Andrés Malamud y un diccionario atípico en la Feria del Libro de Buenos Aires

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Andrés Malamud y un diccionario atípico en la Feria del Libro de Buenos Aires

09/05/2023 | 16:06

El libro es un diccionario antiacadémico que se aleja de los típicos diccionarios de política y mezcla la ironía y el humor con algunas perspectivas de la política argentina. 

Redacción Cadena 3

Giuliana Piantoni

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Andrés Malamud y un diccionario atípico en la Feria del Libro de Buenos Aires

Andrés Malamud, reconocido politólogo, publicó recientemente un libro atípico y poco convencional llamado Diccionario arbitrario de política. 

A diferencia de los diccionarios académicos, Malamud ha intentado escapar del aburrimiento y la rigidez y logró hacerlo con éxito. 

En este libro, se han reunido más de 225 términos, algunos con apreciaciones particulares y otras veces irónicas sobre ciencias sociales, política internacional y delicias varias de la democracia argentina.

El libro es un diccionario antiacadémico que se aleja de los típicos diccionarios de política y mezcla la ironía y el humor con algunas perspectivas de la política argentina.

Malamud ha logrado crear un libro que es informativo, entretenido y único en su tipo. El autor utiliza su conocimiento y experiencia para presentar definiciones que son a la vez perspicaces y divertidas. 

Un fragmento del libro: 

ALFONSÍN, RAÚL

Presidente argentino (1983-1989).

La lucha política argentina se estructuró durante décadas alrededor de un eje que enfrentaba a Sarmiento e Yrigoyen con Rosas y Perón. Los primeros promovieron la soberanía popular a través de la educación y las instituciones, los segundos mediante la movilización y la conducción personalizada. Alfonsín nunca escondió su pertenencia al primer campo. Respetaba la representatividad popular del otro, pero se reconocía en la socialdemocracia europea y el pensamiento occidental liberal antes que en el particularismo nacionalista. Negociaba con todos, porque ésa era su concepción de la democracia: la negociación, por oposición a la eliminación.

El Pacto de Olivos, un acuerdo con el presidente Carlos Menem que habilitó la Reforma Constitucional en 1994, constituyó la segunda parte de la agenda reformista de Alfonsín. Primero había sido la democracia, ahora su institucionalización mediante un sistema de contrapesos que él imaginaba más equilibrado. La tercera etapa, la reforma económico-social, quedó -muy a su pesar- inconclusa.

3. Alfonsín no encarnó al estereotipo argentino: eso lo hizo mejor Menem. En la visión de Oliver Stone, Alfonsín no sería Nixon sino Kennedy: reflejaba mejor las aspiraciones de su pueblo que su realidad. Todavía hoy, quizá para siempre, Alfonsín representa a la Argentina que no consigue volver a ser, que quizá nunca más lo sea.

ALTA Y BAJA POLÍTICA

Los asuntos internacionales suelen dividirse en alta y baja política. La alta política trata de la supervivencia de los Estados y se concentra en las áreas de defensa y seguridad; la baja política trata de todo lo demás, como el comercio y la cultura. Esporádicamente, algunos temas de baja política cobran relevancia estratégica y pasan a considerarse alta política, en un proceso llamado "securitización". Al tornar vulnerables a los Estados, sea porque enferma a sus Fuerzas Armadas o porque paraliza sus sistemas productivos, la pandemia transformó a la salud pública en un área de alta política. Sin embargo, en contraste con amenazas clásicas como la militar, la protección contra las pandemias no exige ejercer poder sobre otros Estados, sino con otros Estados. La salud pública no es un bien privado, público ni de club, sino de red: cuanta más gente la tenga, mejor para todos. Eso torna a su producción un asunto de cooperación más que de competencia, salvo cuando el objetivo es destruir al adversario aun al propio costo.

AMBA

Área Metropolitana de Buenos Aires. Monstruo demográfico que concentra al 35% de los argentinos en el 0,5% del territorio nacional. Está constituido por la Capital Federal más los 24 municipios circundantes que pertenecen a la Provincia de Buenos Aires. Las dos Buenos Aires completas, ciudad y provincia, reúnen el 45% de la población argentina. Sin embargo, ministros provenientes de ambos distritos constituyen regularmente entre el 80% y el 90% del gabinete nacional, siendo hoy el presidente un porteño y la vicepresidenta una bonaerense. Las Buenos Aires monopolizan la conducción y agotan la imaginación de la Argentina. Las buenas gestiones y los liderazgos políticos de las otras veintidós provincias se estrellan contra la concentración demográfica del conurbano y la concentración mediática de la Capital. El AMBA cuarentena al país y esteriliza toda voluntad de reforma.

ANCHA AVENIDA DEL MEDIO

En Argentina, dícese de un callejón sin salida. Según sus promotores, constituye un acuerdo entre actores políticos para conducir a la mayoría silenciosa de la sociedad fuera de la grieta. Sin embargo, mientras no se modifique el actual sistema electoral, que está diseñado para atropellar outsiders, seguirá siendo más seguro caminar por la vereda. Dícese de la interrupción del mandato presidencial, tal como sucedió en Argentina en 1989 y en 2001, varias veces. En un sistema presidencial definido por el mandato fijo, las interrupciones reiteradas constituyen una anomalía. Esta anomalía, que no lo sería en un sistema parlamentario, combina estabilidad institucional con inestabilidad de gobierno. Semejante combinación es una novedad y, pese a todo, un progreso en la política argentina. ¿Cuáles son las causas de las interrupciones? Los estudios señalan que deben combinarse tres factores: crisis económica, escándalos de corrupción y cortocircuito en la relación Ejecutivo-Legislativo. La moraleja es que los presidentes pueden robar, chocar la economía o pelearse con el Congreso, pero no las tres cosas a la vez. En la vida hay que elegir.

ANTINOMIA ARGENTINA

Derecha e izquierda nunca prendieron en Argentina: la mitad de sus electores no consigue ubicarse en esa escala. Sin embargo, no es por falta de antinomias que pueden quejarse los argentinos. Al contrario: más allá de las simplificaciones, es posible interpretar la historia nacional como una sucesión de conflictos en que un bando puede prevalecer momentáneamente pero el otro nunca aceptará el resultado. Y, si se ubica a las ideologías democráticas en un continuo que va de mayor libertad (derecha) a mayor igualdad (izquierda), la política argentina casi siempre fue pre-ideológica. ¿O acaso el programa de gobierno de Hipólito Yrigoyen no era la Constitución Nacional? ¿Y el de Perón no fue la comunidad organizada? La Constitución puede interpretarse como producto del liberalismo, pero también como instrumento de igualación territorial y política, mientras el organicismo peronista puede considerarse igualitarista pero también fascista. En el continuo derecha-izquierda, los grandes partidos nacionales siempre fueron inclasificables -y al mismo tiempo populares, tanto cuando ganaban elecciones como cuando auspiciaban golpes de Estado-. ¿Cuál es entonces la antinomia argentina? Ortega y Gasset describió la tensión entre racionalidad y vitalidad. Esas predisposiciones explican la historia nacional mucho mejor que las ideologías. Las primeras décadas de vida independiente enfrentaron a próceres que buscaban imponer las ideas de la época, importadas de Europa o Estados Unidos, con caudillos que defendían una relación autóctona con la tierra y la población local. Próceres como Rivadavia y Sarmiento sostenían una cosmovisión universalista: la razón era una y debía solo adaptarse a las asperezas nacionales. Caudillos como Rosas y Facundo Quiroga desarrollaron una práctica particularista: las necesidades y experiencias de la vida se sobreponían a las elucubraciones doctrinarias de los letrados. Es fácil encontrar paralelismos entre los racionalistas de ayer y los radicales de hoy, o entre los vitalistas de entonces y los peronistas de siempre. Las categorías ideológicas convencionales, en cambio, son tan aplicables a cualquiera de esos grupos políticos como a Boca o a River. 

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