Ángel de la soledad

Di María: sobre lesiones y burlas

Ángel de la soledad

21/03/2019 | 13:57 |

Diego Borinsky

¿Es necesaria tanta crueldad y cinismo? ¿Alguien cree, realmente, que el jugador se lastima a propósito, que de verdad quiere realmente lesionarse? O dicho de otra manera: ¿es tan difícil entender que nadie como el propio futbolista es el que más sufre con una lesión que lo priva de ejercer su tarea? En cada una de las profesiones, uno tiene días mejores y peores, algunos le ponen más empeño que otros, unos se preparan con mayor dedicación que otros, pero no poder ni siquiera intentarlo es la cumbre de la frustración. ¿Qué hace el relator cuando se queda sin voz, el pintor sin manos o el cirujano sin pulso? Impotencia pura.

Pues bien, Ángel Di María acaba de sumar su octava lesión en Selecciones Nacionales, como se han encargado de resaltar periodísticamente la mayoría de los medios. Desde aquel choque ante Arturo Vidal en la semifinal del Mundial Sub 20 de 2007 que lo privó de dar el presente en la final que coronaría al equipo dirigido entonces por Hugo Tocalli, hasta un par de salidas anticipadas frente a Bolivia y Venezuela en las últimas Eliminatorias, pasando por su desgarro en cuartos de final del Mundial 2014 contra BélgIca (tras convertir el gol agónico frente a Suiza en octavos, cuando ya íbamos para los penales) y en las Copas América siguientes.

Di María no sufría una lesión que lo sacara de las canchas desde hace más de 2 años (febrero 2017), y en la actual temporada es el tercero que más minutos lleva en cancha de su equipo (PSG) en la liga francesa, donde le ha sacado 20 puntos de ventaja al segundo. También fue titular en los 8 partidos de Champions League.

Evidentemente, más allá de tratarse de un futbolista explosivo y que realiza un gran desgaste físico por su incansable ida y vuelta, es decir que es propenso a problemas musculares, existe un componente psicológico que lo martiriza en su vínculo con la Selección. De hecho, lo admitió el propio Di María en enero de 2018, cuando contó que había decidido ir a un psicólogo para poder sobrellevar esa relación con la celeste y blanca de un modo más sano. Lo hizo en el diario La Nación. Y luego lo profundizó en The Players Tribune, una publicación en la que los futbolistas narran sus historias de vida en primera persona.

Transcribo textual un pasaje de la edición del 25 de junio de 2018 de The Players Tribune en la que Di María confesó por primera vez cómo reaccionó frente a las presiones del Real Madrid antes de la final del Mundial 2014.

"Me acuerdo cuando recibí la carta del Real Madrid. La rompí antes de abrirla. Esto pasó en la mañana de la final del Mundial 2014, exactamente a las 11. Yo estaba sentado en la camilla a punto de recibir una infiltración en la pierna. Me había desgarrado el muslo en los cuartos de final, pero con la ayuda de los antiinflamatorios ya podía correr sin sentir nada. Les dije a los preparadores estas palabras textuales: “Si me rompo, déjenme que me siga rompiendo. No me importa. Sólo quiero estar para jugar”.

Y ahí estaba, poniéndome hielo en la pierna, cuando el médico Daniel Martínez entró al cuarto con un sobre en la mano y me dijo: “Ángel, mirá, este papel viene del Real Madrid”. 

“¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo?”, le dije.

Me contestó: “Bueno, ellos dicen que no estás en condiciones de jugar. Y nos están forzando a que no te dejemos jugar hoy”.

Inmediatamente entendí lo que estaba pasando. Todos habían escuchado los rumores de que el Real quería comprar a James Rodríguez después del Mundial, y yo sabía que me querían vender para hacerle lugar a él. Así que no querían que su jugador se rompiera antes de venderlo. Era así de sencillo. Ese es el negocio del fútbol que la gente no siempre ve.
Le pedí a Daniel que me diera la carta. Ni siquiera la abrí. Solamente la rompí en pedacitos y le dije: “Tirala. El único que decide acá, soy yo”. 

Sinceramente quería jugar ese día, incluso si se terminaba mi carrera. Pero tampoco quería hacerle las cosas más difíciles al equipo. Así que me desperté muy temprano y fui a ver a nuestro técnico, Alejandro Sabella. Teníamos una relación muy cercana, y si le llegaba a decir que quería jugar, seguramente él iba a sentir la presión de ponerme. Así que le dije honestamente, con una mano en el corazón, que él debía poner al jugador que él sintiera que tenía que poner.
“Si soy yo, soy yo. Si es otro, entonces será otro. Yo sólo quiero ganar la Copa. Si me llamás, voy a jugar hasta que me rompa”, le dije.

Y entonces me largué a llorar. No lo pude evitar. Ese momento me había sobrepasado, era normal. (…) Me dicen que mi padre era mejor jugador que yo, pero se rompió las rodillas cuando era joven y su sueño de ser futbolista murió. Y me dicen que mi abuelo todavía era mejor que él, pero perdió las dos piernas en un accidente de tren, y ahí murió su sueño.

Quizás ahora entiendan por qué estaba llorando delante de Sabella antes de la final del Mundial 2014. No estaba nervioso. No estaba preocupado por mi carrera. Ni siquiera estaba preocupado por no empezar el partido. Con una mano en el corazón, la verdad es que lo único que quería era que lográramos nuestro sueño. Quería que se nos recordara como leyendas en nuestro país. Y estuvimos tan cerca".  

Es imposible no conmoverse con este testimonio. No comprender que más allá de gustos futbolísticos (son muchos los que ansían ver al Pity Martínez o a otro por ese sector) y de la bronca/frustración lógica por las derrotas en tres finales consecutivas con rendimientos bajos de estrellas como Di María, detrás de todo eso hay un hombre que siente la camiseta, y la siente tanto que se lesiona cuando lo supera el deseo o la responsabilidad.

Es decir: si se manca físicamente con la celeste y blanca es porque no le resulta indiferente, no le da lo mismo. Porque le importa. Después vendrá la discusión futbolera, pero seamos agradecidos, o al menos respetuosos, como futbolistas que abandonan la comodidad de París, o de la ciudad que sea, porque los nubla la obsesión de ganar un título de mayores con la camiseta que todos queremos tanto.