Alexéy Navalny, víctima de un atentado en 2017

La muerte de Navalny

Uno menos

16/02/2024 | 14:47

La dudosa muerte de Alexéi Navalny, además de indignación, deja un vacío enorme en la oposición rusa.

Redacción Cadena 3

Marcos Calligaris

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Conocí a Navalny en 2017 en la calle Maroseyka, una de las más pintorescas de Moscú.

Fue un simple encontronazo en la vereda; un instante fugaz a pocos metros del Kremlin, donde nos observamos brevemente.

Me llamó la atención su mirada profunda, como si nos conociéramos. Hasta que finalmente nos saludamos con una reverencia.

Pocos días después, el 26 de abril de ese año, quien fuera el principal líder opositor de Putin, fue rociado con un líquido verde que le dejó la cara manchada. En plena calle le lanzaron un frasco con "zelyonka" (que se traduce como "verde brillante") un líquido que se emplea con frecuencia como antiséptico en Rusia.

Alexéi Navalny tuvo que ser operado de un ojo en una clínica de Barcelona, y la recuperación le llevó meses.

Fue entonces cuando entendí por qué me había mirado así. El temor de una agresión estaba latente en él.

Este joven abogado era el más temido por el presidente ruso, y los intentos de correrlo de la escena incluyeron envenenamientos, cárcel y finalmente la triste noticia que recorre el mundo.

Navalny, de 47 años, acaba de fallecer en una prisión de la región ártica de Yamalo-Nenets, donde cumplía una condena de 19 años por supuesto fraude, una acusación que él siempre negó y que atribuyó a una persecución política del Kremlin.

¿Quién era Navalny?

Alexéi Navalny era un abogado que se dedicaba a denunciar la corrupción de la élite rusa y a movilizar a la ciudadanía a través de las redes sociales y las protestas callejeras. Así se volvió una de las personas más populares del país.

Se destacó como bloguero y activista anticorrupción, fundando el Proyecto Anticorrupción para exponer casos de corrupción en el gigante euroasiático. Fue esto lo que le permitió emerger como líder de protestas antigubernamentales en 2011, y que lo llevó a enfrentar arrestos y juicios políticamente motivados.

Su popularidad creció tanto que llegó a ser considerado el único rival capaz de enfrentarse a Putin en las urnas, pero su candidatura fue vetada repetidas veces por su condena.

Y con su popularidad creció también la resistencia que generaba en círculos gubernamentales. Así fue como llegó a sufrir varios atentados, el más grave de ellos en 2020, cuando fue envenenado con el agente nervioso conocido como Novichok, el mismo que supuestamente usó el Gobierno ruso para eliminar a otros opositores.

En aquella oportunidad, el opositor ruso sobrevivió milagrosamente y fue trasladado a Alemania para recibir tratamiento, pero al regresar a Rusia fue detenido y enviado a una cárcel en el Ártico, una de las más duras del país.

Confiaba en que podía volver a su país natal y continuar con la resistencia, incluso luego de ese envenenamiento. Y si bien sabía que lo esperaba la cárcel, nunca pensó que allí viviría los últimos años de su vida.

En esa prisión, según el servicio penitenciario, murió este viernes sin que se hayan dado más detalles sobre las causas de su fallecimiento. Como suele suceder en estos casos, muchos medios y activistas sospechan que se trata de un nuevo caso de envenenamiento orquestado por el Kremlin, que por supuesto, nunca reconoció su responsabilidad en el ataque anterior.

Una lista negra

Durante los 24 años de liderazgo de Putin, en Rusia han tenido lugar varios asesinatos políticos sonados, así como muertes en circunstancias extrañas de numerosos activistas y defensores de los derechos humanos.

Uno de los casos más notorios es el de Anna Politkóvskaya, la famosa periodista asesinada en el portal de su edificio el 7 de octubre de 2006, coincidiendo con el 54 cumpleaños del presidente ruso.

A esto se suma el asesinato a balazos del abogado de derechos humanos Stanislav Markelov y la periodista Anastassia Baborova, en enero de 2009.

Recuerdo particularmente el asesinato del opositor Boris Nemtsov, a pocos metros del Kremlin, el 27 de febrero de 2015. Evoco las flores y las velas que el pueblo ruso depositaba religiosamente sobre la escena del crimen en el Puente Bolshoy Moskvoretsky, y que día a día eran barridos literalmente por las autoridades para evitar la formación de un memorial de la oposición.

Nemtsov había sido viceprimer ministro de Rusia en la era de Yeltsín y permanentemente era postulado como la mayor amenaza de poder para Putin. Oficialmente, fue acribillado por cinco hombres de origen checheno, desconociéndose el móvil exacto del crimen. Su familia y sus aliados denunciaron que la investigación fue ineficaz y parcial, que no se identificó al verdadero instigador del crimen y que la orden podría haber salido desde el Gobierno ruso.

Más cercana en el tiempo, otra muerte de un rival de Putin levantó sospechas: la caída en agosto de 2023 del avión donde viajaba el líder del grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, quién había desafiado al presidente ruso con un levantamiento.

Tanto la muerte de Nemtsov, como ahora la de Navalny, dejan un vacío enorme en la oposición rusa.

En el caso de Navalny, también deja una pregunta sin respuesta: ¿qué hubiera pasado si hubiera podido competir con Putin en elecciones libres y justas?

Y si está implicado o no el Gobierno ruso en su muerte, una certeza subyace para las aspiraciones de Putin de prolongar su permanencia en el poder: un obstáculo menos.

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