Opinión
05/12/2025 | 11:01
Redacción Cadena 3
Sergio Suppo
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La llegada de los F16 y la larga sombra de Malvinas
La llegada de los primeros seis aviones F-16 a la Argentina despertó una expectativa inusual en torno a las Fuerzas Armadas. No se trata solo de la incorporación de equipamiento, sino de un gesto político que busca dar vuelta una página demasiado larga: la del desinterés, el deterioro y la resignación tecnológica. Que estos aviones sobrevuelen este sábado Buenos Aires y aterricen en Río Cuarto no es una postal militar, sino una declaración de intenciones.
El país no incorporaba aviones de combate modernos desde que se retiraron los Mirage, hace una década. Aquellos aparatos, algunos veteranos de Malvinas, habían sido el último símbolo de una capacidad aeronaval que se fue extinguiendo entre falta de inversión, obsolescencia y un contexto internacional que complicó cualquier intento de reequipamiento. Lo llamativo es que, a menudo, el debate local redujo el problema a falta de voluntad política o a desidia presupuestaria. Esa mitad de la verdad es cierta, pero oculta la otra mitad: el bloqueo armamentístico del Reino Unido.
Tras la derrota de 1982, Gran Bretaña impuso restricciones a la venta de armamento a la Argentina. Con el tiempo, esas restricciones se transformaron en un cerco más amplio, porque el Reino Unido no solo fabrica armas, sino que participa de cadenas industriales, licencias y patentes que atraviesan a buena parte de los miembros de la OTAN. Comprar un avión, un radar o un misil de origen occidental implicaba, tarde o temprano, un componente sujeto a veto británico. Y cuando Argentina elevó el tono diplomático sobre Malvinas, especialmente durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, Londres respondió endureciendo esas condiciones. No fue solo un castigo simbólico: fue la consolidación de un condicionamiento estratégico.
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/Fin Código Embebido/El gobierno de Macri logró flexibilizar parcialmente esa restricción en 2018. Y, paradójicamente, fue el camino occidental —no el eje Moscú-Pekín— el que terminó permitiendo la operación. Los intentos kirchneristas de adquirir aviones chinos o rusos fracasaron, más por falta de financiación y compatibilidad que por convicción ideológica. La operación que finalmente prosperó fue la que lideró con perseverancia el jefe de la Fuerza Aérea, Xavier Isaac, quien entendió que, aun si los aviones pertenecían a Dinamarca, el permiso real debía venir de Washington, y a través de Washington, de Londres. El acuerdo firmado en marzo de 2024 para 24 unidades —a entregar hasta 2028— no solo fue una compra: fue una habilitación geopolítica.
Los F-16 que llegan tienen más de 30 años de uso, pero fueron modernizados con tecnología de combate de última generación. No son nuevas máquinas, pero son un salto cualitativo para un país que venía operando con estándares de otro siglo. También implican reentrenamiento, infraestructura —como la repavimentación de la pista de la base de Tandil— y un reordenamiento doctrinario. Más que fierros, representan una reconstrucción institucional.
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/Fin Código Embebido/El gobierno de Javier Milei decidió hacer de esta llegada una puesta en escena. No solo por gusto ceremonial, sino por convicción política. Busca mostrar un cambio de paradigma: pasar de una política defensiva basada en la austeridad y el estigma, a otra orientada a la capacidad y la disuasión. Es un mensaje hacia afuera, pero también hacia adentro, en un país donde las Fuerzas Armadas cargan con un pasado trágico y con una legitimidad erosionada. El oficialismo quiere reinstalar una idea: que la defensa nacional no es sinónimo de militarismo, y que el Estado puede reivindicar a sus fuerzas sin reivindicar los crímenes de quienes las condujeron.
Habrá multitudes mirando al cielo, tanto en Río Cuarto como en Buenos Aires. Habrá también quienes vean en estos aviones un lujo innecesario en tiempos de ajuste, o un gesto simbólico inconducente. Pero, más allá de la estética patriótica, hay algo que no puede ignorarse: la Argentina estaba cerca de perder, de manera irreversible, su capacidad de operar aviones de combate. Lo que llega no es una flota perfecta ni definitiva, pero sí una respuesta tardía a un vacío estratégico que se estaba consolidando como norma.
La historia militar argentina, desde 1982, estuvo marcada por la culpa, la falta de recursos y la imposibilidad. Quizás la llegada de los F-16 no cambie el destino de ninguna guerra —entre otras cosas, porque ya no tenemos ninguna—, pero modifica un relato que parecía condenado a repetirse. Y, en un país acostumbrado a resignarse, eso ya es mucho.
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