Rusia en la grieta argentina, por Adrián Simioni.

Opinión

Rusia en la grieta argentina

25/02/2022 | 10:50 |  

Adrián Simioni

Era inevitable. La invasión de Rusia a Ucrania cayó de inmediato en la grieta argentina. El chauvinismo antiyanqui, de izquierda y de derecha, hoy referenciado en el kirchnerismo, se pone del lado de Vladimir Putin. Los demás, se ponen del lado de Ucrania y Occidente.

Uno de los argumentos de quienes justifican a Rusia copia el planteo central de Putin: que la Otan se fue expandiendo hasta violar lo que Rusia considera su esfera de seguridad, y que eso viola acuerdos de los 90 refrendados en los 2000. Por esos pactos incumplidos, dicen nuestros rusófonos, a Putin no le quedó otra que invadir Ucrania.

"Es como si Rusia pusiera misiles en México o Canadá, a ver si Estados Unidos lo aceptaría", dicen.

Y ahí parece terminar la cosa. Porque del otro lado de la grieta, del sector prooccidental, democrático y republicano referenciado básicamente en Juntos por el Cambio, nadie responde. Como si su tradicional fiaca para dar la batalla cultural, su incompetencia para construir un relato opuesto al de Cristina Fernández, los llevara a tirar la toalla. Nacieron cansados.

Y eso pese a que hay mucho para contraargumentar. En primer lugar, el que tiró la primera piedra no fue Occidente sino Putin. Desde el colapso de la Unión Soviética en Ucrania hubo gobiernos más prorrusos que prooccidentales. En 2005 la Revolución Naranja forzó a votar de nuevo en una elección fraudulenta que había vuelto a elegir un gobierno prorruso. Se votó otra vez, con garantías y veedores, y ganaron los opositores que habían perdido poco antes.

Ese nuevo gobierno buscó asociar a Ucrania a la Unión Europea -no a la Otan, en un estatus parecido al que aún hoy tiene Finlandia, por ejemplo-. Ese plan contaba con respaldo mayoritario de los ucranianos. En las siguientes elecciones, en medio de la crisis mundial, Ucrania eligió a un nuevo gobierno, esta vez prorruso y apoyado por Putin, pero que no había llevado en su plataforma la propuesta de dar marcha atrás en la asociación con la Unión Europea. Entonces empezó a recrudecer la presión de Putin. Rusia intervino cada vez más, castigó a Ucrania con medidas económicas y amenazó con más castigos si se unía a Europa y no a su propio club de países pos-soviéticos. Ese gobierno prorruso también comenzó a violar derechos humanos, con presos políticos, que le sirvieron para demorar todo acuerdo con la Unión Europea, que no podía admitir un socio con esos blasones. Finalmente el presidente prorruso, Víktor Yanukóvich, desistió de firmar con la UE.

Esa decepción de una asociación con la Unión Europea -no con la Otan- fue la que detonó en 2013 la Revolución de Euromaidan que echó a Yanukóvich y que Putin y sus rusófonos locales consideran "nazi", aunque una abrumadora mayoría ucraniana, incluidas minorías como la judía, participaron en ella.

Esa revolución y la institución de un nuevo gobierno proeuropeo -no la adhesión a la Otan- es la que en 2014 determinó que una parte del oblast (provincia) de Donetsk y otra parte del oblast de Lugansk, dos áreas prorrusas, se declararan independientes, con el respaldo logístico y militar de Rusia. Por si fuera poco, Rusia directamente anexionó la península de Crimea.

Recién ahí, ante la agresión rusa, Ucrania aceleró sus pedidos para ingresar a la Otan. Que nunca fueron respondidos. Ni aún hoy. La Otan nunca le ofreció ser miembro.

Así que no es que Putin invade Ucrania porque quiere evitar que se sume a la Otan. Al revés: Ucrania terminó pidiendo sin suerte sumarse a la Otan porque vive bajo el intervencionismo, las amenazas y los ataques efectivos de Rusia desde hace años.

Y esa es la diferencia. Ni México ni Canadá van a pedirle a Rusia sumarse a un acuerdo de defensa ni que instale misiles apuntando a Estados Unidos porque no perciben a Estados Unidos como una amenaza invasora. Ni Cuba teme que mañana Estados Unidos la invada.

Putin tiene delirios de grandeza mal curados. Quiere volver a ser la superpotencia que fue la Unión Soviética; hacer de cuenta, 30 años después, que no hubo guerra fría y que su país no la perdió. Esos delirios le generan una paranoia incomprensible para el resto del mundo: exige zonas de seguridad y su derecho a imponerlos invadiendo países como si alguien quisiera atacar, invadir o desmembrar a Rusia.

Eso sí, es un delirante distinto a todos los demás: tiene un arsenal nuclear. Y muchísima gente en todo el mundo dispuesto a comprar su relato.

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