Mauricio Macri
La hora más oscura de Macri: pase a precios y de facturas

Política esquina economía

La hora más oscura de Macri: pase a precios y de facturas

29/05/2018 | 06:36 |

El Presidente afronta en estos días dos "frentes de guerra": uno en la trinchera económica y el otro en la política.

Adrián Simioni

“La hora más oscura” retrata con maestría los días cruciales en que Winston Churchill decide ponerse al hombro a la única nación occidental dispuesta a pararse frente al expansionismo de la barbarie nazi. Hay un diálogo memorable -uno entre tantos- que expone la reticencia mezquina de Estados Unidos a involucrarse: Churchill habla por teléfono con el presidente Franklin Roosevelt, rogándole que le mande los aviones que Gran Bretaña acaba de comprar en su país “con el dinero que le pedimos prestado".

Argentina no es Gran Bretaña. Ni esto es la Segunda Guerra. Ni hay nazis en ningún lado. Pero Mauricio Macri podría, por ejemplo, rogarles a las organizaciones piqueteras y a los sindicatos estatales que marchan contra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que le permitan pagarles sus subsidios y salarios “con el dinero que le pedimos prestado” al mismísimo organismo internacional.

Hay corporaciones empresarias reguladas que no marchan, pero también vivirán de esa deuda. Al final, para eso es que pide plata el Estado: para sostener a quienes viven de él. Para sostener el privilegio del no despido, el relax productivo y las licencias prodigiosas. Y así de paradójicas son las cosas.

No sólo es una hora oscura en las anécdotas. Macri afronta en estos días dos frentes de guerra. En la trinchera económica, está el “pase a precios” de la devaluación otoñal del peso. En la trinchera política, está el “pase de facturas”, el costo político que habrá de pagar el Presidente ante los votantes por haber llegado al fin del gradualismo, al sueño roto del ajuste sin malas noticias. 

“Sangre, sudor y lágrimas”, podría decir Macri, para seguir con Churchill, aunque sería mejor reservar semejantes frases para epopeyas verdaderas, no para la pueril sociedad argentina, que de verdad cree que pagar el precio real del gas, como hace cualquier país normal, equivale al sacrificio bestial de resistir a los nazis en el invierno de Stalingrado.

La pelea en las góndolas

En la batalla de los precios, hay dos moles que se enfrentan: los costos en pesos en alza de las empresas y del propio Estado (que también nos sale cada vez más caro, como las latas de tomate) de un lado; las billeteras con poder de compra menguado fruto de la inflación. En la medida en que las billeteras se mantengan así, será más difícil que los consumidores puedan convalidar el alza de los precios. Es duro, pero es así.

El encargado de lograr que la devaluación del peso, del 26% en lo que va del año, no se traslade por completo a los precios, es el Banco Central. Su presidente, Federico Sturzenegger, pone a prueba un récord: ver si una tasa de interés base del 40% alcanza para doblegar una expectativa de inflación de poco más de la mitad de esa cifra. El mundo mira asombrado. 

Si el experimento funciona y Mauricio “Winston” Macri logra sostener el esfuerzo políticamente, la devaluación real del peso podría mejorar la competitividad argentina, reducir el déficit comercial (que es una de las razones por las cuales la Argentina necesita que el resto del mundo la subsidie todos los años con 30 mil millones de dólares) y favorecer el empleo de salarios no tan altos medidos en dólares.

La pelea en las encuestas

En la batalla de los costos políticos Macri enfrenta a votantes suyos que ahora dudan de él o que se sienten decepcionados, a antimacristas que confirman su rechazo y a una masa de ciudadanos que, aunque experimentan la incertidumbre, aún no decidieron depositar su confianza en un líder alternativo. Son londinenses bombardeados por la Luftwave, que aún escuchan a Churchill por la radio.

En ese tablero, Macri, sin el dominio de la calle, ni de la mayoría de las provincias, ni del Congreso ni de vastos sectores del aparato estatal y judicial, debe iniciar el ajuste del sector público que ya no puede financiarse ni con impuestos, ni con emisión ni con endeudamiento externo privado.

Y debe mover su cintura entre dos gigantescos bloques políticos.

Por un lado, la oposición kirchnerista, asociada a sindicatos, piqueteros y partidos de izquierda que fungen como peones en el tablero de Cristina Fernández. Por el otro, todos los opositores peronistas que todavía deben que demostrar que quieren, saben y pueden liderar el PJ en lugar de la expresidenta, que ni siquiera es ya afiliada del partido de Juan Perón.

El escenario más inmediato de esa batalla es el Congreso. Mañana, en el Senado, puede suceder cualquier cosa. Hasta anoche, varios senadores de la oposición aún no habían decidido si estarán del lado de los alemanes o de los británicos.

En su mensaje del lunes, Macri hizo un movimiento de riesgo. Apostó todo a poner en la disyuntiva a los que llamó “peronistas responsables”: les pidió que “no se dejen conducir”  por Cristina Fernández. Debe haber dolido. Mucho más que la curiosa calificación de “machirulo” que la expresidenta le endilgó a él.

Los peronistas responsables tienen por delante un camino que puede llevar a alguno de ellos al 2019. Pero es estrecho. Tienen que desgastar a Macri, pero a la vez tienen que evitar que se hunda. Si esto sucediera, los ganadores de la guerra no serían ellos sino el kirchnerismo. Y en ese dilema están.