Y esto no es un brindis: 2019 será mejor que 2018

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Y esto no es un brindis: 2019 será mejor que 2018

01/01/2019 | 14:30 |

Cada recambio de año llega con un balance bajo el brazo. Nos preguntamos si nos fue mejor o peor. Y no sólo en lo personal. También nos preocupa si nuestro país, si el mundo, están mejor.

Adrián Simioni

Hay buenas razones para pensar que, en promedio -en promedio, subrayemos- todos estamos mejor, que la humanidad va a avanzando lenta pero inexorablemente hacia arriba.

Por supuesto que eso no contempla los millones de tragedias personales, familiares y sociales que tienen lugar cada año. Ni, incluso, los retrocesos masivos de los que la historia da sobradas pruebas: basta considerar los 50 millones de muertos de la Segunda Guerra.

Sin embargo, toda una corriente de analistas, filósofos, demógrafos e historiadores viene marcando una nueva teoría del optimismo. Sus escuderos parecen aquél Cándido, el personaje de Voltaire que podía interpretar por la positiva hasta los terremotos. Sin embargo, postulan con datos un crecimiento incesante del bienestar de la humanidad.

Human Progress, por ejemplo, es una organización dedicada a documentar esta mejora. Depende del Think Tank conservador Cato Institute. Y muchos de sus datos son contundentes. Entre miles y miles de registros, aquí van apenas algunos, que toman como punto de partida de la comparación el año 1966 (podría tomarse cualquier otro año, las mejoras serían igual de consistentes):

1- En 1966, hace menos de 60 años, la expectativa de vida a nivel global era de 56 años. Hoy es de 72. Por cada año que pasó fuimos viviendo ¡tres meses más!

2- De cada mil nacidos vivos, 113 morían antes del año. Hoy mueren 32.

3- La mitad de las personas tenían un ingreso mayor a 6.000 dólares de hoy. Hoy esa cifra es de 16.000.

4- La disponibilidad de alimentos pasó de 2.300 calorías diarias por persona a más de 2.800.

5- Las personas iban 3,9 años a la escuela. Hoy asisten durante 8,4 años.

6- El mundo es menos autoritario. Un índice que combina desde cantidad de gobiernos democráticos hasta la vigencia de poderes judiciales independientes muestra un crecimiento de 536%.

La lista puede continuar al infinito. Hay menos guerras. Hay menos personas reclutadas en los ejércitos en todos, todos, los continentes. Y no es una cuestión de los últimos 100 años. Es consistente desde el inicio de la agricultura, cuando el paso de la recolección y la caza al consumo de harinas y el consecuente cambio de dietas aparentemente redujo la expectativa de vida en forma momentánea.

Somos 7.500 millones de personas. Y vivimos más que nunca. Jamás fuimos tantos sobre la tierra. Pero ya no vemos las masivas hambrunas africanas. No se terminaron, pero se redujeron drásticamente. ¿Hay catástrofes migratorias? Sin dudas y son terribles las que sufren africanos que buscan llegar a Europa y se ahogan en el Mediterráneo. O las que protagonizaron cientos de miles de sirios. Pero en cantidad de muertes, en sufrimiento humano, son incomparables al escarnio de guerras civiles, dictaduras, limpiezas étnicas, hambrunas y epidemias mortales que cruzaron ese continente hasta mediados de 1990.

Steven Pinker es hoy el más famoso de los nuevos optimistas. Este científico cognitivo canadiense saltó a la fama con “Defensa de la ilustración”, un texto en el que sostiene la necesidad de defender los principios de aquellos europeos del siglo XVII, su confianza en la educación y la paulatina apertura de las sociedades pluralistas, como pilares del progreso democrático y liberal del mundo.

Entre muchas otras cosas Pinker se pregunta por qué tendemos a tener una visión de que todo tiempo pasado fue mejor. Y sus hipótesis, además de ser múltiples, suenan convincentes. Por ejemplo, los únicos testigos posibles del pasado son las generaciones adultas, por definición. Y para alguien de 70 años, con pocas probabilidades de ocupar un lugar central en su familia, su comunidad o su trabajo, es razonable sentir nostalgia e idealizar el mundo de hace 40 años, cuando él tenía 30 de edad, ocupaba el centro de la escena y estaba en su plenitud física y mental para comprender una situación que dominaba.

Otra hipótesis tiene que ver con el ciclo vital de las noticias. Los medios de comunicación, mientras los diarios de papel fueron hegemónicos, se manejaron con un circuito de 24 horas. Cada día, tenían que aparecer noticias. Y eso tendió a privilegiar sucesos de corto alcance. Dice Pinker que si los diarios hubieran salido cada 50 años las noticias jamás habrían sido un accidente de tren en el que mueren cientos de personas o una inundación que se lleva un pueblo y mucho menos el asesinato de la noche anterior. La noticia hubiera sido que la expectativa de vida en los últimos 50 años se incrementó 30 por ciento. Y tiene razón. Cualquier editor habría elegido esta última por importancia e impacto.

No se trata de negar las catástrofes personales, los dramas de cualquier comunidad, los desastres que afectan a sociedades enteras, desde el ajuste argentino al éxodo venezolano; desde la infiltración social y estatal del narco mejicano a la violencia extrema de Brasil, por sólo citar ejemplos de nuestro barrio cercano. Ni se trata de negar que aparecen problemas nuevos y graves: el del equilibrio ambiental, cómo negarlo, tal vez el último resumidero al que exportamos nuestras crisis no resueltas.

Pero se trata de levantar un poco la mira. Ponerse en puntas de pie para espiar por encima de las tapias que suelen rodear nuestra percepción inmediata, la manija que tendemos a darnos entre todos. Si lo hacemos, veremos que, efectivamente, todo mejora. En promedio, en 2018 todos en esta Tierra hemos estado mejor que en 2017. Y este año que comienza será casi seguro mejor que el otro. Y esto no es un brindis. Es una constatación demográfica y social que hace siglos se viene verificando.