de recordar? ¿Por qué tiene que ser necesariamente una virtud acordarse de todo? ¿No solemos decir cuando nos enojamos: mejor ni me hagas acordar? De la final de Italia 90, mejor ni acordarse, ¿no? ¿O sí?

Del partido contra Alemania no recuerdo casi nada. Lo vi en un Grundig, 20 pulgadas, que fue la primera tele a color que tuvimos en casa. ¡Muy buen televisor! Todavía funciona solo que a veces se le mezclan un poco el verde, con el rojo y el azul.

Estábamos con mi papá, sentados en la cocina. Yo con el tobillo derecho enyesado, sobre una silla, delante de la mesita de caño del televisor. Del juego lo único que recuerdo es un tiro libre de Maradona que pasó por arriba del travesaño. Nada más.

Durante mucho tiempo pensé que el tiro libre no había existido y se trataba de un engaño de mi imaginación. Pero hace unos años, mirando una repetición del partido completo, comprobé con cierta satisfacción que la jugada sí había ocurrido y la sensación de aquel momento era correcta: un tiro libre de Diego era la única forma que teníamos de meter un gol.

No me acuerdo de los penales polémicos, ni de las lágrimas de Maradona con la medalla colgando del pecho. Ni de Codesal ni de Brehme. Ni del balcón de la Rosada ni de la sonrisa de Menem. Quizás sea mejor así.

No hace falta retener todo, hay cosas que merecen ser descartadas. Es preferible conservar un pequeño detalle —aunque sea solo uno—, antes que almacenar cientos de recuerdos intrascendentes. Cuando somos chicos no lo sabemos, pero olvidar es tan necesario como recordar.

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