Florencia K, Agustina M y el futuro del trabajo en Argentina

Política esquina economía

Florencia K, Agustina M y el futuro del trabajo en Argentina

02/05/2019 | 07:10 |

El gobierno propone cambios laborales para que puedan venderse series a plataformas tipo Netflix. Sindicatos se resisten. Hay estudiantes de cine para repartir. Pequeña metáfora de un país de película

Adrián Simioni

Mauricio Macri y Cristina Fernández tienen cosas en común, aunque no parezca. Una de ellas es muy curiosa: los dos tienen hijas cineastas. Agustina Macri y Florencia Kirchner parecen compartir ciertas miradas. 

Cosa de mandinga: Florencia K se ganó un premio en Cuba por su film sobre Santiago Maldonado, y Agustina M acaba de ganarse el suyo en España por su película sobre Soledad Rosas, una joven argentina que se suicidó en Turín luego de ser detenida como okupa. O sea que los trabajos más conocidos de ambas han sido sobre dos personas contemporáneas, autocalificadas como anarquistas, que murieron en circunstancias idealizadas por determinados grupos de activistas.

Todos directores de cine

La coincidencia M-K es un emergente de un fenómeno casi masivo en Argentina. En casi todo el resto del mundo se elige: si la universidad es gratis (para el estudiante), el ingreso a la universidad no es ilimitado; si el ingreso es ilimitado, se paga. Pero la Argentina es tan exótica que te deja estudiar gratis y lo que quieras, sin topes, excepto en Medicina. 

Como las vocaciones no nacen de un repollo sino de modas y otras modelizaciones de las que somos objeto, en particular como adolescentes, ese sistema universitario sin guía política generó en la última década una explosión de estudiantes en disciplinas audiovisuales. Por dar un ejemplo: sólo a la carrera de cine de la Universidad Nacional de Córdoba hubo el último año 490 ingresantes nuevos (además hay reinscriptos).

Florencia pudo radicarse en el corazón de Manhattan para estudiar cine. Y Agustina pudo hacerlo en la prestigiosa escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Y seguramente ambas tienen un mundo de contactos y pilas de dinero para apuntalar sus carreras. Pero para la mayoría de las otras decenas de miles de estudiantes de Audiovisuales surge como un hachazo la pregunta de siempre: ¿de qué van a trabajar?

Sandrini en la matiné

Esta semana, el secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, lamentó que la Asociación Argentina de Actores diera marcha atrás en la negociación con sindicatos técnicos del sector audiovisual y empresas productoras en el seno del Ministerio de Producción y Trabajo para mejorar la competitividad. El plan consiste en créditos blandos y subsidios por mil millones de pesos, beneficios en el IVA y flexibilización de condiciones laborales para financiar series a costos suficientemente competitivos como para que puedan venderse globalmente por los sistemas de streaming tipo Netflix. 

Esto último fue lo que los actores finalmente no aceptaron, dijo el funcionario. La AAA negó ser responsable del fracaso y dijo que su misión es defender el interés de los trabajadores.

En la discusión hay dos modelos enfrentados. Uno, viejo, consiste en que, de una forma u otra, el Estado termina “promocionando” con subsidios un sistema viejo, costoso, mercadointernista y pensado para cobrar entradas en los cines, abonos en la TV por cable o publicidad en la TV abierta. Es decir, todo lo que ya no funciona. 

El Estado no tiene plata. Pero si así y todo pone dinero, muchos de los productos no se ven, ni siquiera en un mercado interno que ya no se puede administrar para que acá veamos las de Sandrini y en México las de Cantinflas.

El otro sistema es más duro. Es la “netflixzación”. Nadie sabe tampoco cuánto durará ese esquema pero, mientras tanto, consiste en la transmisión de series y películas por Internet, a costos unitarios muy bajos, en los modos y tiempos en que lo desea cada uno de los centenares de millones de clientes en todo el mundo.

Argentina tiene directores, actores, autores y técnicos para tirar para arriba fruto de años de subsidios (incluso todas las familias presidenciales parecen venir con una directora). Y el Estado ha gastado miles y miles de millones, desde antes de Julio De Vido para acá en “promover el cine argentino”. 

Sin embargo, Argentina está manca en ese mercado internacional. Por ejemplo, ha colocado una docena productos en Netflix (muchos están en carpeta, incluyendo una obra que dirigiría Agustina M) pero otros países como Brasil o incluso con industrias audiovisuales de menor tradición relativa (Chile, Colombia) tienen una presencia muy superior.

Con los libros también

Pasa algo similar con la industria editorial. Ingrese el lector a Amazon y vea cuántos e-books de autores brasileños, colombianos, mexicanos y españoles hay en comparación con los argentinos. Allí también, un agonizante imperio de papel de imprenteros, editores y libreros ha mantenido legislaciones vetustas.

La perimida corporación logró incluso que en 2012 el kirchnerismo impusiera absurdas trabas a la importación. Recién en 2016 las terminó de levantar el macrismo. Eso y no otra cosa explica que en sus últimas ediciones la Feria del Libro promueva más los abucheos por cualquier razón a los funcionarios M que los textos.

Un país de película

Batallar contra Netflix por las series o contra Amazon por los libros no es para valientes. Es para tontos. Es como querer forzarnos a estas alturas a usar un buscador nac&pop en vez de Google. Lo único que se puede hacer es intentar que las plataformas globales como esas sean un buen medio para distribuir bienes y servicios hechos por argentinos.

Lo mismo puede decirse de muchos otros sectores de la economía argentina que están congelados en el mito mal curado de una Argentina de mamelucos y llaves pulsianas. Cada una de esas fotos son paraísos que ya eran falsos cuando existían.

Las preguntas surgen a rolete. ¿Argentina va a hacer los cambios culturales, políticos, normativos y judiciales necesarios para que los argentinos puedan trabajar en un mundo donde ya no existen los mercados internos? ¿O va a preferir languidecer tomando mate a la siesta, mientras sigue viendo cómo se achica la escala de sus economías, matando con impuestos a las pocas que funcionan para mantener el respirador conectado a las que están muertas desde hace décadas? ¿Los sindicatos van a seguir protegiendo los intereses de quienes ya están en el mercado o van a permitir reformas para dejar de amputar la creación de nuevos empleos?