Una veda arcaica para ciudadanos de salita verde

La veda, que arrancó a las 8 de la mañana del viernes previo a las elecciones, establece una serie de prohibiciones que, lejos de adaptarse a los tiempos actuales, resultan arcaicas y excesivamente paternalistas. 

Entre las restricciones, se prohíben reuniones de votantes, espectáculos públicos, competiciones deportivas como una maratón o un partido de fútbol, y hasta la venta de bebidas alcohólicas, esta última penada con entre 15 días y 6 meses de prisión. 

También está vedado difundir encuestas, realizar actos electorales, abrir locales partidarios, exhibir o usar armas (salvo a más de 80 metros de una mesa electoral) y sacar fotos de la boleta electoral. 

Estas medidas, acompañadas de multas que van desde sanciones económicas hasta prisión, buscan regular el comportamiento ciudadano en un momento clave de la democracia. 

Sin embargo, su aplicación práctica genera cuestionamientos. En la era de las redes sociales, estas prohibiciones son prácticamente inoperantes. ¿Cómo controlar la difusión de mensajes políticos o publicidad electoral en plataformas digitales donde la información circula sin cesar?

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Las restricciones, pensadas para medios tradicionales, no logran contener la dinámica de un mundo hiperconectado. La publicidad electoral, por ejemplo, sigue llegando a los ciudadanos, incluso durante la veda, a través de mensajes que escapan al control estatal. 

Del mismo modo, la prohibición de fotografiar boletas resulta difícil de fiscalizar en un contexto donde los celulares son omnipresentes y las selfies, una práctica cotidiana.

Más allá de su ineficacia, estas normas reflejan una visión paternalista del Estado, que trata a los ciudadanos como si fueran niños de "salita verde". Prohibir la compra de una botella de vino, por ejemplo, parte de la premisa de que el consumo de alcohol podría alterar la capacidad de votar con claridad. Esta lógica subestima la madurez de los ciudadanos y perpetúa una tutela innecesaria. ¿Por qué asumir que una persona no puede decidir responsablemente si tomar una copa de vino o participar en un evento deportivo afecta su voto?

Además, la rigidez de la veda electoral plantea interrogantes sobre el sistema mismo. ¿Por qué concentrar la votación en un solo día, paralizando otras actividades? ¿No sería más razonable permitir votar durante varios días o explorar mecanismos que reflejen mejor la realidad tecnológica y social actual? Incluso el voto obligatorio podría rediscutirse, permitiendo a los ciudadanos decidir con mayor libertad su participación, sin la presión de un mandato estatal.

Estas restricciones, en muchos casos, parecen rémoras de un tiempo pasado, desfasadas en un mundo donde la tecnología y las dinámicas sociales han transformado la manera en que nos informamos y participamos.

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