"Todos los psicópatas son asesinos", el posteo premonitorio de Luna

El escalofriante doble femicidio de Luna Giardina y su madre, Mariel Zamudio, en Córdoba, trasciende la crónica policial para convertirse en una dolorosa radiografía de la violencia de género, cuyo epílogo fue la dramática búsqueda y hallazgo de un niño de cinco años.

Pero hay un elemento que dota a esta tragedia de un tinte aún más sombrío: un posteo de Facebook que la propia Luna había compartido un año antes, el 29 de febrero de 2024.

“Todos los Psicópatas son asesinos, ya sean forenses criminales o los Cotidianos o Integrados”, comenzaba el texto que, con escalofriante lucidez, distinguía dos formas de matar: la que lo hace “físicamente con barbarie” y la que “mata tu esencia, te mantiene en tensión y zozobra permanente, te anula, te aísla, te destruye con amenazas a tu vida”.

Este último perfil, el del “psicópata integrado” que “no deja huellas de su crimen”, parece dibujar la sombra que la acechaba: Pablo Laurta, oriundo de Uruguay y expareja de Luna, el hombre que el viernes, justo al expirar una orden de restricción que la víctima había intentado extender sin éxito, ingresó a la vivienda y ejecutó a ambas mujeres con una pistola calibre 380.

Los investigadores señalan que las víctimas no tuvieron tiempo de reaccionar, evidenciando la brutalidad de un ataque que rompió el cerco de las denuncias previas, las alertas desoídas y un botón antipánico que, en el momento crucial, dejó de funcionar.

El horror se completó con el secuestro del hijo de la pareja. Tras las detonaciones que alertaron a los vecinos, Laurta huyó con el niño, dirigiendo sus pasos a la terminal de ómnibus y luego, ante la falta de pasajes, tomando un taxi hacia Gualeguaychú. Fue allí, en un hotel, donde la policía pudo dar con el paradero del menor y detener al femicida, quien planeaba cruzar a Uruguay por un paso clandestino.

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El niño quedó bajo la custodia provisional que el fiscal Gerardo Reyes gestiona para una hermana de Luna residente en Chile. Laurta será trasladado a la cárcel de Bouwer.

Pero el entramado criminal parece ser más complejo. Los investigadores ahora conectan a Laurta con la desaparición de Martín Palacios, un chofer de Uber cuyo vehículo apareció incendiado en Córdoba, y no descartan una posible conexión con un incendio en una iglesia evangélica que costó la vida a dos niñas.

La figura del femicida, que Luna había descrito como el asesino que “no deja huellas de su crimen”, comienza a tomar la forma del criminal forense que mata con barbarie, confirmando la doble sentencia que ella misma había compartido. Una advertencia tardía, una voz silenciada por la violencia que expone la urgente necesidad de una respuesta judicial efectiva.

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