Sergio Batista se coronó en México tras ganar una Libertadores

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"Checho” Batista: una vida alrededor del fútbol

08/11/2020 | 13:48 | El apodo llegó porque a su hermano no le salía decir "Sergio". Su combinación de inteligencia táctica, compromiso y entrega le permitieron cumplir el sueño de cualquier jugador: ser campeón del mundo.

Raúl Monti

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Sergio Batista se coronó en México tras ganar una Libertadores

"Se juega como se vive", reza una vieja frase del fútbol. “Vivió como jugaba”, podría decirse de Sergio “Checho” Batista. Dentro de la cancha, su combinación de inteligencia táctica, compromiso y entrega le permitieron cumplir el sueño de cualquier futbolista. Fuera del campo de juego, expuso la misma garra y sacrificio para enfrentarse a los duros obstáculos que se cruzaron en su camino.

Batista se convirtió en “Checho” porque a su hermano no le salía decir “Sergio”, su nombre de pila, y el apodo lo acompañó por el resto del viaje. Mucho antes de lucir la tupida barba que lo caracterizó a lo largo de su carrera, era un pibe más en las inferiores de Argentinos Juniors, un 9 con poco gol acostumbrado a recibir los cariñosos retos de su padre, que lo observaba en cada práctica. Cuando lo convencieron de que lo suyo era la mitad de la cancha y pasó a jugar en el círculo central, descubrió que ese no solo era su puesto en el equipo, sino también su lugar en el mundo.

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Del “semillero” de La Paternal surgió un volante central con una gran presencia y sentido de ubicación, que compensaba la lentitud física con la velocidad de su mente. Siempre quería estar dos pasos por detrás de la pelota y uno por delante de la jugada, con el mapa del partido grabado en la cabeza. Batista debutó en la primera de Argentinos Juniors con 18 años, en 1981, e inició un romance con el “Bicho” que terminaría con 272 presencias y su nombre en una de las plateas del estadio del club.

Fue protagonista de la etapa dorada de Argentinos Juniors. Allí estuvo el “Checho” en 1983, cuando Ángel Labruna, antes de su muerte, sembró la semilla de un gran equipo. Cosechó esos frutos en 1984, bajo la conducción de Roberto Saporiti, en la conquista del Metropolitano y repitió la gesta en el Nacional del ‘85, con José Yudica como técnico. Batista cerró aquella campaña con un violento zapatazo en la final contra Vélez, que lo convirtió definitivamente en un ídolo para los hinchas y sirvió para que Argentinos bordara la segunda estrella de su escudo.

En 1985, integró la formación más emblemática en la historia del “Bicho”: Vidallé; Villalba, Pavoni, Olguín, Domenech; Commisso, Batista, Videla; Castro, Borghi y Ereros, comandados por Yudica, lograron que la Libertadores fuera para La Paternal. Su juego ofensivo, vistoso y dinámico les permitió plantarse de igual a igual ante la poderosa Juventus de Michel Platini, en una de las finales de Copa Intercontinental más recordadas de todos los tiempos. Aquella tarde en Japón, Batista erró un penal que lamentaría para siempre. Un año más tarde, el fútbol lo compensó con la alegría más grande de su vida.

En la previa del Mundial de México, el “Checho” no sabía si ilusionarse o preocuparse por su participación. La historia se repetía en todos los partidos: era titular, pero Bilardo lo cambiaba en el segundo tiempo, sin falta, y lo sentaba al lado suyo en el banco de suplentes. Batista llegó a pensar que esta era una de las tantas cábalas del técnico, pero estaba casi seguro de que no tendría el lugar deseado en la copa. Sin embargo, y una década más tarde, Bilardo le explicó que lo sacaba para poder explicarle los errores del equipo, para que él fuera el técnico dentro de la cancha. Aunque no conocía su plan, Batista cumplió ese rol a la perfección en la cita mundialista.

Con el número “2” en la espalda, fue uno de los elegidos que jugó la final del mundo contra Alemania, aquel 29 de junio de 1986 en el estadio Azteca. Las miradas del planeta no le pesaron para nada, e incluso fue capaz de pensar en detalles que se les escapaban a sus compañeros. A pesar de jugar en la mitad de la cancha, fue el primero en abrazar a Burruchaga después del tercer gol, pero no con ánimos de festejo: Batista corrió hasta ahí para decirle que hiciera tiempo, porque la gloria estaba al alcance de la mano. Siete minutos después, levantó los brazos al cielo y entendió que era campeón del mundo.

Los años venideros fueron los más difíciles de su vida. Casi pierde la vida en un partido en el ‘87 tras un choque de cabezas con Pedro Monzón, que le provocó una conmoción cerebral y dos paros cardíacos. Fue muy criticado en el Mundial de Italia, dijo que había una “mano negra” en su contra y se perdió la final por acumulación de tarjetas. Su papá murió repentinamente a la salida de un partido, su mamá falleció al poco tiempo y él desarrolló una adicción por las drogas. Decidió irse a Japón, lejos de todo, para retomar el control de su vida, y no solo logró recuperarse, sino que comenzó su carrera como entrenador.

Su mayor logro como director técnico lo obtuvo en el 2008, cuando dirigió a la selección olímpica de Messi, Riquelme y compañía que se trajo el oro desde Beijing. Tuvo una oportunidad al frente de la Mayor después del Mundial de Sudáfrica, pero fue despedido luego de una mala actuación en la Copa América 2011. Aunque considera que la decisión fue injusta, el propio Batista reconoció años más tarde que su carrera como técnico no puede compararse con sus logros como jugador.

Hombre de pocas palabras y perfil bajo, fue una pieza clave en equipos inolvidables de nuestro fútbol, como el Argentinos Juniors del '85 y la Selección del '86. Tocó el cielo con las manos bajo el sol de México y atravesó un infierno personal, pero logró recuperarse y se colgó una medalla de oro olímpica. El “Checho” conoció la gloria máxima y, aún así, no duda en afirmar que su trofeo más importante es el respeto que se ganó en el ambiente de la pelota. Después de todo, las páginas más felices y las más tristes en la vida de Sergio Batista, fueron escritas alrededor de una cancha de fútbol, su lugar en el mundo.

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