"Hola, soy la censista"

Acaban de tocar el timbre de mi casa. Era la censista. Súper amable. Qué pena por ella, tanto frío. Había hecho el censo digital así que todo el trámite demoró menos de un minuto, como previó el Indec. Bien por el Indec.

La chica se va y yo me quedo con un montón de preguntas. Una es en realidad una opinión: ¿no se podría haber hecho el censo el miércoles que viene, feriado del 25 de mayo? ¿se iba a sentir traicionada la Patria? No hay caso: para los que deciden estas cosas es imposible pensar en la gente que necesita trabajar, en la gente a la que no le sale gratis quemar un día más. Cada vez menos países paran el mundo para hacer un censo. No es necesario.

Otras preguntas van a tener respuestas cuando el Indec procese los datos. Por ejemplo, las relativas al trabajo. El economista Ramiro Castiñeira estima, basado en proyecciones, que en los últimos 10 años no se crearon casi empleos privados en blanco. Aunque la población creció en 4,5 millones de habitantes. De ellos, un millón entró a trabajar al Estado, que emite para pagarles los sueldos, y otros 3,5 millones de personas terminaron trabajando en negro. Veremos qué dice el censo. ¿Seremos capaces de cambiar? Se juega el futuro en eso.

Y otras preguntas tal vez no vayan a tener respuestas. Por ejemplo, si es cierto que, por primera vez en su historia, en la década que pasó Argentina tuvo saldo migratorio negativo. La Dirección de Migraciones, por ejemplo, ha informado oficialmente que entre 2013 y 2021 salieron del país tres millones de personas más de las que entraron. Si es así, es un cambio estructural ¿Argentina dejó de ser vista como una oportunidad? No creo que el censo pueda dar una respuesta tan importante. El censo pregunta si uno es inmigrante, pero no sobre los emigrantes de cada familia. Al menos es lo que me pasó a mí. Ni el Indec en Internet ni la chica del censo que acaba de pasar me preguntaron adónde se fue mi hija ni por qué la extraño tanto.