Internacionales

Los últimos nietos

12/12/2015 | 07:53

Un nuevo fracaso de otra Cumbre del Clima. París, que podría haberse redimido de tanto horror fanático sirviendo de escenario del cambio de consciencia sobre el cambio climático, será recordada como otra oportunidad perdida en el intento de salvar a las futuras generaciones de un entorno que hará muy difícil la vida tal como la hemos conocido hasta el momento.

Nuevamente, como en Kioto, Estocolmo, Río de Janeiro, Johannesburgo...la miopía de los poderosos intereses cortoplacistas han vuelto a descafeinar el paquete de medidas de reducción de emisiones contaminantes por acción humana que la comunidad científica reclama cada vez con más evidencias, con mayor apremio, con creciente angustia.

Parece que todavía no ha llegado el tiempo político que haga virar el rumbo hacia una economía verde que renueve y no extinga. Desde hace muchos años, algunos expertos se lanzaron en solitario a advertirnos acerca de lo que ahora pocos niegan.

Recuerdo en mis años en Córdoba, mediados los '80, la sorna, el menoscabo y la indiferencia con que los poderes públicos trataban al biólogo Raúl Montenegro, lobo estepario en defensa de la ecología, cuando había una tímida toma de consciencia sobre la finitud de los recursos naturales y la mayoría los depredaba sin ningún miramiento.

Por esas épocas también, Carl Sagan nos recordaba que éramos “un punto azul y pálido” en el firmamento espacial captado por la sonda Voyager a millones de kilómetros de la casa común. Y que debíamos cuidarlo, porque hasta lo conocido, nuestro planeta no tenía recambio.

Hace casi 20 años, ya en Madrid, pude hablar con Susan George, referente mundial en la lucha por los derechos humanos, la democracia y la sostenibilidad. No olvido su frase al despedirnos: “la avaricia y la insensatez acabarán por diezmar a la humanidad y a nuestro entorno natural”.

Jane Goodall, a quien muchos seguramente hemos visto meciendo orangutanes bebés junto a sus madres primates, no oculta su preocupación al afirmar que “si las próximas generaciones no hacen un mejor trabajo, en 100 años no me gustaría estar en este planeta”.

Así estamos, “mal, pero empeorando” según gustaba decir un viejo amigo.

En unas pocas décadas más, tal vez años, la reacción de la Naturaleza a tanta agresión humana infringida se hará tan evidente, si no lo está siendo ya, que hasta el último negacionista plegará su orgullo e ignorancia.

Será tarde, muy probablemente irreversible.

Y entonces brotará un egoísta instinto de supervivencia que se llevará por delante las buenas intenciones de un rescate global, no sólo de nuestra especie, sino de otras miles, animales y vegetales, que nos acompañaron hasta estas etapas evolutivas.

Ante un panorama desolador, no sería irracional pensar que grandes segmentos sociales y étnicos eligiesen renunciar a la procreación para evitar a su descendencia el sufrimiento ineludible de un mundo inhabitable.

Y tal vez, no están muy lejos los tiempos que nos enfrenten a este dilema vital.

Tan cerca, que tal vez sean estas generaciones las que puedan disfrutar de los últimos nietos.

Vienen semanas de reflexión y buenos deseos, guardemos alguno para nuestro planeta y sumemos nuestro compromiso individual de sostenibilidad. Le hace mucha falta, nos hace mucha falta.