La sociedad de los suicidas vagos

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La sociedad de los suicidas vagos

07/03/2019 | 08:28 |

Hace 150 años Argentina podía construir 56 kilómetros de ferrocarril al año. Ahora no logra tender 90 kilómetros en Vaca Muerta. El dinero está, pero se pierde en los fastos del gasto público.

Adrián Simioni

En 1869 se terminó en Estados Unidos el Primer Ferrocarril Transcontinental: 3.077 kilómetros que unían las planicies centrales de ese país con California. Iban picando: 440 kilómetros de vías por año construyeron.

Argentina no llegaba a tanto, pero comparada a otros países también fue un portento. El ferrocarril Córdoba-Rosario, terminado en 1870, apenas un año después, se construyó a razón de 56 kilómetros por año.

Exactamente 150 años después, Argentina no logra empezar con la construcción de unos modestos 90 kilómetros de vías, que pasan por tierras muy baratas para expropiar, mayormente chatas como un sartén y en las que no hay que sortear ningún río de magnitud.

Se trata del tramo que debería unir Añelo, la capital de Vaca Muerta, con el ferrocarril que, recorriendo el valle del río Negro: permitiría vincular al segundo mayor yacimiento de gas no convencional del mundo con el puerto y los complejos petroquímicos de Bahía Blanca.

Para construir los 90 kilómetros y renovar o mejorar otros 560 kilómetros se calcula un plazo de cuatro años (23 kilómetros de vias nueva al año, la mitad del ritmo del Córdoba-Rosario de hace 150 años).

Pero nadie tiene claro cuándo va a largar. Se licitó la carga entre las petroleras que usarán en el futuro la traza, que se iba a construir con financimiento privado. Pero la plata no aparece.

Las tasas de interés inalcanzables y el cierre del crédito para la Argentina son una barrera infranqueable. A las cansadas, y sólo cuando queda claro que tambalea el proyecto, la Provincia de Neuquén dice que podría llegar a dar garantías para los créditos.

Pero sólo arriesgando las “retenciones incrementales” que logre extraer de la explotación de Vaca Muerta. Es decir, sólo pondrá como aval para una obra de infraestructura en su territorio y que apunta a explotar su mayor recurso, los fondos “extra” que pueda sacar de Añelo.

Hablemos de miseria. Neuquén recibió casi 23 mil millones de pesos en regalías el año pasado. Son unos 575 millones de dólares, aunque son más, porque durante la mayor parte de 2017 el dólar costó mucho menos que 40 pesos, la tasa de conversión usada en esta nota.

¿Cuánto cuestan los 90 kilómetros nuevos de vías? Según el último proyecto oficial, 245 millones de dólares. O sea: Neuquén en un solo año podría construir el doble de esa traza.

Es una buena foto miniatura la Argentina en su totalidad. Un país con un gasto público consolidado (Nación, provincias y municipios) equivalente a 44% del Producto Interno Bruto (estimación de la consultora Orlando Ferreres) no logra “hitos” de inversión tan modestos como iniciar normalmente las clases y garantizar 180 días verdaderos -netos de feriados, paros materos y fiestas patrias reiteradas hasta el hartazgo- de enseñanza. Y tampoco logra realizar obras de infraestructura postergadas por décadas y vitales para generar algo, aunque sea algo, de riqueza.

El dinero se va, irremediablemente, por las canaletas de la improductividad, de las enormes masas de la población que hacen nada desde hace demasiados años.

Keynesianismo de chantas

Es un keynesianismo de suicidas vagos. Preferimos morir lentamente antes que reformar lo que nos asfixia.

Los programas keynesianos originales concibieron activar la economía desde el Estado, pero dejando algo en el camino. Por ejemplo, obras de infraestructura.

El dinero público llegaba a los hogares necesitados, pero porque los jefes de esas familias eran contratados para construir, por ejemplo, un ferrocarril.

Acá no. Una larga lista de chantas clientelistas decidió hace mucho obviar todos los pasos. En una hoguera de populismo pobrista, el dinero de los impuestos ya impagables, o que se toma prestado o que sencillamente se imprime, llega a los hogares vía subsidios, empleos públicos innecesarios y otros artilugios de la privatización subrepticia de los fondos públicos. Pero sin que, en el medio, queden tendidos ni siquiera unos tristes 90 kilómetros de vías férreas.

Es la metáfora de una sociedad que, mucho antes que en términos financieros, ha quebrado conceptualmente.