¿Para qué sirve que el Cuarteto sea patrimonio de la humanidad?

*Por Pancho Marchiaro.

La noticia ya la conocemos: el Cuarteto fue reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Pero pasado el impacto inicial, el título y la celebración, aparece una pregunta que vale la pena hacerse con un poco más de calma: ¿para qué sirve ser patrimonio?

Porque el patrimonio no es solo una medalla simbólica ni un diploma para colgar en la pared. Es, ante todo, una herramienta. Una forma de decir que algo nos importa, que forma parte de lo que somos y que merece ser cuidado.

Cuando la UNESCO habla de patrimonio inmaterial, no se refiere a edificios ni monumentos. Habla de tradiciones vivas: músicas, rituales, celebraciones, saberes que se transmiten de generación en generación. En esa misma lista conviven el flamenco español, el teatro No japonés, el carnaval de Oruro en Bolivia y ahora también el Cuarteto.

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En Córdoba estamos acostumbrados a pensar el patrimonio desde lo material. La Manzana Jesuítica, las estancias, los edificios históricos que nos recuerdan el paso de los jesuitas y su enorme influencia cultural. Ese patrimonio se ve, se visita y se recorre.

El patrimonio inmaterial, en cambio, se vive. No está quieto: se transforma, se adapta y sigue existiendo porque hay una comunidad que lo sostiene.

El Cuarteto es eso. No solo música, sino una industria cultural completa, con una cadena de valor que se desarrolla casi íntegramente en Córdoba: músicos, técnicos, productores, bailarines, trabajadores de la noche, medios, públicos. Cultura que genera trabajo, identidad y pertenencia.

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Y hay algo más. En el Cuarteto, el ritual importa tanto como la canción. Salir a bailar no es un detalle: es parte central del fenómeno. La ceremonia, el encuentro, el cuerpo en movimiento. Por eso decimos “salimos a bailar” antes que “vamos a escuchar”. Porque ahí está la clave de su fuerza cultural.

Entonces, cuando alguien sale a bailar con La Mona, La Barra o La K’onga, no solo se está divirtiendo. Está participando de una tradición reconocida a nivel mundial. Está sosteniendo una cultura viva.

Ser patrimonio sirve para entender que lo que hacemos —cuando bailamos, cantamos o celebramos— también construye historia. Y que la cultura no solo se disfruta: se cuida, se defiende y se transmite.