El misterioso gusto de servir

“Que la suerte nos acompañe y traigamos los niños a casa”, es lo último que dice a cámara Saman Kunan antes de ascender al avión que lo llevaría a sumarse al equipo de buzos de élite que planeaban el casi imposible rescate de los chicos de Tailandia.

Hubo milagro, que suele estar muy relacionado con el profesionalismo, el esfuerzo, la organización: los doce adolescentes y su joven entrenador están a salvo.

En todo el planeta se vivió el rescate en tiempo real, con detalles minuciosos: la altura de la cueva, los pasajes estrechos, las dobles cuerdas para guiar a buzos y rescatados como cordones umbilicales. Y el estallido de alegría global: están todos a salvo, todos bien, todos vivos.

Todos no, Saman Kunan, buzo de élite retirado de la marina tailandesa, voluntario en esta misión que no era suya, dejó su vida en el esfuerzo por mantener las vidas de los niños hasta que fueran evacuados.

Emmanuel Carrere, en De Vidas Ajenas, refiriéndose a quienes dedican su tiempo y su esfuerzo al voluntariado, sin siquiera justificaciones religiosas o ideológicas, solo por el gusto de ser útil, admite: “es para mi una motivación más misteriosa que la perversidad”.

No es mucho lo que sabemos de la vida de Saman, sabemos algo de su muerte. Conocemos que, retirado y sin obligación, se ofreció como voluntario. Sus camaradas no ocultan su admiración por un deportista múltiple. Sabemos que su última misión fue trasladar tubos de oxígeno hasta donde fueron encontrados los chicos futbolistas. Y que algo falló luego en su propio tubo de oxígeno. Supimos, por las fotos, que tuvo un funeral de héroe que acompañaron mujeres de luto y duelo, tal vez su madre, su hermana, su esposa.

Hubo milagro en la cueva de Tailandia, pero no todos volvieron. Saman dejó alli su joven y valiosa vida, por el misterioso gusto de servir.