Nahuel Molina, de descarte en Boca a revelación en Argentina

El sol desaparecía lentamente en el horizonte de Embalse, en el punto exacto donde se besaban, como en cada atardecer, el lago y el cielo.

En la costa, cuatro remeras, a modo de improvisados palos, eran los arcos para un puñado de pibes que armaron un picadito. Algunos soñaban con ser como Messi. Otros, como Cristiano Ronaldo. Todos, como Nahuel Molina, el hijo del pueblo.

Nahuel Molina Lucero nació en Embalse, una turística localidad cordobesa emplazada junto al dique más grande de la provincia. En un enclave marcado por los deportes náuticos, él prefirió, desde pequeño, jugar con la pelota.

Su elección no generó sorpresa, ya que se crió en el seno de un hogar numeroso y bien futbolero. Tiene dos hermanos varones, que también se inclinaron por la redonda, y dos hermanas. La familia se completa con su mamá y su papá, Hugo, que es director técnico y de joven practicó el deporte más popular.

Nahuel empezó a mostrar condiciones en las canchas de su ciudad natal, de unos 15 mil habitantes. De niño era goleador: jugaba de centrodelantero y rompía redes cada vez que tenía una oportunidad.

A los 11 años, hizo una prueba en Río Tercero para el proyecto Barcelona, un emprendimiento del club catalán en Argentina. Se fue a Buenos Aires, estuvo en la academia del “Barsa” en San Justo y llegó a coquetear con mudarse a “La Masía”. Allí lo vio “Coqui” Raffo, quien tiempo después lo llevó, siendo aún preadolescente, a las inferiores de Boca Juniors.

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Al llegar al “Xeneize”, Molina se encontró con delanteros de mayor porte físico y lo movieron hacia un carril. Y, más tarde, lo pusieron de lateral por derecha. Al cordobés no le gustó nada, pero tras hablar con su padre, entendió que en un club grande debía acoplarse a lo que sea para jugar. Y allí encontró su lugar en la cancha y comenzó otra etapa en su carrera.

Nahuel debutó en la primera de Boca de la mano de Rodolfo Arruabarrena. Fue en febrero de 2016, con apenas 17 años, en el triunfo 1-0 sobre San Martín de San Juan. El equipo azul y oro atravesaba varios sinsabores, y “El Vasco” encontró en él una variante.

Sin embargo, el juvenil de Embalse no tuvo muchas opciones en el equipo de La Ribera, y pasó a préstamo a Defensa y Justicia. Fue parte de la inolvidable campaña del “Halcón” de Beccacece en la Superliga de ese año, donde terminó subcampeón de Racing, y dejó una gran imagen en Florencio Varela.

En la temporada siguiente, con la intención de que siga sumando minutos en la elite del fútbol argentino, fue nuevamente cedido, pero esta vez a Rosario Central.

Tras lograr la continuidad deseada en “El Canalla”, Molina volvió a Boca, con el anhelo de firmar por un par de años y poder vestir la camiseta auriazul.

Sin embargo, no llegó a un acuerdo con la dirigencia por su contrato, y, con amargura, pasó a entrenar con la Reserva. En junio de 2020, en pleno parate por la pandemia de coronavirus, quedó libre. En ese entonces, donde todo se venía cuesta abajo, era inimaginable para el cordobés lo que le esperaría un año después.

En septiembre del 2020, con el pase en su poder, dio el salto al fútbol europeo: Udinese, de la Serie A de Italia, fue su siguiente destino.

Se adaptó rápidamente al “Bianconeri”, donde compartió plantel con otros argentinos, como Rodrigo De Paul, Juan Musso y Roberto Pereyra, y en base a sus buenas actuaciones se ganó la titularidad.

El entrenador le dio confianza para soltarse y empezó a lucirse como carrilero, tanto en defensa como en ataque, y hasta se dio el lujo de marcarle un golazo a la poderosa Juventus.

Su ascendente nivel lo puso en el radar de la Selección argentina. El ex defensor Walter Samuel, integrante del cuerpo técnico de Lionel Scaloni en “La Albiceleste”, lo fue a ver y le contó que lo estaban siguiendo. Su gran oportunidad se acercaba.

Muchos, que lo vieron poco en el fútbol argentino, se sorprendieron cuando apareció en la lista de 50 preseleccionados de Argentina de cara a la Copa América. Para Molina, fue un premio al esfuerzo y a no bajar los brazos.

La frutilla del postre le llegó algunas semanas después de esa convocatoria: en el empate frente a Chile, por Eliminatorias, ingresó en el segundo tiempo y tuvo sus primeros minutos representando a su país.

Scaloni algo vio en él, y decidió renovarle la confianza y dejarlo en la lista definitiva para la Copa América. Así, silbando bajito, el cordobés pasó en un año de quedar libre en Boca a tener su gran chance en la Selección.

En la victoria sobre Uruguay, por la segunda fecha del certamen continental, Molina Lucero tuvo su estreno de titular con la casaca albiceleste, y demostró estar a la altura. Un par de días después, en el apretado triunfo ante Paraguay, volvió a aparecer en el once inicial y fue una de las figuras del equipo argentino.

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En un par de partidos, Nahuel subió escalones con la velocidad de un ascensor: pasó de ser una incógnita a una apuesta de Scaloni, y de ahí, a convertirse en el dueño del lateral derecho, ganándole el puesto a nombres más mediáticos, como Gonzalo Montiel o Juan Foyth. 

En Embalse, en tanto, no se habló de otra cosa. La ciudad de los deportes náuticos pasó, casi de la noche a la mañana, a tener al fútbol como mayor referencia.

Y allí, en medio de la naturaleza, mientras los grandes pasaban largas sobremesas hablando del hijo del pueblo, un puñado de pibes armaban un picadito junto al lago, soñando más que nunca con ser algún día como Nahuel Molina.