Inflación y coimas: la corrupción es la misma

Política esquina economía

Inflación y coimas: la corrupción es la misma

14/08/2018 | 09:06 |

El conductor de Juntos se refirió a los “piquetes”,  los llamativos pedidos de quienes toman universidades y a la capacidad de gobernantes de eludir recortes.   

Adrián Simioni

En el mismo día en que una ex presidenta va a declarar sospechada de liderar una banda dedicada a cobrar coimas, el peso argentino se devalúa casi 3%. Decí que esto es Argentina y ya ni nos despeinamos con nada. Ni nos acordamos de que hace menos de una semana fue a prisión un ex vicepresidente que quiso quedarse con la fábrica de los billetes. Y aunque tenemos memoria de ahorros forzosos, planes bonex, corralitos y cepos, la decisión del Banco Central de empapelar los bancos con sustitutos de Lebac no nos quita el sueño.
¿Qué hay en común entre la cloaca maestra de los sobornos abierta en la Justicia Federal y la imposibilidad del país de terminar con 70 años de inflación, devaluación del peso y empobrecimiento? ¿Hay algo en común?
La hipótesis de esta nota es que lo que tienen en común ambos eventos es la corrupción. No por el expediente simplista y falso de repetir que “los Kirchner se robaron un PBI” (Producto Bruto Interno) y que, por ende, nos empobrecieron a los argentinos en una magnitud proporcional. Si fuera así no habríamos tenido antes golpes de Estado, confiscaciones, hiperinflaciones y defaults.

Dos modelos

La corrupción en Argentina tiene mil distintos tonos. 
Puede ser primitiva, inmediata y ser protagonizada por unos pocos, como la que de un secretario de Estado (tercer nivel de jerarquía después del Presidente, como en el caso de Roberto Baratta) que lleva y trae como un chepibe bolsos llenos de fajos de billetes por las calles de Buenos Aires. 
Pero también puede ser silenciosa, de largo plazo e involucrar a cientos de miles, como la de batallones de demagogos que han robado votos y ganado elecciones durante décadas haciéndole creer a una porción demasiado importante de la población que se puede no trabajar o no ahorrar porque alguien más los va a mantener.
Muchos años de lo primero terminan en una clase empresaria particular -la de los contratistas del Estado, la de los que curran con las regulaciones públicas, la de los que viven del soborno a los funcionarios- que es la antítesis misma de la empresa, de la competencia, de la inversión, de las ganancias de productividad. Son todos los que están desfilando por el despacho del juez Claudio Bonadio. La juegan de capitalistas y burgueses. Pero, en realidad, no salieron jamás de la Edad Media: son apenas cortesanos del autócrata de turno. Han hecho su fortuna con dádivas.
Muchos años de lo segundo termina en un Estado atosigado de obligaciones que no puede cumplir y que, una y otra vez, asfixia con a los que están a la intemperie, fuera de las murallas del castillo medieval. Los asfixia con impuestos, con emisión de dinero espuria o con un endeudamiento insostenible. 
Los ejemplos son innumerables. Están desde las burocracias de provincias, obesas de acomodados que consumen y no generan nada, desde hace décadas. Hasta sistemas previsionales como el de la Anses, donde la mitad de los beneficiarios tienen una jubilación o una pensión para la que nunca aportaron y donde otro 12 por ciento tiene una jubilación y una pensión para la que no aportaron en uno de los dos casos. El resultado: sólo un 38 por ciento aportó algo a lo largo de su vida activa a cambio del beneficio que hoy recibe. 
La demagogia parece congénita en la Argentina. El kirchnerismo llevó todo eso al paroxismo y no sólo en el plano previsional del ejemplo: hizo lo mismo con la energía y con todos los servicios públicos. Nada de eso es financiable. Básicamente porque es mentira que se puede vivir sin trabajar ni ahorrar porque alguien más va a pagar siempre lo que nosotros mismos no hacemos. Nadie lo quiere decir. Corrección política ante todo. Corrupción intelectual, como mínimo.

Dos limpiezas

La limpieza que se intenta en Comodoro Py es más fácil de entender. Aunque es difícil confiar ciegamente en el Poder Judicial que la empieza a llevar adelante, en un proceso que ya cuenta con un par de decenas de funcionarios y contratistas detenidos y arrepentidos.
La limpieza de la economía, de un Estado deficitario, poco democrático y colonizado por corporaciones más o menos corruptas y enemigas del mercado y la competencia, es mucho más difícil de visualizar. Pero es una limpieza tan imprescindible como la otra. Hay pocas cosas más corruptoras que licuar eternamente el valor de los billetes de las personas que se los ganaron en buena ley sólo porque no se puede parar de llenar los bolsillos de quienes no hacen nada. Pocas cosas más corruptoras que Congresos que ordenan gastar más de lo que se puede y/o Ejecutivos que gastan más de lo que los legisladores les autorizan. Es la burla total a la democracia. Corrupción, ni más ni menos.