El doble problema detrás del escándalo del festejo en Olivos

Detrás del escándalo de la fiesta de cumpleaños en la Residencia de Olivos hay dos cosas.

Un problema político. Alberto Fernández fue descubierto por el periodismo como participante de una fiesta en medio de la cuarentena estricta, a mediados del año pasado.

Ahora es juzgado por la ciudadanía. Con un problema adicional: hay dos turnos electorales en lo que queda del año que, por definición, como toda elección de término medio es un plebiscito a la gestión presidencial.

Y hay también un problema legal. El presidente debió confesarse responsable de un delito. Él habló de error.

Pero es un delito contemplado en el DNU firmado por él mismo. No hay antecedentes de un presidente en funciones admitiendo un delito. Se llama así: "delito contra la Salud Pública" y Fernández lo menciona en su decreto nacional 576/2020.

Ayer el presidente nos gritó una disculpa. Era raro que uno pida disculpas a los gritos. Ya lo había intentado hacer pero terminó descargando culpas en su pareja Fabiola Yáñez.

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Lo nuevo esta vez es la recuperación de algo viejo y repetido.

En su pedido de disculpas, Fernández reinstaló una parte venenosa de nuestra cultura política.

¿Qué hizo el presidente? Al asumir su culpa, culpó también a Mauricio Macri.

No es que esté mal criticar a los adversarios. Más, podríamos hasta compartir varias de las críticas del presidente a su antecesor.

El problema es usar la crítica para nivelar para abajo e instalar la idea de que todos somos iguales.

Y ya no hablo de Macri. Porque Macri y tantos otros han usado el mismo recurso.

Parece una historia circular, que siempre se repite.

Pero en realidad es una espiral de decadencia.

Relativizar los errores y esconderlos en los de otros termina por hacernos creer que todos somos inútiles, todos somos daños, que todos somos delincuentes.

Y no es así. Los capaces, los hacedores y los honestos son mayoría. Aunque el presidente nos quiera hacer creer lo contrario.