España: a 50 años de la muerte del dictador y la llegada de la Monarquía

Todo había comenzado en el mismo momento en que en Madrid una vida terminaba, la de Francisco Franco Bahamonde, a las 5.20 de la madrugada del 20 de noviembre de 1975. 

Era la muerte del generalísimo de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, Jefe Nacional del Movimiento, prior de numerosos conventos, deán de cabildos y catedrales e hijo predilecto de la mayoría de las ciudades. 

El hombre que había gobernado 38 años e intervenido en otros tres anteriores en la cruenta Guerra Civil que dejó diezmado al país, desaparecía por fin de este mundo. 

Creyó dejar el país “atado y bien atado”, en manos del entonces príncipe Juan Carlos de Borbón y Borbón, heredero de la corona que derrocaron los republicanos en 1931 al echar al entonces rey Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos.

Era el final. Un grande y esperado final para la inmensa mayoría de los españoles. Pero también el comienzo de un misterio del que solo se conocía la figura de quien emprendía el nuevo camino, presionado desde todos los sectores de la vida nacional, especialmente de la herencia franquista que solo concebía continuidad. Pero ya nada sería igual, porque hasta el último “españolito de a pie” (ciudadano medio) no concebiría otra cosa que no fuese la libertad y la democracia para ese presente y para el futuro de las nuevas generaciones.

Periodistas y escritores de gran prestigio se permitieron opinar no sin temor todavía, de lo que significaba aquel día de hace 50 años. Como el gran Manuel Vicent que así llegó a describir aquellos momentos: “Se dice que Franco murió en la cama, pero aquello no era realmente una cama, sino un circuito de tubos y cables. Una parte de ese circuito, y no la más importante, se llamaba Franco”.

Pero ahora ya no importaba ese cadáver de la España que fue. Juan Carlos I juraba como rey y jefe de Estado de todos los españoles, porque lo llegó a disponer Franco varios años antes, pero con la seguridad de que el régimen se iba también con Franco en su poderoso ataúd y rumbo al Valle de los Caídos, en San Lorenzo de El Escorial, a pocos kilómetros del centro de Madrid. Aunque allí solo duraría unas décadas porque fueron exhumados sus restos el 24 de octubre de 2019 por orden del actual presidente del Gobierno Pedro Sánchez y llevados al mausoleo familiar de los Franco en un cementerio de la misma provincia de Madrid. La disposición se justificaba para “evitar macabras ceremonias” de los nostálgicos del antiguo régimen que hoy, muy sorprendentemente, llegan al 19 por ciento de los españoles, según una reciente encuesta oficial del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), organismo público dependiente del Ministerio de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes.

Una llama votiva en el centro de la ciudad de Madrid, cerca de la plaza de Cibeles y del Museo del Prado, buscó sellar una reconciliación. La inauguró el propio monarca “por la unidad definitiva de los españoles”, y para ello invitó a sobrevivientes ex nacionalistas e izquierdistas que combatieron en la mencionada guerra civil entre 1936 y 1939. La llama está ahí hoy, a cinco décadas de aquel comienzo en unidad, pero ese “pacto de olvido” no iba a ser definitivo, si bien perduraría la paz. Y no faltó quien reconociera que lo que España necesitaba a esa altura era un “pacto de recuerdo” no de olvido, atendiendo la memoria de una forma muy distinta. Ese analista fue el escritor británico Anthony Beevor, historiador militar que ha publicado investigaciones sobre distintos conflictos del siglo XX, principalmente sobre la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española y la Revolución rusa.

Los españoles han analizado de mil maneras su histórico proceso de transición entre la dictadura y la democracia en estos cincuenta años y se coincide en extenderlo entre el preciso momento de la muerte de Franco hasta la llegada del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al poder tras las elecciones del 28 de octubre de 1982, con Felipe González como presidente. Y como opinó otro experto hispanista también británico, John Elliott, en aquellos tan atractivos años de la transición, lo que más sobresalió fue el acelerado enriquecimiento cultural español, y los cambios sustanciales que se produjeron tras la muerte de Franco: “Al principio hubo una cierta intoxicación cultural, muy comprensible, desde luego en un país aislado durante tantos años y de repente sometido a una mezcla imponente de influencias poco compatibles y a un desbordamiento de nuevas de ideas, algunas veces mal digeridas. Sin embargo, lo impresionante, visto desde fuera, es la rapidez con la cual España consiguió adaptarse a las nuevas corrientes mundiales y aprovecharse de ellas para recuperar su propia capacidad creadora”. Coincidió con otros analistas que España “se ha descubierto de nuevo a sí mismo”, y el porqué de esta incipiente vitalidad hay que buscarlo, en primer lugar, en la transición a la democracia y el consiguiente establecimiento de una sociedad pluralista y plenamente abierta al mundo.

En estos días, muchos recordaran “aquel 20 N histórico”, como lo llaman en España, otros, los más jóvenes, los adolescentes, profundizarán sus preguntas, sobre todo en torno a la figura del dictador que marcó la historia del siglo XX español. Pero también algunos discutirán, como pocas veces antes, sobre la permanencia de la monarquía parlamentaria y sobre cómo evaluar el papel de Juan Carlos I en estas cinco décadas de la historia de España. Las primeras, no cuestionadas por nadie, ni siquiera por la izquierda comunista del país cuyo más emblemático dirigente, ya fallecido, Santiago Carrillo, llegó a ingresar por primera vez al palacio de la Zarzuela, sede de la jefatura del Estado, para agradecer al rey que haya evitado el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Hoy habrá más españoles que salgan a la calle a vitorear la memoria del dictador a 50 años de su muerte y en el marco del aluvión ultraderechista que vive el mundo. Mientras tanto, desde el Gobierno y el Parlamento se seguirán acordando medidas para frenar todo gesto de “morriña franquista”.

Informe de Luis Meglioli.