Una lección griega para la Argentina

Política esquina economía

Una lección griega para la Argentina

09/07/2019 | 07:29 |

Alexis Tsipras perdió las elecciones en Grecia. Subió al gobierno haciendo creer que podía eludir el ajuste sin salir de Europa. Y luego aplicó uno mucho más cruento. Su país sólo ganó inestabilidad.

Adrián Simioni

El ascenso, traición y caída del gobierno de Alexis Tsipras en Grecia tiene el atractivo de las tragedias cuyo final se presiente y, sin embargo, no podés dejar de mirar. Y los ecos de esa gran obra resuenan sin dudas en Argentina, aunque las diferencias con Grecia sean múltiples e insuperables.

Tsipras fue, por estilo, discurso y propuestas el más cristinista de los políticos europeos junto a, tal vez, Pablo Iglesias, el español de Podemos. Sólo que Iglesias nunca gobernó.

La crisis financiera de 2009 expuso a muchos países europeos que por décadas habían vivido de los préstamos de la Europa rica. 

Ese dinero debía invertirse bien (en infraestructura, por ejemplo) para que los países pobres de la Unión pudieran “alcanzar” en productividad a los ricos. Sólo así podrían llegar a tener una moneda única, que no fuera ni despreciable para los ricos ni inalcanzable para los pobres. Pero muchas élites, como la griega, usaron esa plata para pasarse 20 años de fiesta: demagogia, clientelismo, un Estado enorme y fofo. Con la crisis del 2009 todo terminó. Los deudores (países, empresas, particulares) en euros no podían ni soñar con devolver lo que tan fácilmente habían obtenido.

Un FMI por triplicado

La Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI (la famosa troika) jugaron entonces un rol parecido al que hoy juega el FMI con Argentina. Asistieron a una Grecia en quiebra con préstamos a cambio de reformas fiscales, previsionales, laborales. Cayeron varios gobiernos, con protestas en las que Tsipras y su partido Syriza jugaron roles cada vez más fuertes. En 2014 Syriza hicieron caer al gobierno de centro derecha liderado por Nueva Democracia. Y otra vez el acuerdo con la troika quedó en nada.

De esas elecciones surgió el gobierno de Tsipras, que llegó con una mentira grosera: les hizo creer a los griegos que era posible rechazar el ajuste sin salir del euro ni de la Unión Europea. Tsipras deshizo lo poco que habían avanzado los antecesores. Paralizó privatizaciones, eliminó copagos en la salud pública, retomó empleados públicos despedidos y decretó pagos extra a jubilados.

Fiesta y, después, panqueques

La fiesta le duró seis meses. Cuando vio que Grecia estaba a días de quedar fuera de la Unión Europea y del default retrocedió en un proceso de profundo cinismo. Las encuestas mostraban mayoría de griegos resignados a aceptar el ajuste para no abandonar Europa. Confiado en eso, Tsipras convocó a un referendo. Hizo campaña por el “No” a la austeridad, sin mucha convicción. Y resultó que los griegos votaron “No”.

Lo que siguió fue una de las mayores panquequeadas de la historia. Tsipras se dio vuelta contra su propio referendo, en 10 días, Syriza, con ayuda de Nueva Democracia, aprobó en el Congreso aceptar el ajuste, que terminó siendo mucho más draconiano que el que había intentado antes Nueva Democracia y que el que habían rechazado los griegos en el referendo.

Eso es deuda y no macana

Syriza se partió y perdió la mayoría parlamentaria. Hubo elecciones y Tsipras, increíblemente, ganó, ahora apoyado por moderados de todas partes. Entonces puso manos a la obra: rebajó hasta 30% las jubilaciones, creó y subió impuestos (IVA 24%), privatizó puertos, aeropuertos, empresas estatales y hasta la Lotería. Bajó el salario mínimo (que de todos modos no se cumple) y endureció los requisitos para que un sindicato pueda declarar una huelga, entre un centenar de reformas más.

Sólo por el rescate firmado por Tsipras, Grecia se endeudó en 96 mil millones de dólares, que empalidecen ante los 54 mil millones de Argentina con el FMI: casi 9.000 dólares por griego contra 1.300 por argentino.

El domingo, después de otras acciones impopulares (un acuerdo con Macedonia, el grosero desmanejo de un trágico incendio), Tsipras perdió las elecciones. Syriza no desaparece y será por lejos la principal oposición. Pero el gobierno pasó a manos de Nueva Democracia, aquel partido al que Syriza hizo caer por pactar un ajuste menor al que luego aplicó Tsipras.

Al final, la sensación es que Syriza hizo perder un tiempo precioso, agravando costos de una crisis que no podía esquivarse. Tsipras probablemente al principio se engañaba a sí mismo. Pero ciertamente engañó a sus votantes.

¿De dónde saldrán los “pesos en la billetera”?

La peripecia griega resuena en Argentina. El principal candidato opositor, Alberto Fernández, ha reiterado ayer lo que ya había dicho otro postulante. “Vamos a poner plata en el bolsillo de la gente”, había dicho Roberto Lavagna.
Eso y muchas cosas más no van a poder ser del modo en que las están dando a entender. Se ha dicho hasta el cansancio: con una inflación mayor al 2% mensual, el Estado no puede emitir; con la actual presión impositiva, recaudar subiendo impuestos es irreal; y nadie nos presta plata. No hay de dónde sacar billetes para poner en el bolsillo de nadie.

Si alguna vez el ajuste afloja va a ser porque el plan iniciado por Macri da resultados o porque todo salta por los aires. En este último caso, en efecto, comenzaremos a tener algo más en el bolsillo, pero sólo porque, antes, habremos perdido hasta el último centavo.

El único que nos presta plata es el FMI. Es nuestra troika. Como con Grecia, el futuro gobierno (sea de un Macri reelecto o de otro presidente) podrá renegociar con el Fondo. Y el Fondo dirá: renuevo los préstamos, pero hay que hacer reformas. Esta es la condición ineludible que enfrentará un futuro gobierno. Ojalá nadie nos haga perder tantos años como perdieron los griegos con Tsipras.