Internacionales

Més que un club

28/07/2015 | 11:42

Las relaciones políticas e institucionales entre Cataluña y España llevan ya varios meses de máxima tensión, provocada por los continuos movimientos que pretenden desembocar en una declaración de independencia de la histórica comunidad autónoma.

Si ninguna sorpresa se cruza en el camino, el próximo 27 de septiembre los catalanes volverán a las urnas para elegir un nuevo gobierno.

Pero que nadie se llame a engaño: se trata de un plebiscito no declarado que busca trazar una raya que ubique de un lado a los partidos y agrupaciones en favor de la soberanía y del otro a los que defienden el actual vínculo con el Estado español.

De la cantidad de legisladores que queden a cada lado de esa linea divisoria dependerá que la declaración unilateral de independencia sea una realidad o una quimera.

Y en este contexto hay que situar al, hoy por hoy, ícono más universal del catalanismo: el Fútbol Club Barcelona. Tiempo atrás podría haber sido Dalí, Pau Casals o el ahora denostado clan Pujol. Hoy ni siquiera Serrat, o Ferrán Adriá, o Pau Gasol pueden ponerse al nivel de representatividad del club de Messi. Ahora que lo nombro, ni Messi mismo es más que el Barça. Porque el Barça es més que un club (más que un club).

Porque el vínculo entre el FC Barcelona y la imagen de Cataluña es demostrable incluso desde las épocas de la dictadura franquista. Eran los triunfos deportivos, especialmente contra su eterno rival, el Real Madrid, los que compensaban de alguna manera la sumisión de una cultura mediterránea y progresista basada en Barcelona hacia la dominante Madrid, autoritaria, cortesana, holgazana y mediocre.

El Barça siempre fue, y ahora mucho más, el orgullo de (casi todos) los catalanes, fascinación que no tardó en llamar la atención de la clase política, especialmente cuando retornó la democracia a España.

Cuando un objetivo político se puede reforzar con la pasión que despierta un sentimiento de identidad con origen deportivo pero con amplia transversalidad social, la fórmula parece inmejorable.

Y entonces, ¿cómo no hacer de este club uno de los mascarones de proa del independentismo?

Lo raro sería lo contrario, que la entidad culé apoyase la continuidad de la actual relación con el resto de España. Sería una traición.

Ello explica que todos los candidatos a la reciente elección que le otorgó un nuevo mandato a Bartomeu, firmaran un documento a favor de la soberanía; ello justifica los recientes diseños de las camisetas, cuya segunda equipación viene suplantando los tradicionales blaugranas para estampar los colores y el diseño de la bandera catalana.

También aquí encaja que hasta el mismo Pep Guardiola haya aceptado ocupar simbólicamente el último lugar en la lista de candidatos del principal polo independentista.

Y por si hubiera dudas de la simbiosis entre la afición y el establishment separatista, el Camp Nou se llenó de pitadas y silbatinas contra la monarquía y el sistema político español, cuando se disputó hace un par de meses la final de la Copa del Rey.

Sin embargo, en el largo plazo, este uso nacionalista de la imagen del Barcelona podría erosionar, y ya se ven algunos síntomas, a la nutrida legión de hinchas que habitan en el resto de España, que en las últimas décadas han crecido notablemente.

La ecuación es compleja: un club con pretensiones planetarias, cautivo de un movimiento soberanista con escasa proyección internacional. Esa es la paradoja que el FC Barcelona debe resolver sin demoras, si aspira a ser “més que un club” más allá del territorio y de la cultura catalana.