Dinámica de lo impensado en la montaña rusa del dólar

Política esquina economía

Dinámica de lo impensado en la montaña rusa del dólar

15/05/2018 | 08:21 |

El “golpe cambiario” de Carrió. El chivo expiatorio del FMI. Las divisiones de Cambiemos y el peronismo.

Adrián Simioni

El desconcierto financiero viene dejando al descubierto los mitos mal curados y las trampas conceptuales en que está envuelta la sociedad argentina. Deformando la famosa frase de Dante Panzeri, puede decirse que lo impensado se multiplica en la dinámica acelerada de los mercados. Porque se habla sin pensar, así como suceden cosas que nadie pensó.
Lilita Carrió, por ejemplo, denunció que lo que está sucediendo en la Argentina es un “golpe cambiario para destituir a un Presidente”. Es curioso. Cuando a Cristina Fernández no le quedó otra que poner el cepo cambiario porque sus reservas en divisas también se licuaban en el mar de pesos del gasto público infrenable, el kirchnerismo también acusaba a los mercados de conspiraciones y corridas. Es más: cuando asumió Macri ese mismo sector daba por sentado que el “gobierno de los CEO” (máximos ejecutivos de las empresas, por su sigla en inglés) ocuparía la Casa Rosada sólo para privilegiar la renta financiera. Qué raro: “los mercados”, lejos de mimar a Macri, lo han puesto contra las cuerdas, igual que a CFK.
Lo cierto es que los mercados no conspiran. Nunca lo hicieron. El “mercado” es una cantidad enorme de inversores, de dentro y fuera del país, que actúan por la combinación de variables extranjeras y locales. La regla muy general es bastante simple: si se les pide prestado, se mantendrán calmos mientras confíen en que se les pagará; si se les pide que inviertan en bicicletas financieras, lo harán hasta que crean que llegó el momento de meter violín en bolsa y realizar la ganancia, antes de que sea demasiado tarde.
En el caso argentino, luego de aprovechar dos años tasas de interés reales en pesos, creen que llegó el momento de cambiar los pesos por dólares. Hace dos meses comenzaron a pensar que el dólar se encarecería en el país. Básicamente porque dieron por sentado que el resto del mundo no seguiría prestando por siempre 30 mil millones de dólares al año para que los argentinos viajen, consuman importados y mantengan un Estado ineficiente y en rojo permanente.
No había conspiración contra Cristina. Ni la hay contra Macri. Ni basta que alguien diga que el gobierno es de los CEO para que los CEO se la crean.

El Fondo es malo, malo, malo

La otra fantasía es la del Fondo Monetario Internacional como una especie de ogro que anda por el mundo obligando a los gobiernos a multiplicar la cantidad de pobres. La visión es de un nivel de infantilismo que sólo puede explicarse por la ingenuidad o el cinismo de políticos que repiten el latiguillo hasta el cansancio. Debería dar al menos curiosidad que el FMI se las agarre siempre con Argentina y casi nunca con los demás.
Para que quede claro: la Argentina llega a esta situación no porque el FMI le haya impuesto nada. Un gobierno que no controla el Congreso ni la Justicia ni la calle heredó un Estado deficitario y en default. Decidió corregir en forma gradual esos desequilibrios financiándose con préstamos, dado que no tenía la fortaleza para imponer un ajuste. 
Inversores y especuladores comenzaron a dudar de que ese gradualismo fiscal pudiera llegar a buen puerto. Y desataron una corrida cambiaria. Son los mercados los que no creen que la política argentina (oficialistas y opositores con chances de gobernar) sea capaz de ejecutar el ajuste por las buenas que ella misma se propuso. Y dejaron de financiar.
La Argentina va al FMI para conseguir un “back up”, un respaldo, un seguro, para pedirles a los mercados que sigan dándole crédito, y convencerlos de que ahora sí el ajuste gradual se va a concretar. 
El FMI, si se llega a un acuerdo, sólo hará pública esas metas y las monitoreará para que Argentina deje, sobre todo, de mentirse a sí misma. A ver si alguna vez lo logra.

Partidos en dos

Otra imagen difusa aparece en la brumosa política argentina. Tanto la coalición gobernante como la oposición aún dispersa comienzan a dividirse en dos. 
Dentro de Cambiemos, los que gobiernan toman el camino de abrazarse al Fondo porque es la ratificación más visible de un rumbo. Pero también, sobre todo, porque es la garantía de que Macri llegará al fin de un mandato al que le restan sólo 18 meses. 
El resto, como amplios sectores del radicalismo que no ocupan cargos ni fijan políticas, huye de las siglas “FMI” como de la peste. Lo dicen todas las encuestas. Y ellos se unen al coro. No pretenden liderarlo. Hace mucho que dejaron de pretenderlo.
En el variopinto cuadro opositor se dibuja una división similar. Los peronistas que gobiernan, que creen que pueden repetir sus mandatos, que se ven como armadores reales de un futuro gobierno o -y acá hay muchos más anotados de lo que parece- que se prueban de noche el traje de Presidente, tienen un fin claro: ayudar a Macri a que atraviese buena parte del desierto y llegue exhausto, pero sin caos, a entregar el poder en diciembre de 2019.
Tienen que apoyar el ajuste por las buenas, ahora con patrocinio del FMI, pero sin que se note. El mejor ejemplo es la ley antitarifa que está en el Senado para su sanción definitiva. Lo ideal sería que la ley pase para que Macri la vete, pagando él el costo político y al mismo tiempo dejándole resuelto ese trabajo sucio a un futuro gobierno.
El resto de los opositores, hoy todavía lejos de la expectativa de gobernar, saben que sus chances están cifradas en el estallido y el helicóptero: sus posibilidades electorales se multiplicarían. Y el ajuste por las malas que siempre llega asociado a las hecatombes argentinas haría un borrón y cuenta nueva fiscal igual al que benefició al kirchnerismo tras el 2001.
En la neblinosa política argentina, la principal esperanza del macrismo está en los opositores que más cerca están de sucederlo. Y la mayor ayuda de la oposición furiosa está en los aparatos de la protesta social financiados desde el mismo Estado deficitario que produce la crisis y en los sectores del planeta radical que difìcilmente vayan a gobernar alguna vez.