Internacionales

El coche del pueblo escupe basura

03/10/2015 | 10:51

A finales de agosto estuve unos días de vacaciones en la Selva Negra alemana, nombre tan presuntuoso como estrictamente falso: es un bosque de unas pocas especies de coníferas, que le otorga un uniforme tono verde oscuro, salpicado de praderas donde pastan unas vacas afortunadas. Indudablemente bonito, pero ni selva, ni negra.

Algo parecido acaba de pasar con el “coche del pueblo” (traducción de Volkswagen), ese emblemático producto automotriz promovido por Hitler como una de las muestras del poderío ario. Después, en los años de recuperación tras la cruenta guerra mundial, la industria del motor fue uno de los pilares del llamado milagro alemán, basado en la austeridad, el rigor, la seriedad y la confiabilidad de sus productos y de sus hacedores. Y en la montaña de dólares de los aliados, para no pasar por alto esos detalles tan innegables.

Hace pocos años, hasta Claudia Schiffer se envolvió de patriotismo, afirmando en anuncios publicitarios lindezas tales como “no es un secreto, los alemanes se toman todo muy en serio, pero cuando se trata de coches, demasiado en serio no es demasiado”. Vaya autoestima. Y remataba la faena con una afirmación tajante: “es un coche alemán”. Todo dicho.

Hasta hoy.

Tal imagen, tan hábilmente edificada entre los consumidores del resto del mundo, comenzó a desmoronarse hace unas pocas semanas cuando un pequeño laboratorio estadounidense dejó en evidencia las miserias morales y las trampas técnicas de Volkswagen para superar los controles de contaminación en once millones de sus unidades diesel. Se tambaleaba un mito.

¿Pero cómo pudo ser?, se preguntaban empachados de sorpresa los expertos mundiales del automóvil. Y los políticos, y los periodistas, y la gente de la calle.

“Eso pasa por dejarnos llevar por los prejuicios culturales, cuentacuentos hay en todos lados”, escuché decir a un tertuliano que participaba de un entusiasta debate con sus amigos en un bar cercano a la madrileña plaza de Alonso Martínez.

Ni la selva es selva, ni el coche del pueblo es ya tan confiable. En ambos parece asomar el intento de disfrazar con palabras aquello que no es.

Lo que hace unas semanas arrancó como una noticia de corto recorrido y delimitada a la marca en cuestión, amenaza ahora con perjudicar a la “Marca Alemania” y a toda la industria automotriz europea. Otros fabricantes reconocen haber caído en el lodo de la manipulación delictiva.

La confianza en los productos germanos se cae a pedazos en la opinión pública, y tanto desde la cancillería de Berlín como desde los despachos europeos de Bruselas se perciben tanto los esfuerzos políticos para minimizar los riesgos como la preocupación creada tras dejar a Volskwagen con las miserias al aire.

Al aire, sí, ese que siguen contaminando millones de coches de una marca tramposa.