La participación electoral como principio democrático

En los últimos días, un murmullo recorre los equipos de campaña y las encuestas: el clima electoral en Argentina parece estar cambiando. No se trata de rumores aislados, sino de un registro consistente que reportan al menos dos o tres encuestadoras confiables tras revisar sus trabajos más recientes. 

Aunque la prudencia obliga a no divulgar encuestas en plena veda electoral, el dato es claro: las diferencias que parecían marcadas hace una o dos semanas se han achicado en varios distritos clave, como Córdoba y Buenos Aires. Resultados que se daban por seguros ahora están en duda, y se observa un fenómeno de polarización, con los votos concentrándose en dos grandes polos, especialmente en provincias donde las fuerzas tradicionales han dominado históricamente.

Este corrimiento no implica necesariamente un vuelco rotundo en las elecciones del próximo domingo, pero sí podría alterar las expectativas que se venían manejando. En Buenos Aires, por ejemplo, donde antes se hablaban de diferencias amplias, ahora se mencionan márgenes más estrechos. 

En otros distritos, brechas que rondaban los 5 a 7 puntos se han reducido, señalando una contienda más reñida de lo previsto. 

¿Qué está detrás de este cambio? Una variable clave parece ser la participación electoral, un pilar fundamental de la democracia que, además, tiene un peso estratégico en los cálculos políticos.

La participación electoral no es solo un deber cívico, sino un factor que puede inclinar la balanza. En la elección de septiembre en Buenos Aires, por ejemplo, la asistencia fue de apenas el 61%, y se interpretó que esa baja concurrencia favoreció al kirchnerismo, ya que a sus rivales "les faltaron votantes". Gente enojada o desmotivada se quedó en casa. 

Sin embargo, los indicios sugieren que este domingo podría votar más gente. ¿Cuánto más? En 2023, la primera vuelta presidencial tuvo un 77,5% de participación, mientras que en 2021, una elección de medio término como la que se avecina, alcanzó el 71,4%. Más atrás, en 2017, fue del 76,76%. En los primeros años de la democracia, la asistencia superaba el 80%, con picos históricos en 1983. En las últimas elecciones de medio término, sin embargo, la participación ha tendido a ser menor.

Las proyecciones actuales indican que la participación podría no llegar al 70%, pero si se acerca a esa cifra, el impacto podría ser significativo. Una mayor afluencia de votantes, especialmente de aquellos que en septiembre no fueron a las urnas, podría alterar los resultados y explicar el estrechamiento de las diferencias que reportan las encuestas. Los equipos de campaña lo saben y están ajustando sus estrategias en consecuencia.

El domingo será el momento de la verdad. Los datos que hoy son indicios se confirmarán o desmentirán en las urnas, y el lunes podremos analizar con claridad si este cambio de clima electoral fue un espejismo o una señal de algo más profundo.