Kostia tiene 13 años y se encuentra en Przemysl.

Guerra en Europa

Apuntes de viaje - Día 5: Kostia

04/03/2022 | 08:19 |  

Marcos Calligaris

Conocí a Kostia mientras nos calentábamos las manos con las brasas sobre las que voluntarios alemanes preparaban pollo para los refugiados.

Kostia tiene 13 años y llegó al improvisado campo de refugiados de Przemysl huyendo de la guerra junto a su mamá, sus dos hermanas -la más pequeña, de 6 meses- y sus dos perritos.

Pero la familia no está completa. "Falta papá", me dice, y me cuenta que se quedó defendiendo la ciudad con un fusil AK 47. (Kostia hace el ademán de disparar con una ametralladora).

Me lo narra con mucha naturalidad. Con la misma que nuestros abuelos nos contaban sus historias de la guerra.

La ciudad que se quedó a defender Dima, el papá de Kostia, se llama Cherkasy; queda unos 200 kilómetros al sur de Kiev y, si bien aún no fue atacada, desde allí se observan combates aéreos.

Kostia presenció uno y quedó hipnotizado. "Vi que le dispararon a un avión ruso y empezó a caer. Al principio se veía como una luz brillante, y a medida que iba cayendo se iba apagando", me cuenta recreando la escena con sus manos, que terminan estrelladas contra la mesa.

Su mamá asiente con la cabeza. Se llama Viktoria, no tiene más de 40 años y ha hecho un surco de tanto ir y venir hablando por teléfono.

Me cuenta que está tratando llegar a Vilna, la capital de Lituania, que queda a unos 850 kilómetros desde aquí. Allí tienen conocidos y el plan es esperar en ese lugar hasta que pase la guerra.

Kostia se enoja con su mamá porque, en definitiva, la entrevista la pacté con él. Tiene razón. Viktoria se ríe.

Hablamos en ruso. Me dice Kostia que le da lo mismo hablar en la lengua de Tolstói que en ucraniano. Así ocurre en su ciudad. Cherkasy tiene mayoría de habitantes ucranianos y una importante comunidad rusoparlante.

Aprovecho entonces para preguntarle qué piensa de Rusia, y su madurez me deja perplejo. "La gente es buena. Lo que no me gusta es Putin", afirma con seguridad.

Con la misma naturalidad, me revela que juega al Fortnite y corre a buscar su mochila para mostrarme todo lo que lleva como equipaje hacia Vilna: una notebook y auriculares.

Ahora entiendo por qué conoce lo que es una AK 47. Le cuento que yo juego al PUGB y que alguna vez probé una Kaláshnikov. Se queda fascinado.

"Cuando era chico fui a Crimea y es muy, muy lindo", me cuenta de repente sin que le pregunte. Pero se sobreentiende que estamos hablando de las consecuencias del avance de Rusia, que se anexó la península en 2014.

Mientras charlamos con Kostia empieza a circular por el campamento el rumor de un alto el fuego en el frente.

Con colegas que conocí en el lugar intentamos averiguar como podemos. Cada uno consulta sus fuentes. Los ucranianos lo confirman; los rusos lo harán minutos más tarde.

No se trata de gran cosa. En principio no habrá ataques cuando se formen corredores humanitarios para que los civiles abandonen las ciudades. Pero es la primera vez en mucho tiempo que las partes rusas y ucranianas se ponen de acuerdo en algo.

Le pregunto a Kostia si le da miedo que su papá esté preparado para combatir en Cherkasy, y tras buscar la respuesta en el aire me revela que "un poquito".

Le cuento a su mamá sobre el alto el fuego y se encoge de hombros. "Nosotros vamos a seguir hasta Lituania", responde sin mucha ilusión.

Las autoridades polacas estiman que más de 625.000 ucranianos como Kostia y su familia ya han entrado al país huyendo de la invasión rusa.

Y en medio del acuerdo del alto el fuego, ayer resonaron las palabras de Macron tras reunirse con Putin: "Lo peor está por venir".

Pase lo que pase, le deseé buena suerte a mi pequeño amigo Kostia y su familia.

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