Pirotecnia: algunos no aprenden más

Cada año, con la llegada de la Navidad y el Año Nuevo, vuelve la misma discusión: la pirotecnia. Y también vuelve la misma constatación: hay quienes todavía no aprenden más.

Es cierto que algo cambió. El uso de pirotecnia cayó en los últimos años, hay una toma de conciencia. Muchas personas entienden hoy que el estruendo no es inocente: afecta a personas neurodivergentes, a quienes tienen hipersensibilidad auditiva, a las mascotas y al entorno en general. La costumbre ya no es la misma y eso es un avance.

Pero también es cierto que ese cambio no es total. Siguen estando los otros. Los que, amparados en la idea del festejo, creen que su derecho a tirar un petardo está por encima del bienestar ajeno. Los que personalizan la noche y deciden que su diversión vale más que la tranquilidad del que vive al lado. Es una actitud profundamente egoísta.

Porque no existe la pirotecnia segura. Lo dice con claridad la Sociedad Argentina de Pediatría: no hay pirotecnia sin riesgo. No depende solo de quien la enciende. Una carita voladora mal lanzada puede convertirse en una tragedia. Y no hablamos solo de quien manipula el explosivo: uno de cada cuatro lesionados por pirotecnia son espectadores, personas que simplemente estaban cerca de alguien que decidió usarla.

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Los datos son aún más contundentes cuando se mira a las víctimas. El 50% de quienes resultan afectados son niños, niñas y adolescentes. El grupo con mayor incidencia tiene entre 10 y 15 años. Es decir, a quienes más deberíamos cuidar. El disfrute de una fiesta puede transformarse, en segundos, en una guardia hospitalaria, en una lesión grave, en un daño irreversible.

Los testimonios se repiten en distintos puntos del país. Barrios de Córdoba, como Parque Liceo o Primero de Mayo; localidades como Villa Allende. No fue como antes, dicen muchos, pero hubo muchísima pirotecnia. La conciencia avanza, sí, pero todavía no alcanza.

Y no se trata de una campaña caprichosa. La insistencia en desalentar el uso de pirotecnia tiene fundamentos, antecedentes, historias que conocemos demasiado bien. Hay daños que no se reparan con disculpas ni con explicaciones posteriores.

Tal vez haya alternativas. En muchas partes del mundo —Australia, Japón, Nueva York— y también en algunas localidades de Córdoba, los festejos incluyen espectáculos de fuegos artificiales organizados, controlados e incluso insonoros. Propuestas que permiten disfrutar de un cielo iluminado sin exponer a terceros al riesgo. Podría ser una salida: eventos planificados por los municipios que reemplacen la pirotecnia individual, muchas veces irresponsable.

Y si no se puede, por costos, por falta de voluntad o por prioridades, queda otra opción más simple y más humana: aguantar. Entender que el brindis es mucho más que un estruendo. Que celebrar no debería implicar causar miedo, dolor o una lesión evitable.