Ariel Ortega cosechó ocho títulos con la casaca Millonaria

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Ariel Ortega, el fútbol sin domesticar

11/09/2021 | 13:30 | “El Burrito” marcó a fuego el corazón de los hinchas de River y es querido por seguidores de todos los clubes. Con sus luces y sombras, siempre le fue fiel a la pelota. Recorré su historia.

Raúl Monti

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Ariel Ortega cosechó ocho títulos con la casaca Millonaria

Hay una diferencia abismal entre jugar al fútbol y trabajar de futbolista. De los miles de pibes en todo el mundo que aman correr detrás de una pelota, pueden salir un puñado de profesionales, en el mejor de los casos. Los grandes futbolistas suelen ser los que comen, duermen y entrenan como futbolistas. Pero como en toda regla, hay excepciones.

Es difícil encontrar a un futbolero que no quiera ni un poquito a Ariel Ortega. No hace falta pedirle razones a los hinchas de River, donde ganó 8 títulos, con una Libertadores incluida. Pero el resto lo quiere por lo que hizo con la pelota, por su humildad y rebeldía, por ser el menos futbolista de los futbolistas. Ortega casi nunca hizo lo que tenía que hacer, sino lo que quería. Y cuando lo que quería era jugar al fútbol, pocos lo hacían como él.

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Los vecinos de Ledesma, en Jujuy, fueron los primeros en darse cuenta de que Ariel tenía algo especial. Su casa quedaba al frente de una canchita, pero era tanto el tiempo que pasaba ahí que podría decirse que era una extensión de su hogar. Jugaba contra chicos más grandes, los primeros que lo sufrieron y forjaron su gambeta a las patadas. Nadie podía frenarlo y cada gol suyo terminaba con el mismo grito de guerra: “¡Goool del Enzo!”.

Enzo por Francescoli y Francescoli por River. Siempre River. El club que lo recibió casi como un regalo de Navidad, el 27 de diciembre de 1990, y que lo disfrutó desde que solo era “Orteguita”. Debutó con 17 años en el ‘91, de la mano de Daniel Passarella, e hizo un desparramo de rivales imposible de ignorar.

Integró una generación que ganó todo a nivel local y se consagró como ídolo en el ‘94 en un clásico contra Boca en la Bombonera, en el que jugó uno de los mejores partidos de su carrera. Ese mismo año fue al Mundial de Estados Unidos y compartió habitación con Diego Maradona, con quien forjó una amistad muy especial por bancarlo tras su doping positivo.

Cerró su primer ciclo en el “Millonario” por lo más alto, con la Copa Libertadores de 1996 y se fue a dar su primera vuelta por Europa. 

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No se asentó en Valencia, pero pudo demostrar su nivel en Sampdoria, por lo que viajó al Mundial de Francia 1998 y ligó la número 10. Sin Maradona en el plantel, fue con la idea de ser protagonista y lo consiguió, aunque por el motivo menos deseado: su infantil expulsión contra Holanda en los cuartos de final.

Pasó por el Parma y volvió a River, donde se reencontró con todo lo que podía ser. Formó un ataque imparable con D'Alessandro y Cavenaghi, ganó un nuevo torneo local y llegó a meter 4 goles en un solo partido, contra Unión de Santa Fe. Su nivel le permitió jugar el tercer Mundial de su carrera, Corea-Japón 2002, donde conoció a Marcelo Bielsa.

El “Loco” lo marcó como entrenador. Entendió rápidamente que “el Burrito” era calentón, pero buena gente. Lo acompañó y dejó jugar, y Ortega lo agradeció mucho. Por eso mismo, fue uno de los que más lloró cuando la Selección quedó afuera en primera ronda, por el cariño al líder de ese grupo. Llegó a decirle a Bielsa que la derrota era por su culpa, porque él “tenía la jugada” para ganar el partido y no la pudo hacer.

Ortega, con la celeste y blanca.

No pasó mucho tiempo antes de que su rebeldía se transformara, lisa y llanamente, en indisciplina. Ortega se acostumbró a vivir de noche y dormir de día, lo que indefectiblemente afectó su vida futbolística y personal. Llegó a Newell’s en el 2004 y el “Tolo” Gallego, como Bielsa un par de años antes, logró conectar con él. Lo encarriló de nuevo y lo convirtió en una pieza importante del equipo. “El Burrito” le devolvió el favor con fútbol y un campeonato.

Su tercer ciclo en River fue el principio del fin. Ortega no pudo derrotar a sus propios demonios. Tenía tanto talento que sobresalía a pesar de todas las ventajas que daba en el aspecto extrafutbolístico, pero el hechizo no fue eterno. Su adicción al alcohol, que intentó tratar un par de veces a lo largo de su carrera, le impidió cerrar su historia como él quería.

Lo exiliaron un semestre en Independiente de Mendoza, regresó al “Millonario” y la situación lo superó. Diego Maradona lo citó a la Selección casi como un mimo hacia su amigo, al que entendía más que nadie. Se fue de River envuelto en escándalo y cerró su carrera entre All Boys y Defensores de Belgrano. Se retiró del fútbol a los 38 años, en la B Metropolitana y sin ofertas de ningún club.

Cerró definitivamente su historia el 13 de julio del 2013 en la cancha de River, acompañado por amigos, ídolos y hasta su propio hijo, que se anotó en el marcador. Aquella noche, miles de personas llenaron el estadio Monumental para despedirlo, abrazarlo y darle las gracias. Porque se dedicó durante 20 años a jugar al fútbol sin seguir ninguna regla, en su estado más salvaje. Sin domesticar.

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