River y Boca, cerca de verse las caras en semifinales

Otro River-Boca copero

Sobre revanchas, temores y mensajes

30/08/2019 | 17:02

Diego Borinsky

Los partidos son para las estadísticas; las Copas, para las vitrinas. La máxima futbolera sirve para aplicarse nuevamente, de cara a esta nueva edición de una serie superclásica continental. Sí, está bien, todos los triunfos pasan a guardarse en un rincón privilegiado de la memoria, pero seamos sinceros: a los hinchas, lo que más los conmueve, lo que les quita el sueño, es salir campeón. Levantar la Copa.

“Para salir campeón hay que ganarles a todos”. Esta otra máxima futbolera, aplicada frecuentemente en Mundiales, es una falacia. Para salir campeón, en realidad, le tenés que ganar a los que te toquen. Y salvo en las ligas locales, donde se juega todos contra todos por puntos, en competencias con mata-mata, te tocan los que te tocan. Y si podés esquivar a los mejores equipos, esto es, que los eliminen antes, mucho mejor. El hincha de la Selección quiere ver a la Argentina otra vez campeona del mundo; si en el camino podemos evitar a los más poderosos, habrá menos riesgo de ser eliminados. Eso sí: una vez con la Copa en las vitrinas, por supuesto que tiene otro gustito haber tumbado a Brasil, al verdugo Alemania o a Chile, por nombrar un adversario que nos ha propinado duros golpes en estos años. Pero aseguremos la Copa. Después, vemos.

¿A qué va toda esta lata? A que el hincha de River y el de Boca sueña con ganar una nueva Libertadores. El de Boca, porque se le está haciendo demasiada larga la espera desde aquella última conquista en 2007, y porque en las siguientes 11 ediciones llegó casi a acariciarla en dos ocasiones (perdió las finales de 2012 y 2018) y también fue un habitué de las semifinales (2008 y 2016). Además, porque sueña con alcanzar esa ansiada Séptima, para ubicarse a la par del Rey de Copas (Independiente) y mirar al resto desde lo más alto. River, por su parte, instalado en un paraíso al que históricamente le resultó casi vedado acceder, completaría una remontada de 3 Copas en 5 años para sumar 5 Libertadores y meterse en el podio de los más ganadores. Impensado hace un lustro.

Seamos sinceros: los futbolistas pueden declarar que les gustaría jugar ante el clásico rival, porque cualquier otro testimonio negativo se multiplicaría en modo exponencial por medios y redes sociales tildando de temeroso a ese futbolista (o a ese equipo), por no utilizar otro adjetivo más hiriente. Pero lo cierto es que la mayoría de los integrantes de las comunidades riverplatenses y boquenses hubieran preferido que Liga de Quito y Cerro Porteño eliminaran respectivamente a sus clásicos rivales. Y listo. Ya está. El otro no tiene más chance de ganar la Copa. Le tirás el caos a la vereda de enfrente, y generás motivación en la propia. Y se viven los próximos meses con mucho menos estrés. Calidad de vida, que le dicen.

Aclarado el asunto, ya sabemos que todo eso no pasó y que River y Boca volverán a verse las caras en un duelo eliminatorio internacional. No hay que ser un entendido en la materia para darse cuenta de que semifinal no es lo mismo que final. Si lo que importa es alzar el trofeo, está claro que en una final (como la de Madrid), el vencedor sabía que no sólo se adueñaba del clásico sino que al mismo tiempo levantaba la Copa y se la impedía levantar al rival. Un premio doble.

La semifinal es otra cosa, una instancia recontra decisiva, apenas un paso por debajo de la final, pero que luego obliga a un esfuerzo posterior para transformar esa enorme alegría en el objetivo que realmente desvela al hincha, al jugador, al entrenador, al dirigente, a todos: el trofeo. Si vos superás a tu clásico rival, te regodearás con la alegría propia y la eliminación ajena, pero luego perdés la final, aquel triunfo en el clásico se transforma en una linda anécdota, un hermoso recuerdo. Y punto. Habrá faltado lo más importante.

A Boca le ocurrieron ambas cosas. En el año 2000, eliminó a River en cuartos de final, con aquel apotéotico regreso de Martín Palermo, y luego coronó la gesta en el Morumbí ante Palmeiras, levantando la Libertadores tras 22 años. En el 2004, el mismo Boca de Bianchi superó en semifinales a River por penales (Nicolás Burdisso, el actual manager xeneize, convirtió uno en aquella definición mientras que Marcelo Gallardo no pudo jugar la revancha por haber sido expulsado en la ida) pero luego terminó cediendo en la final ante Once Caldas. Aquella increíble noche en que Boca silenció el Monumenal (por primera vez no hubo hinchas visitantes) quedó en eso: un hermoso recuerdo para su gente. Y punto. No se alcanzó el objetivo final, el primordial, la Copa.

Por todo lo expuesto, esta semifinal de Libertadores no puede considerarse como una revancha hecha y derecha de la final en Madrid. Por supuesto que tiene muchísimo valor. Y ni hablar si esa semifinal conquistada ante el máximo rival termina siendo el paso previo a quedarse con la final única que se estrenará en esta edición de Libertadores el 23 de noviembre en Santiago de Chile. Mientras tanto, sin predecir el desenlace final (no somos videntes), podemos afirmar que para ambos clubes esta semifinal, en caso de ganarla, posee un valor enorme. Para Boca, porque sería frenar de una vez por todas el ciclo más exitoso de River, y el más duro también en los duelos mano a mano. Terminar con esta pesadilla. Consolidaría, a la vez, un cambio de aire iniciado tras la caída en Madrid, con la modificación casi completa del equipo titular. Sería, en síntesis: bajarle el telón a esta noche tremenda de 5 años y comenzar a ilusionarse con una nueva era.

Para River, en cambio, sería sumar un capítulo más a una racha de eliminaciones imposible de soñar hasta para el más iluso de los hinchas. Encajarle una quinta trompada consecutiva al rival eterno sería demoledor, y podría constituir, quién sabe, una de las últimas hazañas de ese entrenador tan especial que llegó al club para darlo vuelta como una media (al menos en el ámbito internacional). Escribimos “una de las últimas” porque luego faltaría la final y el Mundial de Clubes, hasta aquí meta no alcanzada.

Para cerrar, un pedido al ambiente del fútbol en general, y a los periodistas en particular. En 2018, River consiguió su pasaje a la final el 30/10, Boca lo hizo al día siguiente y la Copa se dirimió en Madrid el 9 de diciembre. Es decir: se trató de una previa de 39 días. Y fue insufrible, por la cantidad de barbaridades que se escribieron y dijeron. Bravuconadas, teorías conspirativas, frases hirientes de ex jugadores, hubo de todo. En esta oportunidad, nos espera una previa más larga aún: las semis se disputarán el 1 y el 22 de octubre, es decir que nos espera una previa de 54 días hasta la definición. Analicemos, disfrutemos, debatamos, pero no encendamos la hoguera promoviendo agresiones y sospechas permanentes. Los comunicadores tenemos una responsabilidad, también. Hagamos un pequeño aporte a la paz social, que ya al país lo tenemos bastante convulsionado.