Sociedad

La muerte de la muerte

12/06/2017 | 09:53

Como si llevásemos el coche al taller. Del mismo modo que nuestro mecánico de confianza traza un diagnóstico de los fallos que aqueja al vehículo y nos recomienda reemplazar algunas piezas y renovar los fluidos que devolverán el rendimiento óptimo al coche.

Algo parecido ocurrirá dentro de algunas décadas cuando nuestros desgastados cuerpos acusen el paso del tiempo o enfermen incluso prematuramente. La tecnología será la mejor aliada para extender nuestras vidas hacia parámetros nunca conocidos, colocándonos más cerca, sin resolverla, de la eterna quimera que el hombre ha perseguido por siempre: la inmortalidad.

Hace algunas semanas pasó por Barcelona, Aubrey de Grey, uno de los referentes mundiales en investigación en biogerontologíaa, quien sostuvo que “no es necesario retrasar el envejecimiento ni conocer el metabolismo, ni tampoco preocuparnos por las patologías si comprendemos que la clave es el mantenimiento, el buscar aproximaciones concretas para cada tipo de daño, porque con ello se podrá bloquear el envejecimiento”.

De Grey, cofundador y director de Sens, fundación dedicada a terapias médicas regenerativas, precisó que, entre otros técnicas, ello se logrará mediante la eliminación selectiva de células dañadas o la estimulación inmunitaria para abatir células cancerígenas.

Se aplicaría así una metodología de medicina preventiva basada en un mantenimiento permanente de unos parámetros sanitarios que evitarían el desgaste natural que invariablemente nos llevan al deceso.

Los expertos que llevan décadas investigando las terapias antiedad están convencidos de que en esta primera mitad del siglo XXI habrá más avances que en los dos milenios precedentes, debido al desarrollo exponencial de las tecnologías vinculadas al envejecimiento. El porvenir que está a la vuelta de la esquina también consolidará los órganos creados mediante impresión 3D.

Prestemos atención a otro exponente del futuro que nos llega. Es Yuval Noah Harari, historiador y científico israelí, que pronostica un notable crecimiento en la esperanza de vida en las próximas décadas, por la confluencia entre la inteligencia artificial, el big data y la ingeniería biológica. Pero lejos del mundo idílico que De Brey parece avizorar, Harari ve venir una humanidad dividida entre humanos “mejorados” y una masa de personas “inútiles”. La versión futurista de la lucha entre ricos y pobres.

El escepticismo de Harari invita a una reflexión profunda. Porque por encima de las aplicaciones específicas que la tecnología aportará para estirar la vida y arrinconar a la muerte, la nueva era traerá dilemas morales, religiosos, económicos, existenciales y filosóficos cuyo debate deberá abrirse en canal para que intentemos asumir y acostumbrarnos a lo que se viene.

Nunca el ser humano se vio tan de frente con un cambio que viene a cuestionar gran parte de sus convicciones y principios.

La vida que se alarga por encima de sus límites naturales, la muerte que se aleja hasta cuestionarla como la única certeza con la que nacemos.

Tanta inquietud como ilusión, tanta incertidumbre como esperanza.