Fotoilustración Juan Pérez Gaudio.

Política esquina economía

Basta de agua y aceite: la parte positiva de romper Juntos por el Cambio

26/10/2023 | 12:46

  

Redacción Cadena 3

Adrián Simioni

Juntos por el Cambio siempre fue un rejuntado complicado. No quiere decir que nada lo uniera: lo unió la resistencia al vamos por todo del kirchnerismo, a la vocación hegemónica y autócrata de Cristina Fernández.

Pero, por lo demás, era un rejuntado. Convivían allí desde radicales de la Coordinadora que en los ’80 habían sido muy parecidos a La Cámpora hasta liberales a ultranza como López Murphy; desde privatistas protomenemistas como Macri hasta populistas que fundaron empresas estatales para para producir marihuana, como Gerardo Morales; políticos que vivieron siempre de un cargo público y gente que trabajó en el sector privado y dio de grande el salto a la política.

Esos dos grandes sectores no representaban lo mismo. Debajo del agua, debajo de las peleítas de superficie, unos –digamos el grupo A- representan las mil variantes del Partido del Estado: las burocracias ineficientes del Estado, los empresarios prebendarios, los grupos a los que la política les garantiza monopolios, el amplio abanico de argentinos que reciben más subsidios que los impuestos que pagan.

Otros –digamos el grupo B- representan al sector privado, a los empleados de las empresas privadas lacerados por la inflación, a los empresarios chicos o grandes que tienen que competir sí o sí, a la agroindustria harta de que la confisquen todo el tiempo y le impidan invertir para desarrollar el interior del país, y en general al amplio abanico de argentinos que pagan más impuestos (incluido el impuesto inflacionario) que lo que reciben del Estado.

El grupo A es el Partido del Estado. El grupo B es el Partido de la Sociedad, del Sector Privado.

El grupo A coincide en esos intereses con el kirchnerismo que hoy se está reconvirtiendo en massismo. El grupo B coincide en sus intereses con los votantes de Javier Milei, simbolizados en grupos tan ajenos al Estado, tan privados, en muchos sentidos, como los repartidores de Rappi y Pedidos Ya.

Ese rejunte es el que le impidió a Juntos por el Cambio tener políticas que siempre parecían estar a mitad de camino. Ejemplo: se quejaban de Aerolíneas Argentinas pero arrugaban para liquidarla o privatizarla.

El quiebre de Juntos por el Cambio, entonces, era una consecuencia lógica de un país que enfrenta una coyuntura definitiva: decidir si al ajuste inevitable lo va hacer de una vez el Grupo A, el Partido del Estado, o si lo va a seguir haciendo el Grupo B.

Desaparecida la amenaza del kirchnerismo a la República y a la Democracia –ahogado el kirchnerismo en el fracaso terminal de sus políticas decadentes, de su corrupción abismal- Juntos por el Cambio dejó de tener sentido. Dejó de tener sentido que el agua siguiera mezclada con el aceite. Ese cambio, acaba de separar a Juntos por el Cambio. Es bueno que se haya separado. Es bueno que el Grupo A blanquee su coincidencia de intereses con lo que por ahora es el massismo. Y es bueno que el Grupo B blanquee su coincidencia de intereses con los repartidores, los empresarios que compiten al aire libre, los trabajadores de verdad que no calientan sillas en las oficinas públicas.

Ahora, el 19, vamos a ver un verdadero choque de los dos partidos reales, en serio, en los que está dividida la política argentina.

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