"El Cholo", motor 4.0 e idolatría infinita en Talleres
"El Cholo", motor 4.0 e idolatría infinita en Talleres

#CholoEterno

"El Cholo", motor 4.0 e idolatría infinita en Talleres

01/03/2019 | 21:06 |

Meses atrás, Pablo Guiñazú bromeaba con su edad tras un partido. Llegó en 2016 para jugar la B Nacional, hizo el gol del ascenso y quedará por siempre en la historia de Talleres.

Por Juan Schulthess

"Ya fue, viene de vuelta", le dijo Ángel a su hijo cuando se enteró que el refuerzo top que Andrés Fassi había contratado para la B Nacional se había fracturado la mandíbula en un amistoso. En su largo currículum como hincha, era una historia conocida para él: jugadores de renombre que venían a tirar sus últimas fichas al club y pasaban con más pena que gloria. Dos meses después, "El Cholo" le tapó la boca. Hoy lo tiene tatuado.

Pablo Horacio Guiñazú llegó a los 37 años a Talleres a cumplir dos sueños: el propio y el de su padre. Con el azul y blanco pintado en su corazón, la vida le dio tarde la posibilidad de defender la camiseta que amaba, pero se la dio. Y él no la desaprovechó.

No fue fácil, sin embargo, su arribo a Córdoba. Antes de debutar en la segunda categoría del fútbol argentino, se quebró el maxilar en una jugada casual ante Racing de Nueva Italia. Fue una piña brava. Su cabeza dio mil vueltas y la posibilidad de dejar el fútbol crecía de la mano de la dificultad para comer, pero tenía claro que el que abandona no tiene premio. Como el ave fénix, resurgió. El fuego sagrado le quemaba por dentro y la ilusión se apoderó de él como si estuviera dando sus primeros pasos en el deporte.

"No pateo nunca al arco y me cargan por eso, pero Dios me dijo 'pateá' y se clavó en el ángulo", decía Guiñazú, entre lágrimas, apenas un puñado de meses después, luego de inflar, en la última jugada, la red del arco que cuidaba Gastón Losa, espectador de lujo de un gol inolvidable y de un festejo al cielo inmortal.

Con ese grito en Floresta, la "T" volvía a Primera, 12 años después de empezar a caer en un tobogán que parecía no tener fin y que desembocó un par de veces en el infierno del Argentino A. "El Cholo" había venido para eso, y la historia le tenía preparada la página más gloriosa. Talleres se consagraba campeón invicto y se asomaba, otra vez, en el fútbol grande.

Ya en la máxima divisional, lo tentó un poderoso Boca Juniors. Dijo que no. El amor era más fuerte. Siempre es más fuerte. El "Olé, olé, olé, olé, Cholo, Cholo" se convirtió en el himno tradicional de cada domingo en el Kempes. Su rostro se hizo bandera, se hizo caricatura, se hizo canción, se hizo piel. Si alguien lo veía jugar, le daba 20 años menos a las cuatro décadas que portaba y disimulaba como un camaleón. La mitad de la cancha era suya, y era de todos.

La entrega, el sacrificio y la claridad conceptual para jugar a un toque eran suficientes para comprar el cariño de los hinchas, pero el "5" del "Matador" fue, y es, mucho más que eso: un padre para los más chicos, un hermano para los grandes, un técnico dentro de la cancha y un ídolo para el pueblo albiazul. Quizás, el último gran ídolo para ese sufrido pueblo, que lo veía con los ojos de lo que transmitía: un señor, dentro y fuera del terreno de juego.

"Pasé al motor 4.0", supo decir Guiñazú, entre risas, luego de su último partido con 39 años. La frase, acompañada de su habitual humildad y buen humor, se volverá parte inmanente del inconsciente colectivo cordobés. Porque supo, ante todo, ganarse el cariño de propios y ajenos.

El día más temido por los simpatizantes de la "T" llegó en el amanecer de marzo, y las lágrimas brotaron incontrolables de los ojos de Ángel, de su hijo y de miles más. El emblema albiazul decidió colgar los botines tras 22 años de carrera y disfrutar de su familia, aunque sabe que en Pablo Ricchieri al 3250 siempre estará su casa. El "Cholo eterno" se multiplicó como los panes en las redes. Pasó al motor infinito. El fútbol lo va a extrañar.