Lewis Hamilton, un campeón que exige respeto

Raúl Monti

Ganó 6 de los últimos 7 mundiales y ningún corredor parece capaz de hacerle frente. Aún así, convive con las críticas y los cuestionamientos hacia su nivel y su persona. Después de ganar el Gran Premio de Turquía y alcanzar a Michael Shumacher con siete copas en sus vitrinas, resumió su historia en una frase: “Merezco respeto”.

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Hamilton está acostumbrado a tener que luchar por el respeto ajeno. Lo hace desde que era tan solo un niño en una escuela de Inglaterra, que sufría bullying por su color de piel. Se anotó en karate con seis años para aprender a defenderse, y aunque llegó a dominar las artes marciales a muy temprana edad, no tenía el coraje para enfrentarse a quienes lo insultaban y golpeaban. Cuando se subió por primera vez a un karting de carreras, encontró un refugio en el que podía ser él mismo. Todos sus miedos se desvanecían en cuanto tomaba el volante y corría a máxima velocidad. Su papá, que sabía lo que su hijo tenía que soportar en el colegio, le dio un consejo que se grabó en su memoria: “Habla en las pistas, Lewis. Habla en las pistas”. Y Lewis le hizo caso.

Sacrificó su infancia y adolescencia con tal de convertirse en el mejor. Era un chico de pocos amigos y dedicó su vida a entrenar. Todo ese sacrificio, combinado con un evidente talento natural, le permitió destacarse en las carreras desde que era muy joven. Cuando se trataba de competir, tenía una confianza en sí mismo a la que ningún rival podía acercarse. Conoció al mánager de McLaren en edad de primaria, y luego de pedirle un autógrafo le dijo que quería correr para él. Tres años más tarde, se sumó a la academia de pilotos de la escudería. Poco tiempo después, inició un camino excepcional en la élite del automovilismo.

Fue el primer piloto negro en competir de manera regular en la Fórmula 1, y tomó aquel lugar con una responsabilidad que superaba cualquier ambición deportiva. Hamilton levantó la bandera de la lucha contra el racismo y no le tembló el pulso a la hora de criticar a los altos rangos de la competencia. Años más tarde, cuando ya era una figura consolidada, declaró abiertamente que las autoridades de la Fórmula 1 no se tomaban en serio la problemática del racismo. Allá por el 2008, prefirió seguir el consejo de su padre y habló en las pistas, ganando su primer Mundial de Pilotos con McLaren a los 23 años.

El punto de quiebre en su historia llegó en el 2014, cuando alcanzó la gloria a bordo del monoplaza de Mercedes. El mejor piloto se subió al mejor auto, y el resultado de ese matrimonio fue el que todos esperaban, un dominio absoluto de la máxima categoría. Desde el 2014, Mercedes ganó siete mundiales de constructores de manera consecutiva, mientras que a Hamilton solo se le escapó el de 2015. Al mismo tiempo que marcaba una era en el deporte, llegaron las críticas que más le dolieron, porque negaban toda una historia de sacrificio y trabajo duro. Sus detractores (dentro y fuera de las pistas) se unieron bajo un mismo argumento que repitieron hasta el hartazgo: Hamilton gana porque tiene el mejor auto, pero no es el mejor piloto.

Durante el 2020, el británico inscribió su nombre en las páginas doradas del deporte mundial. Superó las 91 victorias y le quitó a Michael Schumacher el récord como el piloto con más triunfos en la historia de Fórmula 1, y la familia del alemán le regaló uno de sus cascos en forma de reconocimiento. Tiempo después, cuando se quedó con su séptimo mundial, aseguró que quería que su ejemplo le sirviera a los niños para que se animaran a perseguir sus sueños. “Merezco respeto”, agregó Hamilton, que solo por un momento ignoró el consejo de su padre. La Fórmula 1 tiene un nuevo rey, y como los grandes campeones, Lewis Hamilton seguirá hablando sobre las pistas.