Metamorfosis

Copa Libertadores

Metamorfosis

07/02/2019 | 09:23 |

En 4 años, Talleres pasó de navegar por la tercera categoría del fútbol argentino a vencer con autoridad a un coloso del fútbol de América. El hincha acompañó, sufrió y hoy disfruta de un sueño.

Por Juan Schulthess.

Las pestañas de Pablo se habían despegado antes de que el molesto ruido del despertador azotara sus oídos como cada mañana. En realidad, el insomnio le había ganado por goleada esa noche. Su cabeza, caprichosa, perseguía imágenes retro y dibujaba imposibles posibles. “Total, soñar no cuesta nada”, se decía, mientras miraba esa imagen de San Expedito que lo había acompañado en Las Parejas. Y también en Cipolletti. Y en esa tarde de desahogo en Formosa.

El almanaque con los días tachados, en una cuenta regresiva que parecía eterna, marcaba por fin ese 6 de febrero que se veía inalcanzable. El tiempo, a veces amigo, otras veces tirano, volvió a jugar de lo que más sabe y el esperado miércoles llegó. Su corazón latía a un ritmo anormal. Taquicardia, ansiedad y nervios se apoderaron de su cuerpo sin pedirle permiso. Las sensaciones eran conocidas, pero siempre nuevas. En definitiva, así era el amor.

La mañana pasó lenta, como quien espera el 71 un domingo a la siesta. Sus dedos repiqueteaban sin pausa en el escritorio de su oficina, mientras la nostalgia invadía sus pensamientos. Habían pasado 17 años de la última vez que el pasaporte se escondió debajo de su camiseta albiazul.

En esa Libertadores de 2002, América de México, Tuluá de Colombia y River fueron los rivales de Talleres. Pablo había viajado con su viejo, Horacio, que hoy alienta desde el cielo. Él, sin embargo, aún lo siente a su lado. Como aquella tarde en la que lo consolaba después de perder con Argentinos Juniors y caer a la B Nacional, un frío julio de 2004. O cuando conoció el infierno del Argentino A, en 2009. O la desilusión del “no ascenso” frente a Gimnasia de Mendoza a fines de 2014, donde el acrílico roto de la popular Willington representaba la desesperanza que reinaba en esos tiempos difíciles.

Su corazón futbolero sabía de sufrir. En esos 17 años, la “T” pasó seis en la segunda categoría y otra media docena en la tercera, a donde descendió dos veces (la otra, en 2014), con quiebra y gerenciamiento de por medio. Enfrentar a equipos ignotos en canchas con tribunas de madera o ver los partidos camuflado arriba de un árbol comenzaron a ser moneda corriente para él “finde” de por medio, hasta que el tobogán sin fin comenzó a vestirse de ascensor.

Los recuerdos recientes se amontonaban en su cabeza camino al Kempes, y no caía: después de todo lo vivido, su Talleres iba a jugar con el poderoso San Pablo de Brasil, con el que ya se había medido dos veces, por la Copa Mercosur, el 28 de julio y el 26 de septiembre de 2001. Ambos encuentros finalizaron igualados sin goles. En ese conjunto paulista militaban, entre otras estrellas, Kaká, Luis Fabiano y Rogério Ceni.

Pablo llegó temprano y ocupó el mismo lugar que había elegido casi cuatro años atrás, cuando “El Matador” venció a 9 de Julio de Morteros, por la primera fecha del Federal A 2015. Ese día comenzó a materializarse la metamorfosis. El club de barrio Jardín compartió la zona con Defensores de Belgrano de Villa Ramallo, Juventud Unida de San Luis, Unión de Villa Krause, Deportivo Maipú, Independiente de Chivilcoy, Sportivo Las Parejas, Gutiérrez de Mendoza, Tiro Federal y el mencionado 9 de Julio. Más de una vez, Pablo tuvo que googlear al rival de turno para conocerlo. Ahora, le tocaba leer portales en portugués.

La pelota rodó y el mayor coliseo de Córdoba explotó. El enfervorizado e incesante grito de otros 50 mil “Pablos” enmarcaba la agradable noche copera, y las primeras lágrimas brotaron de sus ojos sin que se diera cuenta. El sablazo al ángulo de Juan Ramírez, el misil de Tomás Pochettino y el “ole” de la multitud que colmó el estadio dirigido hacia los futbolistas de uno de los clubes más ganadores de América transformaron sus ojos en un manantial.

Cuando regresó a su casa, sus pestañas tampoco pudieron unirse, el insomnio le seguía ganando por goleada y su cabeza, caprichosa, continuó dibujando imposibles posibles.

Y volvió a mirar la imagen de San Expedito. Y volvió a soñar. En el fútbol, como en la vida, las alegrías son más dulces cuando llegan después de surfear una ola de dolor intenso. Pablo lo sabe. Talleres lo sabe. Volvió la tonada a la Libertadores. Sigue rodando la metamorfosis.