José Manuel De la Sota Gobernador Córdoba

Conmoción en la política nacional

Un pragmático perseguidor del poder que fue leal a Córdoba

16/09/2018 | 14:05 |

Por alumno, la UNC gasta $55 mil al año –$878 mil por egresado–. Hay 8,46 estudiantes por cada docente. Por cada tres que ingresan, egresa menos de uno. El presupuesto 2019 prevé un 40% más que 2018.

Adrián Simioni

Con la muerte de José Manuel de la Sota no queda con vida ningún ex gobernador de la democracia cordobesa. Una señal más de los prolongados protagonismos de una sociedad poco proclive al cambio, que se aferra a lo modesto pero previsible en lugar de aventurarse en promesas utópicas.

De la Sota encarnó a uno de los cuatro grandes liderazgos que hegemonizaron la política cordobesa desde 1983 (los otros son los de Eduardo Angeloz, Ramón Mestre padre y Juan Schiaretti). De los cuatro, es el que quedó marcado por las innumerables palizas electorales que sufrió antes de lograr aquella victoria de 1999 ante Mestre.

Como todo político, fue un perseguidor del poder. Pero fue el que más veces tuvo que morder el polvo. Tal vez por eso fue el que nunca llegó a soltarlo. Su muerte lo encontró tres veces gobernador (empardó a Angeloz), pero en ejercicio, moviendo los hilos de sus bases de poder dentro de Unión por Córdoba y tejiendo y destejiendo una vez más su ambición presidencial. Incluso si debía aliarse, para eso, a Cristina Fernández. Angeloz no había podido hacer eso, golpeado como quedó por su salida anticipada en medio del incendio de la provincia y las acusaciones de corrupción que recibió y de las que fue sobreseído.

El pragmatismo de De la Sota fue proverbial. Lo que no equivale a traicionar los ideales propios o ajenos. El pragmatismo es sencillamente la condición de quienes sufren la pulsión excluyente por el ejercicio del poder.

De la Sota fue renovador cuando hubo que borrar a Herminio Iglesias del Partido Justicialista. Fue menemista cuando tuvo que adecuarse a la década del ‘90. Fue privatista (aunque en los papeles, sin efectos concretos) cuando vio la posibilidad de quebrar la hegemonía radical en Córdoba. Tuvo ínfulas de rediseñador de un Estado Nuevo que guardó violín en bolsa no bien apareció el kirchnerismo con sus fotos sepias de un pasado estatista tan fracasado como idealizado. Fue un ajustador del impagable sistema previsional cordobés basado en un decreto de Mestre que criticó en campaña pero que nunca derogó ni transformó en ley. Cuando muchos años después la Corte Suprema declaró ilegal ese decreto, basada en razones meramente formales, De la Sota, perdido por perdido, y viendo que de cualquier forma las finanzas provinciales recibirían el golpe, se apuró a anunciar “la restitución del 82% móvil”. Tuvo que venir luego Schiaretti a pagar los costos políticos para reformar por ley un sistema que quebró más de una vez al Estado provincial.

De la Sota también fue leal a Córdoba. En 2008, acababa de pasarle la batuta a Schiaretti cuando estalló el conflicto del campo. Y ambos se pararon del mismo lado contra el drenaje multimillonario de recursos fiscales y financieros que significaban esas confiscaciones disfrazadas de retenciones, que golpeaban doblemente a Córdoba: por ser el segundo distrito mayor productor de granos y por ser el más alejado de los puertos. Quién sabe cuál hubiera sido la suerte de los sueños presidenciales de De la Sota si en aquella encrucijada hubiera dado un respaldo crucial al kirchnerismo.

Ruta 36: ironía y símbolo

La ruta 36 en la que murió es no sólo una ironía por haberse transformado en la trampa mortal en la que fallece quien impulsó la obra, fundado en razones de seguridad. También es un símbolo de aquella lealtad. La pelea entre la versión cordobesa del PJ con los K condenó a De la Sota y a Schiaretti a gobernar contracorriente. Si le hubieran pedido un vaso de agua a Cristina Fernández habrían recibido una anchoa.

La ruta 36 era de jurisdicción nacional. Y desde hacía décadas era una vergüenza que esa colección de baches y parches no se transformara, como mínimo, en una autovía. A los K no les importaba que allí murieran conductores por decenas. Preferían mil veces que Lázaro Báez simulara la construcción de miles de kilómetros a ninguna parte en Santa Cruz que tender 220 kilómetros de asfalto entre Río Cuarto y Córdoba.

De la Sota tomó la decisión de que, entonces, Córdoba financiaría por sí misma la obra y pidió que pasara a jurisdicción provincial. Secretamente, soñaba emular la impronta constructiva, modernizadora, progresista y a la vez moderada, de los Amadeo Sabattini y los Ramón Cárcano.

Así terminó siendo, la 36, la única autovía argentina (a excepción de tramos de San Luis que van de norte a sur) exactamente perpendicular a la telaraña de rutas, autopistas y ramales ferroviarios que desde hace más de un siglo se concentra desde todo el país en Buenos Aires.

Una herencia abierta

De la Sota, miembro de número de la corporación política del país, deja esta vida justo cuando los mayores escándalos de corrupción de la historia de Brasil (Lava Jato) y la Argentina (los “cuadernos de las coimas”) amenazan con dejar al descubierto el desvío y el robo de miles de millones en ambos países para el financiamiento ilegal y antidemocrático de los poderes partidarios y el engorde de cientos de miles de billeteras particulares.

En ambos casos las balas estaban picando cada vez más cerca de obras que se hicieron o se intentaron hacer durante sus gestiones, a través de contratistas que aparecen mencionadas y que, en algunos casos, fueron muy cercanas a funcionarios de su gestión. Es lo que resta saber: en qué modo esos escándalos modificarán el legado de José Manuel de la Sota en Córdoba. Él ya no está. Pero su herencia no está definida.