Droga en Bajo Pueyrredon.
Droga en Bajo Pueyrredon.
Droga en Bajo Pueyrredon.
Se robaron dos tanques de agua de un jardín de infantes en Córdoba.
La mamá de joven adicto al "pipazo" pidió ayuda para su hijo (Foto Ilustrativa)
Robo en escuela de IPV Argüello

Narcotráfico

El pipazo, la droga que hace estragos en los barrios de Córdoba

01/12/2023 | 12:45

En el último tiempo se advierte un profundo avance del paco en territorio cordobés, según señalan vecinos y especialistas. De qué se trata.

Redacción Cadena 3

Juan Federico

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La mamá de un joven adicto al "pipazo" pidió que su hijo sea internado

Se robaron dos tanques de agua de un jardín de infantes en Córdoba

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No lo reconoce. Le teme. Lo extraña. Lo padece. Lo ama. Y muchas veces, siente que lo está velando en vida. El drama de Estela representa a muchas madres que hoy están a la intemperie, buscando algún auxilio mientras ven cómo sus hijos se consumen con la droga que fuman y aspiran.

El “pipazo”, el avance del paco en Córdoba, no encuentra freno. De manera exponencial, su venta y consumo ha ido ganando territorio a pasos agigantados. El desecho de la droga mimetizado con un comercio infernal y una degradación social que es mucho más que un asunto sólo policial.

“Lo tuve que denunciar cuatro veces porque nos roba y para cambiar lo que sea por una bolsa de droga. Necesito que lo internen, pero no puedo porque es mayor de edad (su hijo hoy tiene 24 años) y puede firmar su alta”, cuenta Estela mientras las palabras se amotinan en medio de una angustia para la que no encuentra salida.

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“Mi hijo es un peligro para él y para la sociedad, se ha cortado delante mío, yo vivo un infierno, me saca cosas de la casa, le roba a los vecinos… él era un chico bueno y laburador y se ha arruinado por esta droga, pido que lo internen, por favor, que alguien me ayude”, agrega esta mujer, madre de 11 hijos, laburante incansable desde que sale el sol hasta que cae la noche.

Villa Cornú, en la zona noroeste de la ciudad de Córdoba, su barrio de siempre, hoy se ha convertido, también, en su propia trampa. Su hijo le roba a ella y a sus vecinos, quienes ya han impreso su rostro y el de sus cómplices y amenazan con matarlos la próxima vez que los vean intentando ingresar en alguna casa del sector. Y es a otros vecinos de la misma zona a los que le venden los objetos robados y a los que terminan por comprarles la dosis de paco y cocaína que cada vez les causa efectos más cortos, por lo que necesitan adquirir de manera multiplicada.

“Él ya no viene más a mi casa, sé que anda flaco, sucio, hace cuatro años que estamos viviendo un infierno”, sigue relatando, entre lágrimas, Estela. Durante largos minutos, la palabra “infierno” será repetida como una síntesis abismal de semejante presente.

“Tengo miedo que me lo maten porque anda robando para drogarse; encontré cucharas quemadas en mi casa, tiene los labios negros, se pone violento, tiene la mirada perdida…”.

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Hace más de 15 años, a fines de 2006, un grupo de vecinos de Villa Cornú junto a otros habitantes de barrios humildes de la ciudad de Córdoba presentaron un inédito y masivo recurso de amparo para exigirle a la Nación que elaborara un plan especial de lucha contra el narcotráfico.

En total hubo cerca de cinco mil firmantes. Un pedido que mezclaba contención social y urgentes medidas de seguridad.

La Nación, la Provincia y la Municipalidad sólo prometieron. Una década y media después, el avance narco se palpa como imparable. Nuevas generaciones se fueron anexando tanto al consumo como a la venta de todo tipo de sustancias.

Aquellos vecinos que se habían animado a denunciar terminaron por quedarse en silencio, solos. Los puestos de expendio se multiplicaron. Y también las distintas drogas. Ahora, hace un tiempo que el pipazo llegó y todo indica que será para quedarse.

“En el hospital, cada vez advertimos más droga. Dentro de los traumas graves (vial, heridos de arma de fuego o de arma blanca), nueve de cada 10 entran con algún tipo de droga en su organismo”, asegura Andrea Vilkelis, jefa de Toxicología Hospital de Urgencias de la ciudad de Córdoba.

El principal centro de emergencias de la Capital cordobesa es un termómetro social potente. Allí, las alarmas suenan mucho antes que en cualquier despacho oficial.

“Por lo general, es muy raro ver a alguien que llegue a la guardia y que haya consumido una sola sustancia, sino que han tomado más de una. Es policonsumo. Tuvimos hasta un paciente de 82 años que había consumido cocaína cuando ingresó”, continúa describiendo la especialista.

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Y se detiene en el pipazo: “El paco es un precursor del clorhidrato de cocaína, por lo que cuando se hace la muestra sale como cocaína. Pero vemos pacientes de 40 años con insuficiencia cardíaca, cuando es una patología que debería aparecer a los 70 o más. Aparecen jóvenes con arritmias, infartos, hemorragias digestivas, además de lesiones propias de la piel como quemaduras. Anteriormente es como que el paco estaba asociado a algunos lugares en particular en la ciudad de Córdoba, pero no se había extendido. Ahora sí”.

Y continúa, para que no queden dudas sobre cuál es el abismo que se está abriendo en la ciudad: “El paco es la basura en sí de la cocaína. Es muchísimo más adictivo, tiene otros tipos de compuestos más destructivos y la sobrevida es menor. Lo único que tienen en la cabeza es consumir, por eso no importa otra cosa. Se dice que es la droga barata, pero si se analiza que esta droga genera efecto sólo por 15 minutos y posteriormente hay un bajón muy pronunciado, hace que de inmediato quieran buscar más. Por lo que el único objetivo del día es continuar consumiendo. Por eso caen en el robo fácil para después cambiarlo lo más fácil posible”.

El diagnóstico de Vilkelis no tiene relato, sino pura realidad de trinchera: “Uno ve el deterioro de las personas, que son jóvenes y parecen cada vez más viejitos. Veo consumidores de 15 años hacia arriba, porque más chicos no llegan a este hospital. Acá tenemos un servicio de Salud Mental, pero el paciente se tiene que querer, tiene que tener alguna voluntad. Y no siempre se puede. Lamentablemente, los lugares de desintoxicación, de tratamiento, son pocos. Hay muchos a los que vemos volver al hospital una y otra vez”.

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Las señales del consumo del pipazo se reproducen en los cuatro puntos cardinales de la ciudad de Córdoba.

A un paso de Villa Cornú, en la densa geografía social del noroeste capitalino, el conglomerado que conforman IPV Argüello, villa Hermana Sierra, Autódromo y Sol Naciente, entre otros barrios que funcionan como una misma comunidad, ya se habla del paco con total naturalidad, sin asombro.

“Se robaron los tanques de agua, no es la primera vez, antes se robaron los tubos que conectan el gas y así no se pueden dar clases, sólo venir a comer en el Paicor; en el barrio sucede igual, no se puede dejar nada porque se lo roban para comprar droga, hacen un desastre por un 'pipazo' (paco)”, contó el martes último una joven madre de IPV Argüello mientras aguardaba en la puerta de un jardín de infantes provincial que sus pequeños hijos terminaran de almorzar.

Durante 72 horas, 150 chicos de 3, 4 y 5 años no tuvieron clases, ya que los ladrones se llevaron alzando los dos tanques de agua del jardín. El silencio dentro del jardincito significó un enorme dolor social. Algunos de estos niños tienen a sus padres y madres sumergidos en el consumo. Sólo el aspecto físico delata a los jóvenes y más grandes que hacen del pipazo casi un modo de vida permanente. Paco y varias drogas más.

“No hay seguridad, no se puede dejar nada afuera porque se llevan todo lo que encuentran y después lo venden o lo cambian por droga. Va todo a la droga. Acá hay un montón de pipazo, roban de todo y hacen un desastre por un pipazo”, agregó otra mamá.

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“Es una vez más remar solos en una escuela que trata de cambiar historias pero que cada vez cuesta más, estamos esperando que nos resuelvan el problema para poder volver a recibir a los alumnos y decirles qué lindo que volvieron”, alertó a mediados de semana la directora.

Allí, muchos chicos reciben la única comida del día. Pero no sólo se trata de un plato caliente: significa que le devuelvan la mirada, que les sonrían, que jueguen con ellos. Que conozcan otra realidad diferente a la de su mundo de todos los días.

“Hace muchos años pedimos que nos cuidaran y nos dijeron que no había presupuesto; el lunes fuimos a la casa del ladrón a golpearle la puerta para que nos devolviera el tanque de agua y la Policía nos llamó y tardaron 40 minutos en venir; el año pasado le robaron la bicicleta a la mamá de una nena con discapacidad, nos dijeron quien la tenía, la Policía no vino, fuimos y la rescatamos”, siguió contando la docente mientras observaba las sillas apiladas y los pasillos sin gritos.

La urgencia social, allí, es doble. “Nosotras elegimos estar en este territorio pero necesitamos que alguien más elija acompañarnos, porque si no, no podemos”, sostuvo. La droga continúa llenando los espacios que las averías económicas y estructurales dejan libres.

“Es este famoso pipazo, esta pasta base que veíamos en los noticieros de Buenos Aires y que ya llegó acá. Cada vez se está poniendo peor, están cerrando el segundo turno de escuelas de la zona porque dicen que no tienen alumnos. Y entonces, ¿dónde están los chicos?”, preguntó de manera elíptica la docente.

Hace algunas semanas, el reducido equipo de Salud Mental que funcionaba en el dispensario municipal de la zona dejó de trabajar. Nadie sabe si va a volver.

Otros docentes de la zona ponen el foco en una situación que es mucho más que un llamado de atención: niños en edad de primaria que ya coquetean con las drogas.

Cuando el lunes a media mañana la directora del jardín logró despertar al presunto ladrón del tanque de agua, este le dijo que ya lo había vendido.

La economía circular del delito y la droga, a flor de piel. No importa que el blanco del robo sea la misma institución que tiene como misión acompañar a los hijos o sobrinos de los ladrones.

“Los chicos más grandes también vienen a pedir comida al jardín y las madres nos dicen ‘no les den’ porque también venden la porción de comida (para comprar pasta base)”.

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Una realidad que se replica en los diversos rincones de la ciudad.

"En Córdoba se lo instaló (al paco) antes de tiempo, pero la falta de investigación criminal y el estancamiento de la Fuerza Policial Antinarcotráfico (FPA) fueron funcionales al pasaje del imaginario a la realidad. El paco ya no es una construcción política del adversario. Es una realidad en una provincia que perdió una gran oportunidad en materia de drogas", es el duro diagnóstico de la socióloga y especialista en narcotráfico Laura Etcharren.

Hace 10 días, Córdoba se sacudió cuando se conoció la historia de una mujer de Bajo Pueyrredón, en el este capitalino, que fue acusada de haber intentado vender a su hijita por 500 pesos. La pequeña de un año y siete meses hasta ese día no figuraba en ningún registro oficial.

En el barrio, no hubo sorpresa entre los vecinos. "La mamá es conocida acá. Siempre a la tardecita, cuando baja el sol, ella solía salir con su hijita a pedir por todos lados. Y luego regresaba con el carrito cargado de pan, de verduras, con lo que le van dando. Pero ya después, cuando la volvíamos a ver, ya no era ella, estaba como ida", la recordaron.

Lejos estuvo de ser un caso de excepción. "En la hora de la tarde, de la noche, de la madrugada, nos cansamos de ver cómo empiezan a ir y a venir por ahí (en referencia a la calle Ciriaco Ortiz y sus pasillos) en busca de droga. Parecen zombies", agregan los vecinos que se animaron a hablar.

"Acá lamentablemente la mayoría de las chicas jovencitas también están con la droga, con el pipazo, con el alcohol. Para los que consumen, el pipazo es algo tan común que están todo tiempo con eso. Lo poco que consiguen lo venden para seguir consumiendo. Están todo el día así".

No hizo falta ser un avezado investigador para corroborarlo: apenas unos metros más adelante, en un rincón del polideportivo que fue creado bajo la consigna de sacar a los jóvenes de la droga, fue demasiado fácil advertir como un grupo de varones y mujeres se encorvaban para darle una pitada más a la pipa de paco, a plena luz del día.

"Tenés oferta de todo tipo de sustancias acá. Tenés de todo. Viene gente de otro lado, caras que no sabés de dónde vienen, que bajan y suben por la Ciriaco Ortiz para comprar y consumir drogas". En el medio, algunos adictos buscan robar cables o atrapar cualquier elemento que encuentre a mano para después intentar cambiarlo por alguna dosis más.

La Iglesia de Córdoba ya hace tiempo que viene advirtiendo que este drama obliga a respuestas políticas urgentes. “La adicción les quita la libertad y cuando alguien está desesperado recurre a lo que sea para poder conseguir algo con qué calmar esa necesidad”, afirma el padre Munir Bracco, de la Pastoral Social.

Y agrega: “La droga es un flagelo de muerte y los chicos son víctimas, muchos tienen tanto sufrimiento, vacío y desesperanza que terminan en esta adicción y muerte”.

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Ese crudo diagnóstico social es compartido por el cura Melchor López, sacerdote de la Parroquia Nuestra Señora de la Misericordia, en el oeste de la ciudad, quien alerta sobre “una degradación sistémica" de la sociedad.

"Debajo de la situación de violencia, de la delictividad, está la droga como eje común. Y debajo de la droga está la situación del sinsentido, de la falta de pertenencia y de afecto a lo largo de una vida que deja a las personas a la intemperie", sostiene.

"Hay un sistema que copta y destruye la vida que es la doga y genera una falsa pertenencia y su única respuesta es la muerte", denuncia. Y describe: “El paco es la última novedad que nos faltaba, y se agrega al alcohol, a la marihuana y a la cocaína”.

En este sentido, recuerda que el flagelo del consumo no está solamente en los barrios vulnerables, sino que es uno de los tantos lugares que atraviesa. "La droga está en todas partes", lamenta y aboga por la necesidad de que existan dispositivos públicos más eficientes e integrales, con una capacidad de respuesta que hoy no muestran. "El Estado está presente pero no alcanza la forma en la que está. Es una presencia que está desarticulada, que no está integrada", cuestiona.

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En el sudeste de la ciudad la misma trama aparece calcada: sectores empobrecidos, una abundante oferta de droga y el pipazo que ya no se asoma como una amenaza, sino que emerge en forma de una realidad atroz.

En los alrededores de calle Francisco Chirinos de Posadas, en las profundidades de las diversas secciones de José Ignacio Díaz y los barrios aledaños, en otro denso combo social de Córdoba, los grupos de jóvenes consumiendo a cualquier hora ya no asombran.

“Acá ya es furor esa porquería del pipazo. Hay gente joven y otra gente de muchos años en el barrio que consume paco. Empleados que han perdido sus trabajos porque se notaba que estaban consumiendo mucho y que ahora los vemos perdidos, que salen a robar los cables o cualquier cosa”, cuenta una vecina que conoce cada rincón de ese sector.

Cerca de ella, otro vecino se acuerda de un profesor, al que hoy ven perdido, deambulando descalzo. “Es por la pipa”, remarca.

“El polideportivo social que hicieron al fondo del barrio también terminó por llenarse de chicos drogándose, sobre todo de noche. Fuman esa porquería, ni saben qué es, qué le ponen. Ahora vemos cómo consumen los hijos de nuestros hijos, muchos de los cuales también se drogan. Se está vendiendo en todas partes”, completa otra mujer mientras intenta evitar que sus propios vecinos la identifiquen por contar lo que muchos no quieren ver. Ni que se sepa.

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