El verano de los patriarcas

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El verano de los patriarcas

15/07/2021 | 14:21 |  

Adrián Simioni

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El verano de los patriarcas

Haría falta la mano de Gabriel García Márquez para describir las imágenes de las protestas cubanas que logran salir de la isla pese al apagón de Internet que impuso la autocracia de la isla. Hace falta el tono y la ondulación de El otoño del patriarca, esa magistral novela casi sin puntos ni comas que el colombiano usó para describir a un anciano dictador arquetípico de América latina para imaginar lo que puede estar sintiendo la nomenklatura comunista después de 62 años de poder monopólico.

Uno de esos videos se grabó el lunes, pero recién pudo trascender ayer. El hecho transcurre en Palma Soriano. Allí se mostró en público uno de los últimos gerontes vivos que quedan de la Revolución. Todavía está en funciones. Esta gente nunca se retira a tiempo. Se trata de Ramiro Valdés. El anciano baja en uniforme militar de fajina de un vehículo, muy custodiado, en medio de una multitud que no lo agrede físicamente pero que le grita "asesino" y le exige que se vaya. Primero el anciano intenta seguir su marcha hacia un edificio, pero luego se vuelve, en medio de su nube de custodios, pretende seguir ejerciendo su poder, recuperar el orden natural de la cosas: hablarle él a la multitud, como siempre fue, ¡qué es eso de tener que escuchar él a la multitud!

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Eso debe ser inconcebible para él. Tenía apenas 28 años cuando entró a La Habana como segundo del Che Guevara. A los meses ya era el ministro del Interior. Pasó 60 años en la cúpula del poder con los dos Castro y José Machado Ventura. Está señalado como el mayor ejecutor del estado represor cubano, la mano superior de los servicios de inteligencia, el Gran Hermano del Caribe.

Él era el mayor responsable de que no volara una mosca en la isla mientras Fidel Castro se entregaba a sus delirios de reforma económica. Como cuando se clavó un discurso de horas explicando a los cubanos cómo debían cortar la caña para lanzarse como voluntarios a la campaña del azúcar, que terminó con una Cuba que hoy importa azúcar. O como cuando se le ocurrió que alrededor de La Habana debían plantarse cafetales, lo que dejó a la ciudad para siempre sin las verduras que salían del cinturón verde, reemplazado por cafetos raquíticos que jamás prosperaron. O como cuando Fidel, autopercibido como genetista, prometió desarrollar una estirpe de vacas que darían más leches que las vacas dinamarquesas, dejando por años a Cuba sin leche. O como al macho alfa del caribe le pintó que Cuba debía tener una flota de alta mar como Japón y gastó miles de millones de rublos en comprar pesqueros fastuosos que solo navegaron el tiempo necesario para que Silvio Rodríguez le hiciera propaganda al régimen escribiendo Playa Girón. Los restos yacen herrumbrados en la Bahía de La Habana. Pero la culpa de la miseria cubana es del embargo de Estados Unidos.

Ramiro Valdés era el que garantizaba la paz de los cementerios para que Castro jugara con un país que era su propiedad privada, pero disfrazada de comunista.

En el video que escapó de la isla ahora Ramiro Valdés, con 89 años, ridículamente vestido de fajina, intenta hablar, recuperar el monopolio del ruido. Pero ya no puede, no hay megáfono, no hay tarima, no hay micrófonos y demás atributos del poder discursivo. Valdés finalmente parece entender que no hay nada que hacer. Y se da la vuelta y se va. Envuelto en su custodia.

Valdés tiene que haber escuchado la frase magistral con que la activista Yoany Sánchez describió lo que está sucediendo en Cuba: "Teníamos tanto hambre que nos comimos el miedo", dijo la escritora. Y, ahora, Ramiro Valdés, debe haberse dado cuenta de que es cierto. Ya nadie le teme ni a él ni a los demás patriarcas del rotundo verano caribeño.

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