Literatura
02/08/2025 | 13:09
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
Audios
"De la tragedia se sale por el amor”: la entrevista completa a Jorge Barón Biza
La llamada
—Soy el único escritor que compite en el Mundial— dice, y uno escucha, a través del crujido granular de la línea telefónica, el chasquido tenue de un fósforo y el eco de una risa que no termina de cuajar. Es 1998, junio, Francia vibra con los goles de Zidane, y Jorge Barón Biza charla con Rony Vargas como si el universo —su universo— no estuviera a punto de colapsar otra vez. En doce minutos hablará del amor como salvación, del ácido en el rostro de su madre, de la puntería sombría de su padre. Pero ahora bromea con Passarella, se compara con Borges para enseguida arrepentirse: "No, Dios me libre".
La voz llega desde algún lugar de Córdoba, ciudad que eligió cinco años antes de la entrevista para huir de Buenos Aires y encontrar, dirá, "el clima intelectual, la alegría, las ganas de vivir". La misma ciudad en la que, tres años después de esta conversación, abrirá una ventana en el piso doce y se dejará caer.
El futuro, sin embargo, todavía no existe.
La herencia
"He sido una persona, no lo puedo negar, asediada por la tragedia", confiesa. La frase se talla en la entrevista como un alfiler: sostiene el tejido y al mismo tiempo lastima. Porque la tragedia, para Jorge, no es metáfora; es genealogía.
Su padre, Raúl Barón Biza —playboy, conspirador, pornógrafo—, arrojó ácido sulfúrico a Clotilde Sabattini, hija del gobernador cordobés, y se voló la cabeza con un revólver. Clotilde sobrevivió, se sometió a decenas de cirugías entre Europa y América, y un día de 1978 se dejó caer por la ventana del departamento de la calle Esmeralda. María Cristina, hermana de Jorge, siguió el mismo camino en 1988.
En El desierto y su semilla —esa novela feroz cuyos injertos de carne son al mismo tiempo injertos de prosa— Jorge escribe: "Tarde o temprano yo también seré sólo un texto". Lo será: traducido a varios idiomas, citado por críticos, venerado como unos de los mejores libros de los últimos 25 años por Babelia. Pero en 1998 aún late la esperanza insolente de la semilla: publicar, presentar, viajar.
La ficción
—¿Guarda rencor hacia su padre? —pregunta Rony.
—No. Guardo un enorme respeto. —Pausa—. Lo que pasa es que me dejó una herencia espiritualmente difícil.
Silencio. El entrevistador no lo nota, pero del otro lado del teléfono el escritor acaba de convocar a sus muertos. El ácido, el disparo, la caída: esa contabilidad obsesiva de la sangre que se transmite como una deuda imposible de pagar. Jorge aconseja "dejar las cuentas espirituales limpias" para los hijos; sabe que su propio balance jamás cerrará.
En las páginas de la novela, Mario —su álter ego— acompaña a la madre mutilada por hospitales y prostíbulos europeos. Mientras los cirujanos suturan pedazos de rostro, él bebe, cita a Arcimboldo, se zambulle en una épica de llagas y museos. Afuera, los turistas sacan fotos al monumento que Raúl erigió para su primera esposa, la aviadora Myriam Stefford: un obelisco de ochenta y dos metros, una aguja de hormigón que pincha el cielo de Alta Gracia. "El único monumento al amor en la Argentina", dirá Jorge; un mausoleo que alberga, bajo siete metros de polvo, la leyenda de un diamante y la certeza de un hueso.
La caída
El relato familiar se abre paso como un ciclón en la entrevista radial: Sabattini haciendo campaña para Perón, las joyas empeñadas para pagar deudas, la deriva anarquista del padre golpeado por el hijo de Lugones... Cada dato ilumina y oscurece: fósforos encendidos en una caverna húmeda.
"En algún momento me sentí en una situación desértica. Y le encontré la salida. Creo que de la tragedia se sale con amor", dice Jorge.
¿Cinismo? ¿Esperanza? ¿Un último chaleco salvavidas antes del naufragio?
El epitafio
Junio de 1998 termina. Francia levanta la Copa; Passarella regresa con los bolsillos llenos de excusas. El 25, en el Obispo Mercadillo, Jorge presenta su libro ante un puñado de lectores. Firma ejemplares, sonríe con esa máscara tímida de los que han visto demasiado. Después vuelve a su departamento en Nueva Córdoba, su "cueva", como él le llamaba, un guiño barroco a la noche perpetua.
Tres años y dos meses más tarde, se asoma al balcón y salta. No hay carta. No hay explicación. Quizá ya no hacía falta: "Mi fracaso por comprenderlo me ata a él", había escrito, hablando de su padre, en El desierto y su semilla. En la caída, tal vez, buscó ese abrazo final.
La permanencia
Hoy, las voces de la entrevista sobreviven en el archivo de Cadena 3. El mausoleo de Myriam sigue clausurado, soldado contra saqueadores. El desierto y su semilla circula en ediciones europeas que huelen a papel extranjero. Y Jorge Barón Biza —hijo, hermano, amante, escritor tardío— es, al fin, lo que predijo: sólo un texto.
Pero hay frases que persisten como brasas bajo la tierra. Una de ellas suena, diminuta y obstinada, en la grabación de 1998:
—De la tragedia —dice— sólo se sale por el amor.
Quien escuche sabrá que es una promesa incumplida. O, acaso, el epitafio perfecto de un héroe trágico que nunca dejó de competir en su propio Mundial.
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