Argentina, un campeón moral a lo largo de la historia

Mauricio Coccolo

El origen de la frase es una historia poco conocida. Fue Guillermo Stábile, técnico de la selección argentina durante casi 20 años, el que dijo por primera vez: “Podemos considerarnos campeones morales”. Así le resumió a Perón lo que había visto en el Mundial de Brasil de 1950. Según Stábile, Argentina, que decidió no asistir a la competencia, podía quedarse tranquila porque era superior a todos los equipos del mundo.

Aquella suposición de Stábile escondía un pequeño gran detalle: era convincente, pero incomprobable. Con el tiempo la idea se convirtió en la excusa perfecta para explicar las derrotas. Los factores externos, y desfavorables, algunas veces con más fundamentos y otras forzando hasta el límite las especulaciones, completaron el combo dándole al fútbol argentino un rosario de triunfos morales.

Rastreando el tema en la prehistoria de la Selección se llega hasta la final del Mundial del 30. Argentina le ganaba 2 a 1 a Uruguay al finalizar el primer tiempo, pero los uruguayos, que eran bicampeones olímpicos, dieron vuelta el partido en el complemento y terminaron ganando 4 a 2. ¿Qué pasó? Según la versión nacional, la derrota se debió a un cambio de pelota: en la etapa inicial se jugó con el balón de los argentinos y en la segunda con el de los uruguayos.

La década del 40 fue la época dorada del fútbol argentino. Los grandes jugadores surgían de a puñados, se formaban equipos formidables, los estadios rebalsaban de gente y el país se sentía el ombligo futbolístico del mundo. Pero nunca se pudo comprobar la teoría de la supremacía argentina porque las Guerras Mundiales lo impidieron y el desastre de Suecia en 1958 terminó siendo el alfiler que hizo explotar la burbuja.

Para 1966 los laureles del pasado ya estaban marchitos, pero nadie en la AFA parecía haberse enterado. La Selección estaba atravesando, sin saberlo, una etapa de sequía que llegaría hasta los 18 años. Más allá de eso, Argentina fue al Mundial de Inglaterra con ínfulas para ganarlo y volvió envuelta en la épica de las derrotas injustas. El árbitro alemán que había expulsado a Rattin se convirtió en el chivo expiatorio.

El título de campeón moral del Mundial del 66 le costó tan caro al fútbol argentino que lo terminó pagando con la eliminación de la Copa del 70. La alfombra de la injusticia sirvió para tapar los desmanejos dirigenciales, la desorganización de los campeonatos y el desprestigio de la camiseta nacional. Los jugadores no querían jugaren la Selección, así de simple, hasta que llegó Menotti y cambió la historia.

El Mundial del 78 significó mucho más que levantar la copa por primera vez, porque fue concretar todas las insinuaciones históricas. Por fin, el fútbol argentino dejaba de ser campeón moral y se convertía en campeón de verdad. La etapa gloriosa de los 70 llegaría hasta finales de los 80, incluyendo un título juvenil y la cúspide de los triunfos nacionales en 1986: de visitante y contra todos los pronósticos.

La llama de la bronca que produce el despojo parecía apagada para siempre hasta que se reavivó, precisamente, en Roma el 8 de julio de 1990. Todavía hoy hay gente que llora con Maradona mirando fijo a la nada mientras los alemanes besan el trofeo. El mejicano Codesal fue el blanco de todas las teorías conspirativas que se tejieron después de que expulsara a Monzón y cobrara un polémico penal.

El Mundial de 1994 es el capítulo más rebuscado en la historia de los triunfos morales de Argentina. La gran mayoría de los futboleros coincide en que aquel equipo de Basile estaba para campeón, pero… Y ahí empiezan los embrollos. El doping positivo de Maradona derivó en mil especulaciones, desde un complot de la FIFA y el FBI, hasta una cama de Grondona y la AFA. A nadie se le ocurría pensar que lo más sensato era aceptar el error. Y punto.

Fiel a su costumbre, Maradona dejó grabada en la memoria colectiva de los argentinos una frase que se convertiría en descripción: “Me cortaron las piernas”. Desde aquel día, cada vez que alguien no sabe cómo explicar una situación compleja y pretende decir que no fue su responsabilidad, sino culpa de un tercero, que buscaba hacerle daño, inexorablemente recurre al diccionario maradoniano y dice: “Me cortaron las piernas”.

La herida del 94 no había cicatrizado, la Selección venía de perder una final contra Dinamarca y para colmo se cruzó Brasil. La Copa América del 95 era una buena prueba para la renovación que estaba encarando Passarella. Todo marchaba sobre ruedas, hasta que al técnico se le ocurrió poner suplentes contra Estados Unidos, perdió 3 a 0, quedó segundo en el grupo y cambió el cruce de cuartos de final.

En el choque anticipado, e inesperado, Argentina empezó mejor. Ganaba con un gol tempranero de Balbo, Edmundo lo empató rápido para Brasil y Batistuta volvió a poner arriba a la Selección. El equipo de Passarella tenía el partido en el bolso hasta que la mano de Tulio se lo arrebató a menos de diez minutos para el final. Después los penales completarían la injusticia. El manto de la derrota digna estaba listo para tapar todo lo que se había hecho mal.

La degradación del grondonismo fue televisada en directo para el mundo durante el sorteo de la Copa de Brasil en el 2014. Juan Carlos Crespi, dirigente de Boca y Secretario de Selecciones, sin saber lo que hacía —o siendo muy consciente de ello— mostró dos dedos en V y se tocó el hombro como agradeciéndole a Don Julio, el Jefe, por el grupo accesible que le había tocado a la Argentina.

Nadie se acordó de la supuesta protección de Grondona cuando el muslo de Neuer chocó contra la cara de Higuaín. La jugada pudo haber cambiado la historia de ese día y la de toda una generación de futbolistas e hinchas argentinos, pero el árbitro italiano Nicola Rizzoli no vio penal. El resultado final no reflejó lo que pasó en la cancha, Argentina esta vez no solo se sintió más que su rival, sino que efectivamente lo fue, pero un fallo arbitral volvió a perjudicarla.

La última bronca todavía mantiene algunas venas infladas. Entre el ecuatoriano Zambrano y su mala utilización de VAR, revivieron viejos fantasmas de la historia del fútbol argentino. Fueron los propios protagonistas, desde Claudio Tapia hasta el mismísimo Messi los que hablaron de robo, corrupción y demás yerbas que, según ellos, estaban orquestadas para favorecer a Brasil y perjudicar a la Argentina.

La perspectiva del tiempo permite mirar más detenidamente los casos en los que el fútbol argentino se sintió perjudicado. En cada uno se mezclan las causas de las derrotas. Una delgada línea separa a las piezas que nunca encajaran porque son de distintos rompecabezas. En cada situación puede haber una parte de verdad, solo una. Lo único cierto es que el título de campeón moral no deja ninguna copa en las vitrinas. Todo lo contrario.