Sociedad

Turismofobia

07/07/2017 | 12:18

De lo que se exagera se empacha. Una sentencia que bien podríamos haber escuchado de nuestra abuela encaja como un guante para definir el problema creado por la masificación del turismo en varias ciudades europeas.

Parece increíble pero ha llegado la saturación de la que a mediados del siglo pasado la llamaban “ industria sin chimeneas”, un aprovechamiento de los recursos naturales históricos y culturales que generó notables beneficios y salvó las economías de varios países.

Ningún continente posee un perfil tan definidamente turístico como Europa. La globalización amplificó a todo el planeta el magnetismo de este conjunto de naciones cargadas de historia, con riquezas naturales bien conservadas y una estabilidad y seguridad solamente alteradas por el reciente incremento del terrorismo yihadista.

Con todo el viento a favor, ciudades emblemáticas de la cultura occidental como París, Roma, Venecia, Ámsterdam, Barcelona y Londres fueron pulverizando año tras año sus propios records de visitantes, con la proporcional exigencia de adecuar sus infraestructuras a las riadas humanas que desbordaban a menudo las principales atracciones.

Hubo quienes prematuramente anticiparon el conflicto, como el teólogo suizo von Balthasar que allá por los '60 llamó “termitas” a los que devoraban monumento tras monumento, ciudad tras ciudad sin apenas impregnarse de nada.

Ahora todo este fenómeno podría englobarse bajo un término más directo: los low cost, un proceso que se inicia en los vuelos baratos que cada vez cubren mayor radio (Argentina está de estreno en este mercado) y continúa en los alojamientos alternativos entre particulares, como AirBnb o Booking, hasta abarcar las cadenas de comida rápida por todos conocidas. Y en las ciudades con salida al mar, un problema añadido: el anclaje de cruceros que dispersan miles de “termitas” que por unas horas se suman a la marea ya insostenible. El turismo gasolero, como también se lo conoce en Argentina, no es el negocio boyante que traía un turismo más cualificado y selecto. Más al contrario, este tipo de turista acaudalado se desvía hacia otros parajes menos saturados.

La afluencia desmedida de visitantes en ciudades como las nombradas anteriormente, donde todo el año es temporada alta, está cambiando también el perfil social de sus centros urbanos, donde se vive un fenómeno llamado Gentrificación, una transformación que reemplaza vecindad por elitismo, donde la proliferación de pisos turísticos y la apertura incesante de locales dedicados sólo al ocio están expulsando a la población permanente de los barrios más céntricos, como puede constatarse en Madrid o en Barcelona, por poner algunos ejemplos.

Toda esta situación ha puesto en pie de guerra a los residentes habituales de las áreas históricas que exigen a sus autoridades un límite al padecimiento diario de transitar por sus calles esquivando ejércitos de maletas rodantes, con vecinos de la puerta de al lado que cambian todas las semanas, con sus bares y mercados tradicionales sepultados por locales fashion, suciedad y ruidos a todas horas.

La turismofobia, sostienen algunos expertos, no es el odio al turista sino más bien contra el sistema depredador que permite este desmadre salvaje, donde en una misma bolsa y todos manoseaos, se corrompen touroperadores, gobernantes y especuladores, movidos por el interés común del negocio sin escrúpulos.

En Argentina solamente puedo concebir una incipiente turismofobia en plazas muy concretas, como Carlos Paz y Mar del Plata, y en fechas muy acotadas, como enero y febrero y algunos puentes.

Pero ya quisiera el ministro Santos y sus colegas provinciales del turismo tener que enfrentar este problema, Argentina necesita rentabilizar sus recursos turísticos, ha salido a promoverlos por el mundo y se ha fijado el objetivo de alcanzar los 9 millones de visitantes al final de esta década.

Habrá que gestionar este proceso con gradualidad y sostenibilidad, o se correrá el riesgo de contagio de la plaga que en Europa ha despojado al turismo de buena parte de su glamour, encanto y beneficio social.

El que avisa no es traidor.