Juan Schiaretti, gobernador de Córdoba

Opinión

Nosotros, los raros: después de Schiaretti, ¿qué?

21/05/2022 | 13:21 | Por Adrián Simioni

Redacción Cadena 3

Adrián Simioni

En febrero, cuando dejó abiertas las sesiones de la Legislatura de Córdoba, el gobernador, Juan Schiaretti, agradeció largamente a todo el mundo por su rol en la pandemia. Encomió particularmente a la salud privada y al sector privado en general. Y también resaltó la ayuda que recibió, dijo, de las “fuerzas políticas de la oposición”. Lo hizo sin peros, sin chicanas, sin pedir descuentos.

En Córdoba estamos medio acostumbrados a eso. Pero es rarísimo en un país como el nuestro. Y la cosa se puso más rara aún porque allí estaban, aunque no son legisladores provinciales, Mario Negri, Luis Juez, Gustavo Santos y otros opositores, que aplaudieron a Schiaretti no una sino varias veces.

El martes último, en la Fundación Mediterránea, volvió a suceder. Disertaba Schiaretti. Allí estaban los opositores- incluído Rodrigo De Loredo- que luego lo criticaron, pero primero lo escucharon. Desde el atril Schiaretti, dijo, entre otras cosas: “La oposición en Córdoba es cuidadosa, cuida al Estado”. Los ministros de Schiaretti aplaudieron. Fue una forma de decir que radicales, macristas y cívicos son racionales. No proponen locuras para correr demagógicamente al que tiene la responsabilidad de gobernar.

Piénselo: es Argentina año verde ¿Se imagina a Cristina, Mauricio y Alberto escuchándose entre cualquiera de los tres? Primera rareza de nosotros, los cordobeses, tan geniales que somos.

Tanto en la Legislatura como en la Mediterránea, Schiaretti dejó expuestas otras rarezas:

Segunda rareza: federalismo parlante

Schiaretti apunta siempre a la larga lista de discriminaciones que el Estado nacional le infringe a Córdoba y a otras provincias igualmente perjudicadas, pero cuyos gobernadores estuvieron años mudos de miedo. Schiaretti enumeró los vergonzosos privilegios del Área Metropolitana de Buenos Aires (Amba, que engloba a Capital Federal y el conurbano bonaerense) y propuso leyes e iniciativas políticas para revertirlos. Insiste siempre con la confiscación delirante del agro cordobés que implican las retenciones a las exportaciones.

A Córdoba, como a toda la franja central del país que acá llamamos Centralia, la condena una asociación ilícita de federales truchos que la parasita sin parar. Pero Córdoba es la única que lo denuncia.

Tercera rareza: hacer ahorrando

Otra rareza de Schiaretti: su enumeración sin tregua de autovías, rutas, gasoductos, fibras ópticas, cloacas y acueductos inaugurados, a inaugurar y por comenzar.

No sólo obras: políticas públicas basadas en una frase del socialdemócrata alemán Willy Brandt que Schiaretti recién cita ahora pero aplica desde hace rato: “Tanto mercado como sea posible; tanto Estado como sea necesario”.

Ahí entran 100 nuevas escuelas estatales porque muchos padres ya no logran pagar cuotas privadas; hospitales públicos o ampliados porque han cerrado clínicas privadas; subsidios que intentan alentar el trabajo de verdad y no el desempleo; leyes para promover la inversión en nuevas industrias necesarias para sustituir a clásicos de Córdoba que inevitablemente van a desaparecer; una reducción del 25% en el empleo estatal burocrático, que no presta servicios directos.

Atención: todo eso con plata propia, sin descalabrar el equilibrio fiscal y tomando deuda en dólares sólo para ciertas inversiones en infraestructura. Según Schiaretti, de 2016 a 2021 se invirtió en obras 5.600 millones de dólares, una cifra casi calcada del ahorro corriente acumulado en esos mismos años. O sea: la mayor parte de la obra se hizo con plata propia.

Cuarta rareza: dar la batalla cultural

La tercera rareza de Schiaretti dispara balas ideológicas. En febrero, sin nombrarlos, calificó a los popes kirchneristas, empezando por Cristina Fernández y de ahí para abajo, de “pseudoprogres” a los que nadie persiguió nunca y que degradan la democracia, la libertad y las instituciones con actitudes feudales, antirrepublicanas y autoritarias, reinando sobre una decadencia inflacionaria en la que sólo progresa la miseria: “Los progresistas en serio, los que le vimos la cara a la muerte y peleamos en serio contra la dictadura, construímos con quienes piensan distinto a nosotros y defendemos a rajatabla la democracia y los derechos humanos”.

Vevó, para decirlo en cordobés: Schiaretti es el único gobernador que pelea la batalla cultural, aunque eso sea tan difícil en la endogamia hegemónica que se deglute un país entero 50 kilómetros a la redonda del Obelisco.

El Partido Cordobés

Es muy probable que los opositores cordobeses compartan en serio con Schiaretti casi todas esas rarezas. Incluso más que algunos delasotistas y schiarettistas que también aplauden al gobernador.

Lo que es seguro es que cualquiera que sueñe con suceder a Schiaretti -sea peronista o cambiemita- difícilmente pueda construir su poder en contra de nuestras cuatro extravagancias cordobesas: armonía democrática; federalismo de verdad; Estado activo y solidario, pero racional y con toda la iniciativa privada posible; y una épica progre-republicana que disputa el relato K.

“Orden y progreso”, podría decirse, si el lema no estuviera patentado en la bandera de Brasil; o “La larga paz cordobesa”, si tomáramos prestado de un cuasi cordobés por adopción: Julio Argentino Roca.

Es que, al menos por ahora, ningún político con ambiciones puede ir contra las cuatro rarezas: implicaría estamparse contra del Partido Cordobés, el partido único de Córdoba. El único partido que no está registrado pero que gana por paliza todas las elecciones.

Desde 2013, más de dos tercios de los cordobeses vienen votando casi sistemáticamente variantes o combinaciones que expresan las cuatro extravagancias en elecciones nacionales y provinciales.

Ese Partido Cordobés ha contratado sucesivamente a dos equipos. Al equipo peronista, para que siga ejecutando acá esto que Schiaretti llama “el modelo de gestión Córdoba”. Y al equipo cambiemita para ayude a imponer el mismo modelo, pero a nivel nacional. No importa si es dentro de la provincia o afuera de ella: el cordobés siempre te vota fernet.

Lo más raro de todo: Schiaretti

Acá hay que hacer un alto y reconocer la existencia de un cuerpo extraño: el propio Schiaretti es una extravagancia. Acumula una militancia pura y dura en los escabrosos años 70, una experiencia gerencial extranjera en una multinacional de primera línea que curó cualquier provincianismo en los 80, un comando de la Secretaría de Industria de la Nación en los 90 cuando la industria argentina se ensambló a la de Brasil y, luego, un combate interno que terminó en un pacto duradero y exitoso con un enemigo íntimo: José Manuel De la Sota.

¿Cuántos cordobeses tenemos con todos esos posgrados para reemplazar a Schiaretti? Spoiler alert: ninguno.

Con esos activos, Schiaretti combinó tres cosas fundamentales:

1- El talento maquiavélico de conseguir, retener e incrementar su poder respetando las leyes. Casi nada se puede hacer sin políticos ambiciosos capaces de concentrar autoridad hacia adentro y hacia afuera de su propia facción y de reinar el tiempo suficiente para ejecutar sus planes.

2- La sagacidad para olfatear lo que podría seducir a dos tercios largos de los cordobeses, diseñar un master plan y ofrecerlo de un modo coherente y creíble.

3- El mérito de rodearse de pocos pero muy calificados y talentosos burócratas, capaces de crear y ejecutar las políticas que bajaron ese plan a la tierra y que, encima, lograron cultivarlas en el abismo macroeconómico perpetuo de la Argentina. Dos ejemplos que el círculo rojo de Córdoba no se cansa de elogiar: Osvaldo Giordano en finanzas y modernización del Estado y Fabián López en obras públicas.

¿Entonces qué hacemos?

No hace falta ser schiarettista -sobra con un poquito de objetividad- para mirar alrededor y admitir que hay pocos competidores para Schiaretti en el medallero de los hombres de Estado realmente existentes de Córdoba y de la Argentina.

Para más de uno esto es un quebradero de cabezas. No importa si es Luis Juez, Martín Llaryora, Rodrigo De Loredo, o cualquier otro peronista o cambiemita: hoy todos están forzados a ofrecerle lo mismo al electorado.

Los opositores no duermen buscando puntos débiles del schiarettismo para ampliar la oferta. La inseguridad aparece en primer plano. Meter los dedos en el enchufe de la educación, donde el pacto PJ-Uepc congeló las cosas, es otro flanco. Más transparencia y menos clientelismo en el aparato asistencial, un tercero. Hincapié en la agenda anticorrupción, el cuarto.

El oficialismo tendrá tal vez otros problemas: según tres de cada tres manuales políticos, cualquier sucesor de Schiaretti deberá traicionarlo y gastar enormes energías en la guerra de sucesión entre facciones internas. La primera víctima de esas guerras es siempre el equilibrio fiscal.

El peligro del partido único

Garantizar continuidad parece entonces una condición casi inexorable para todos los candidatos. Tal vez sólo una aceleración final de la crisis argentina podría modificar a fondo los cimientos actuales del electorado provincial. Mientras no haya un terremoto, los votantes cordobeses seguirán pidiendo fernet. Cuando mucho, pritiau.

Pero eso mismo es, a la vez, el mayor de los riesgos.

Seguir votando siempre al mismo puede terminar forjando en algún momento un régimen de partido único; una contradicción grotesca con los ideales pluralistas de alternancia democrática que el mismo Partido Cordobés se supone que enarbola.

Luego de 23 años de hegemonía peronista, algunos ya lo presienten. Hay un silencio cómodo, no impuesto, aquiescente. El poder sigue su lógica en Córdoba, como en cualquier parte: se expande, hasta la asfixia si nadie lo frena.

Manos de yeso

La reforma constitucional delasotista le levantó el primer límite a ese poder al diseñar una Legislatura que garantiza control total al oficialismo y donde, encima, los mandatos legislativos no están intercalados sino que coinciden con el mandato ejecutivo. Schiaretti tiene 49 de los 70 votos. No vuela una mosca en la Unicameral. No hay ninguna posibilidad matemática de que la Legislatura tenga un rol protagónico.

Sr. Juez

El Tribunal Superior -la corte suprema cordobesa- jamás cruza un sí o un no con el Ejecutivo. Tal vez porque, tras 23 años de hegemonía, de sus 7 miembros 4 fueron designados en la era peronista. Tienen un Consejo de la Magistratura dominado por la propia corporación y un enorme presupuesto que la feliz familia judicial maneja sin que nadie pregunte mucho. Varios miembros han sido funcionarios del ejecutivo. El schiarettismo tiene buenos modales, porque la independencia del Poder Judicial depende, sobre todo, de esa autocontención. Tal vez por eso existe la sensación en Córdoba de que el Fuero Anticorrupción aún está en pañales, aunque está cumpliendo los 18 años de edad.

¿Sociedad civil? ¿cuál sociedad civil?

Pero eso es en lo institucional. Fuera de la formalidad, la hegemonía peronista se extiende como la hiedra y copa obviamente los sindicatos de tradición peronista, pero también los colegios profesionales, los colectivos y grupos sociales que le deben una vela a cada ministerio, las cámaras empresarias, las entidades que surgen de iniciativas público-privadas y las organizaciones no gubernamentales de cualquier tipo.

Todo esto no sólo es una tentación cada vez mayor para el florecimiento de consultoras a las que sólo hay que consultar cuánto cobran, de la información privilegiada, de la colocación de parientes y testaferros y otros mecanismos civilizados para enriquecimientos que no corresponden.

El tema es que en el jardín cordobés va quedando poco espacio para que crezca la hierba de la disidencia, la diferencia, un lugar fértil para cultivar la alternancia política, que es el corazón de la experiencia democrática.

En esos desiertos la oposición termina perdiendo los dientes. Por ejemplo, los cambiemitas ya ni siquiera tienen una municipalidad mediana para entrenar a los burócratas cebollitas que necesitarían si llegaran a gobernar.

Una oposición que sólo sea parte de la escenografía democrática, a la rusa, deja de ser atractiva para los jóvenes, por ejemplo. A este paso, cuando necesitemos sí o sí cambiar el gobierno, no habrá con qué.

No es que Córdoba vaya a instaurar mañana un régimen putinista que invada San Luis para desnazificarla, pero sí puede ir feudalizándose. Y eso no está, se supone, en el manual de los deseos del Partido Cordobés, que está ingresando en el más clásico de los dilemas: cómo cuidar una herencia de rarezas valiosas sin renunciar a la ambición incierta del futuro.

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