Internacionales

Cataluña, una ruptura sentimental

20/11/2017 | 07:47

Durante mi reciente visita a Argentina me sorprendió el interés que despierta la crisis política entre el Estado español y Cataluña, que tal vez por mi erróneo cálculo consideraba que sería escaso y lejano.

Comprobé una vez más la enorme influencia de los medios de comunicación en la formación de la opinión pública, apenas matizada por el relato de argentinos que viven en territorio catalán y que han podido expresar sus pareceres a amigos y familiares que residen tan lejos.

También entre compatriotas colegas de profesión he advertido mucha preocupación por una posible ruptura entre un territorio tan importante y el resto del Estado. Es lógico, cuesta concebir en este punto de la historia contemporánea una fractura de tal calibre, que de hacerse realidad, generaría unas consecuencias que superarían con creces el estricto ámbito geográfico de su implantación. Si Europa no muestra ni mostrará ninguna simpatía con los soberanistas catalanes es porque tras su hipotético éxito se alinearían las hasta ahora dificultosamente controladas apetencias independentistas de otras regiones, como los corsos franceses, la Padania italiana, la Baviera alemana y los flamencos belgas.

El torbellino informativo de las últimas semanas, cuando el procés separatista acaparaba las portadas de la prensa y los titulares de los noticieros, ha dejado de lado a los ciudadanos comunes, que solo se visualizan bajo la forma de la masa cuando salen a manifestarse en las calles.

Vamos a tratar de acercarnos a ellos, en realidad quiero compartir con ustedes las experiencias recogidas en diferentes visitas que hice a Barcelona en las últimas semanas, amalgamadas con las actitudes, también vinculadas al conflicto, que he percibido en el resto de España.

Se ha producido un renacer del sentimiento patriótico en la España no catalana, revestido de un marcado tono beligerante, visible en el despliegue de banderas en balcones y edificios públicos, en las soflamas encendidas de políticos, en el activismo de las redes sociales y en la lamentable reaparición de exaltaciones fascistas que la democracia había logrado neutralizar en gran parte. Ha crecido el anticatalanismo de Sevilla a Zaragoza y de Asturias a Valencia, con la sola excepción del País Vasco, que por sintonía separatista simpatiza con sus pares catalanes. El gobierno de Rajoy, lejos de contemporizar, ha echado gasolina a las brasas. La grieta podría distinguirse desde la Estación Espacial. Hablas con la gente y extrañas los mensajes de concordia, la mayoría pide cárcel y escarmiento a los que han osado rebelarse contra la unidad de España.

Y no debemos pasar por alto a la inmensa franja de catalanes que no apoyan ningún sueño soberanista y prefieren continuar integrados en España, llamados “la mayoría silenciosa” por haber ganado la calle en contadas ocasiones y ser menos vehementes y demostrativos que los secesionistas.

En la otra orilla de la grieta, los ciudadanos que apoyan la independencia se debaten en estos momentos entre la decepción y la angustia. Los líderes políticos que los representaron han demostrado no estar a la altura de los acontecimientos históricos que asumieron y el baño de realismo que conllevó el fracaso de la declaración de la República catalana ha dejado a sus seguidores en el limbo. Sin embargo, no hay indicios de que la ruptura sentimental con España haya sufrido merma alguna. La distancia afectiva ya se había consolidado años atrás y ha formado un callo en el corazón de muchísimos catalanes a los que ni siquiera el Rey Felipe VI tuvo el detalle de incluir y abarcar en su discutido discurso de semanas atrás. Todas las descalificaciones del gobierno, políticos e instituciones españolas dirigidas a las autoridades y referentes de la separación, soslayaron e ignoraron el sentimiento de casi tres millones de catalanes. Neutralizado y parcialmente encarcelado el Govern, unos pocos se dan cuenta ahora de que esa inmensa minoría social, cercana al 50%, sigue esperando ser tenida en cuenta. Insisto en esta palabra: el sentimiento, tan poco visto en titulares y análisis, es la piedra angular del conflicto. Se podrán cambiar leyes, se podrá intervenir a una comunidad, se podrán neutralizar sus denunciados focos de adoctrinamiento nacionalista como las escuelas y los medios de comunicación; mientras no se aborden las causas de la crisis afectiva de esta nada desdeñable porción del pueblo catalán, la reconciliación será una quimera.

Es hora de que vuelva la política, pero no en brazos de esta mediocre dirigencia de ambos lados. Y es hora también de que la política se enriquezca con cualidades tan humanas como la empatía, la sensibilidad y la afectividad.