El ideal del PJ: un Macri de rodillas, pero no liquidado

Adrián Simioni

Argentina está de nuevo, como cada vez que finalizó sus borracheras populistas, ante la disyuntiva del ajuste. Que no consiste en hacer o no el ajuste: lo único que se puede elegir es si se hace por las buenas o en hacerlo por las malas. Los gobiernos pueden intentar conducir la baja de los déficits fiscales insostenibles, pagando los costos políticos. O pueden dejar que los desequilibrios sigan su ruta y rogar que no les estalle la bomba a ellos sino a otros. Así sucedió siempre en Argentina. La víctima más reciente y famosa fue Fernando de la Rúa.
Mauricio Macri lo supo desde el primer momento. Como toda la élite política con dos dedos de frente. Y definió que trataría de conducir el ajuste por las buenas. Para no saltar por los aires de inmediato, optó por el gradualismo: bajar el déficit fiscal de a poco. Mientras tanto, a ese déficit hay que financiarlo con préstamos para no seguir imprimiendo billetes al ritmo K, lo que llevaba directo al infierno inflacionario.
Macri empezó a achicar el déficit por la parte más fácil y razonable. Quitar los megasubsidios y precios pisados de todo el sistema de servicios públicos que dejó el kirchnerismo. Logró hasta ahora reducir modestamente el déficit primario. 
Pero el déficit financiero –el último número tras los pagos de intereses, el que vale– no baja. Estimaciones en base a datos de la Asociación Argentina de Presupuesto lo sitúan en un febril 6,1 por ciento del Producto Interno Bruto en 2016 y un 6,07 por ciento en 2017. Van nueve años de déficits crecientes, imposibles de financiar para un país sin moneda y sin crédito. Y 2018 es una incógnita. Sin cerrar esa brecha roja, la pretensión central de Cambiemos de bajar la inflación y reducir la pobreza no será sólida y convincente.
 
Una puerta de Narnia para Schiaretti
 
El gobierno de Macri está quemando su capital político en estos meses, en la penúltima y mayor quita de subsidios. Y las distintas facciones de la oposición lo saben. Por eso se terminó la paz. Hasta la bancada de senadores liderada por Miguel Ángel Pichetto entró en modo electoral 2019 y en un tándem inestable con los gobernadores, de los cuales el de mayor peso es Juan Schiaretti. 
También en Córdoba se terminó lo que se daba. Schiaretti no sólo se debe a su partido. Encontró en estas semanas la puerta de Narnia que en la puja por la gobernación 2019 le permitirá escapar de la encerrona de 2017. Aquella vez Unión por Córdoba no encontró cómo diferenciarse de Cambiemos, condenados ambos a complacer al mismo “partido cordobés”, cuyos votantes lo mismo eligen un presidente PRO, que un gobernador PJ o un intendente UCR.
 
Esmerilar a Macri sin “delarruizarlo”
 
Pichetto, Schiaretti, el salteño Juan Manuel Urtubey, tal vez incluso Sergio Massa, son las expresiones del llamado “peronismo racional”. Ese peronismo también encontró estas semanas una puerta que podría dar a la Presidencia 2019.
Por eso no dudará en aliarse con quien sea (incluido el kirchnerismo) para multiplicar el desgaste de Macri. Mañana tendremos un gran ejemplo: gobernadores, massistas y kirchneristas tratarán de imponerle al Ejecutivo, en el Congreso, un proyecto que no sólo elimina la quita de subvenciones sino que incrementa los subsidios (retrotrae las tarifas a 2017, sólo las ajusta por salarios, y encima le reduce el IVA, que es una subsidio adicional).
Obviamente, eso de racional no tiene nada. Y Pichetto, Schiaretti y el resto lo saben. Pero no importa demasiado. Lo que quieren es forzar un veto antipático de Macri. Que Cambiemos caiga un poco más en las encuestas camino al 2019. No importan las tarifas. Importa la elección presidencial. 
Hasta acá, es el juego típico de la lucha política sin cuartel. La cuestión es si, haciendo pie en este y otros temas de la agenda, el “peronismo racional” podría pasarse de rosca. Hasta el punto de “delarruizar” a Macri. Es el escenario que en verdad mete pánico. Reaviva los miedos más oscuros de la sociedad argentina.
Por eso, Schiaretti, Pichetto y los políticos de mayor prestigio en este sector remachan que ellos buscan “garantizar la gobernabilidad dejando en claro que no cogobierna y que la responsabilidad de los resultados es de Cambiemos”.
 
Nosotros o Cristina
 
¿Por qué esta “oposición leal”, si la historia Argentina es la crónica de cómo las oposiciones hicieron todo lo posible por lanzar a los gobiernos por el precipicio? ¿Por qué ese autolímite tan civilizado?
La respuesta está en Cristina Fernández. Y no se trata de que los peronistas no K sientan simplemente rechazo por la expresidenta.
Es una cuestión de poder. Si algo tiene claro el “peronismo racional” es que, si el gobierno de Macri terminara en un incendio, el poder no sería para ellos. El que volvería sería el kirchnerismo. Massa, Schiaretti, Urtubey, Pichetto, no tendrían puentes posibles hacia allí.
Sólo en una eventual transición ordenada el PJ no K tendría una chance electoral. y esta es la razón verdadera por la que el peronismo no K necesita ser opositor pero garante de la estabilidad. Ya no hay ancha avenida del medio. Es un desfiladero estrecho: de un lado, se prepara a esmerilar a Macri hasta la traslucidez; del otro, necesita sostenerlo, llegado el caso, si no quiere servirle una cena caliente al kirchnerismo.
 
Ajuste por las buenas para todos
 
Tal programa, si sale, sería inédito en la Argentina: un Macri que siga acometiendo el ajuste por las buenas durante los 16 meses que restan hasta las Paso; un peronismo que pone trabas pero fuerza a Macri a seguir con el ajuste por las buenas. No por convicción moral, sino por necesidad política.
A ese peronismo, si llegara a quedarse con la Presidencia en 2019, no le quedaría otra que completar el ajuste iniciado por Macri. Porque, para entonces, la válvula del endeudamiento estaría aún más cerrada que hoy. Y el ajuste fiscal de ningún modo habrá concluido para entonces.
Si aún en estas condiciones de extrema dureza Cambiemos lograra una nueva Presidencia, pues entonces el renovado capital político podría ponerse al servicio, también, del ajuste por las buenas.
No hay nada dicho. Por un lado, es difícil imaginar cómo hará el peronismo no K para dirimir quién será su candidato y limitar su dispersión a dos variantes (K y no K), de modo que, aunque perdiese la primera vuelta, pudiese ganar la segunda.
Por el otro, una mayoría sólida de analistas políticos sigue pensando que Macri tiene chances de ser reelegido. O que podría hacerlo María Eugenia Vidal en su lugar. 
Los peronistas ya no creen que eso vaya a ser inevitablemente así. Y por eso el escenario cambió.