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De Carrefour a Galuccio: la pelea por vivir o morir

10/04/2018 | 06:02 |

Sólo el Estado logra eludir la necesidad de reconvertirse y ser más eficiente

Adrián Simioni

Las señales están por todas partes y las noticias saltan todos los días. Es un proceso que atraviesa a prácticamente todo el sector privado. Es complejo y duro. Implica cambios que en muchos casos son gravosos para miles de personas. Se llama reconversión. Y la Argentina no lo va a poder esquivar. En el mejor de los casos podrá elegir cómo atravesarlo.
El caso más notorio de estos días se llama Carrefour. La cadena de distribución minorista más grande del país y número dos en el mundo occidental es víctima de la competencia de otros formatos (mayoristas, tiendas de proximidad), del comercio en negro y de los cambios de hábitos y capacidad de consumo, además de sus propios errores, pero ya avisó que, para continuar, luego de tres años de pérdidas, tendrá que transformar sobre todo sus hipermercados. Y que en esa reforma no habrá lugar para la totalidad de sus casi 20 mil empleados.
En realidad, el caso de la cadena es un síntoma de lo que afecta a casi todos los grandes jugadores del sector, donde varias firmas llevan varios balances sin darles una alegría a sus inversores. Al contrario, tienen que cubrir los resultados en rojo. En total, son más de 94 mil empleos en blanco que están en riesgo, en un país con un sistema de distribución exagerado en la cantidad de bocas de expendio de alimentos y otros productos de consumo masivo (hay cientos de miles de almacenes y negocios distribuidores de alimentos).

De qué nos sirve la Pampa

No es lo único. El jueves, una asamblea de socios de Sancor promete ponerle fin a los 80 años de la empresa láctea, que en las últimas décadas se valió del lugar que tiene en el corazón de los argentinos y de su rótulo de “cooperativa” para conseguir periódicos rescates del poder político. Esos rescates costaban millones de dólares, tantos como los que la firma administraba con mano floja entre sus burócratas, sus tamberos y sus empleados. Esa prodigalidad impedía el crecimiento y la competencia de otras lácteas, que no podían hacer lo mismo porque nadie iba a salvarlas periódicamente. La Argentina dijo “basta” a esa lógica. Más de dos mil acreedores han tenido ahora que aceptar quitas de hasta 60 por ciento para que la venta no aborte y para que ellos puedan cobrarse algo.
A la estructura industrial y a las marcas que deja Sancor (y que aún no habían pasado a manos del grupo Vicentín) las administrará Adecoagro, un conglomerado de capitales internacionales nacido por impulso y gestión de empresarios locales. Puede ser un gran paso para la industria láctea argentina, que lleva décadas ganando el premio a los fracas: la mejor pradera templada del mundo nunca le sirvió para transformar al país en un jugador fuerte y permanente en el  negocio mundial de los alimentos a base de leche.
Sobre todo porque la otra gran láctea del país, Mastellone (La Serenísima), nacida bajo la marca de un país ensimismado en su mercado interno y sólo orientada a abastecer el Gran Buenos Aires también emerge de una reconversión tras pasar por la centrifugadora de Arcor. Su máximo ejecutivo, José Moreno, acaba de jugarse: dijo que en 2018 se termina la crisis del sector y que Mastellone espera exportar el 50 por ciento de su producción.

Dale gas

En la Patagonia también hay un fuerte proceso en marcha. La explotación de combustibles  no convencionales, con fuertes subsidios nacionales, está dando lugar a fuertes cambios. El expresidente de YPF, Miguel Galuccio, está de gira promocionando su flamante empresa Vista Oil & Gas, creada hace menos de un año en México de la nada. O, mejor de la capacidad  de Galuccio para lograr que inversores dispersos le dieran 800 millones de dólares con los que el entrerriano salió a comprar concesiones de Pampa Energía, Apco, Pluspetrol y Sinopec, entre otras firmas. Galuccio amenaza a los grandes extractores del país (PAE, Total, la mismísima YPF) con morderles los talones en un parpadeo.
Mientras, Pluspetrol, de Techint, absorbe a firmas que ya había comprado, como Petrogas, para aumentar su capital, de modo de conseguir más recursos para financiar. Pluspetrol ya  lleva invertidos 2.300 millones de dólares. Pero nada parece alcanzar en la carrera de Vaca Muerta, donde las empresas se juegan la posibilidad de ser jugadores mundiales si logran hacer pie en la segunda reserva de gas no convencional del mundo.
No todo es papel picado. Al boom del gas se llegó,  por ejemplo, tras una flexibilización de convenios laborales que el gremio del senador neuquino Guillermo Pereyra  remolonea en aplicar. Las empresas cuentan con eso.

Tierra del Fuego año verde

Incluso en Río Grande, el centro maquilador fueguino que durante años se dedicó a armar electrodomésticos que se importaban desarmados, la reconversión marca el paso. Una  combinación de mejoras impositivas y negociaciones laborales permitió esta semana a la cámara de las armadoras, Afarte, salir a publicitar una baja de precios en celulares y televisores que, en ciertos casos, llegan al 25 por ciento en pesos y algo más en dólares.
No hubo magia: puestos frente al abismo por el  gobierno nacional, las empresas y los sindicatos acordaron frenar los reclamos salariales por 24 meses.

El sector público, un mundo perfecto

Como se ve, el sector privado está lanzado a la carrera. No le queda otra. O mejora su productividad o desaparece. Los dueños de Carrefour se hartarán en algún momento de  perder plata. Los nuevos dueños de Sancor tendrán que pelarse para recuperar los más de 350 millones de dólares que estarían pagando por la excooperativa. Los socios de Galuccio ya habrán comenzado a tamborillear sus dedos a la espera de un retorno de sus inversiones. A empresas como Mirgor –de Nicolás Caputo, amigo íntimo de Mauricio Macri– se les achicó el ineficiente negocio que el kirchnerismo hiperprotegió por años condenando a los argentinos a pagar los celulares y los televisores más caros del mundo. No les quitaron todos los privilegios, pero se los redujeron.
La pregunta es cuándo va a empezar el sector público a acompañar la reconversión que Argentina necesita para producir más con los mismos recursos, es decir, para elevar su productividad, es decir, para ser más rica y reducir la pobreza en serio. En el Estado, sobre todo en las provincias, en los municipios, en las universidades, hay un estruendoso silencio. Una sobrecogedora falta de iniciativas. Una llamativa falta de reformas. Como si ahí –donde se cocina el perenne déficit fiscal que condena a los impuestos agobiantes, la inflación y el endeudamiento público– todo estuviera perfecto.