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Alberto F. dice que hace falta un programa de ese tipo. Argentina ya recibió un plan de auxilio. Y no le sirvió de nada.
FOTO: Berlin
El domingo el presidente Alberto Fernández le dijo al dueño de Perfil, Jorge Fontevecchia, que en su opinión, una vez superada la pandemia, Argentina “va a necesitar algo más parecido a un Plan Marshall que a un plan de contención de la inflación”.
El presidente no es el único en aludir al famoso Plan Marshall, ese enorme paquete de ayuda estadounidense que recibieron los países europeos tras la segunda guerra mundial. Varios periodistas y políticos han jugado con la idea. Y no es nuevo.
Muchas veces se ha dicho lo mismo. Es raro que el concepto sea tan recurrente. En el fondo, subyace una de las ideas más poderosas de la argentinidad: nuestro país es excepcional (por eso se niega firmemente a seguir las mejores políticas y prácticas internacionales); alguien lo quiere perjudicar (el FMI, el imperialismo, el liberalismo); como dios es argentino -más ahora con el papa Bergoglio- nos merecemos que alguien nos tire una soga; y esa soga debe ser, por supuesto, sin condiciones (es decir, nos tienen que dar un vagón de dinero para que nosotros hagamos lo que se nos canta).
La verdad es que no tiene ningún sentido hablar de Plan Marshall.
Primero, para eso acá tendría que haber habido una guerra. No hubiera importado ganar o perder sino que todo quedara destruido. Por eso tanto Francia como Alemania fueron beneficiarios. A la Argentina nadie la atacó.
Su infraestructura es entre pobre y mediocre porque invirtió demasiado poco durante demasiados años de despilfarro. Nosotros somos nuestros propios bombarderos.
Segundo, en la guerra de la pandemia no está claro que haya un claro ganador, como fue Estados Unidos, que emergió de la segunda guerra como potencia hegemónica.
Evo Morales ya definió que el coronavirus ha sido la expresión de una Tercera Guerra Mundial y declaró ganadora a China. Pero no está para nada claro en qué fase entrará ahora la potencia asiática, que tendrá que seguir dándole vuelta a su rulo: cómo transformarse de potencia exportadora en una potencia consumidora, si es que quiere desplazar a los mercados occidentales.
Tercero: planes marshall ya nos han dado. Pero nosotros, ensimismados en nuestro pupo, ni nos dimos cuenta. Y los desperdiciamos. Recibimos el año pasado el mayor paquete de ayuda financiera que se haya dado a un país a tasas bajas y estamos a punto de defaultearlo.
El FMI -es decir, los países occidentales que lo controlan- prestó 44 mil millones -casi cuatro veces el monto sin actualizar del Plan Marshall- para que Argentina pagara vencimientos de deudas privadas a tasas muy superiores.
Eso debía haberle permitido evitar el default y, mientras tanto, reacomodar sus cuentas públicas y dejar por una vez de generar sus gigantescos y eternos déficits fiscales.
No había puentes volados que reconstruir ni ciudades bombardeadas al ras. Sólo teníamos que reordenarnos para que la mitad de la población económicamente activa del país empiece a trabajar, deje de simular que trabaja o trabaje pagando los impuestos que sólo pagan los tontos.
Fracasamos. Y ahora estamos con más déficit que antes y en las puertas de un default total hasta con el FMI que nos auxilió.
El coronavirus es una hermosa excusa: ya estábamos en este punto antes de la peste.
Cuarto: la ayuda estadounidense a Europa tuvo un sentido muy claro. Había que evitar que la miseria volcara al continente hacia el comunismo también triunfante y forjar una alianza política, económica, ideológica y militar.
Los países socorridos fueron la base de la Otan, el núcleo duro de la democracia liberal en el mundo durante 50 años y la base de despegue de la globalización posterior. Cada país ayudado fue obligado a bajar barreras comerciales y a aceptar pactos que fueron el origen de la liberalización, del mercado común y, finalmente, de la Unión Europea. Imaginen a la Argentina aceptando esas u otras condicionalidades así a cambio de ayuda.
En el fondo, hablamos de Plan Marshall, como de tantas otras cosas, para ocupar el aire, llenar el vacío, porque no tenemos nada más interesante que decir. Nadie va a venir a socorrer a la Argentina desde afuera. Los recursos de nuestro Plan Marshall tendrán que salir de nosotros mismos. Estaría bueno empezar por asumirlo y dejar de soñar con sogas milagrosas que nadie nos podrá tirar.
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