La cárcel del fin del mundo, un recorrido impactante por la historia de Ushuaia

Ushuaia, Tierra del Fuego, conserva uno de los patrimonios históricos más impactantes del país: el antiguo Presidio Nacional, conocido como la cárcel del fin del mundo, hoy convertido en museo y uno de los puntos turísticos más visitados de la ciudad. Levantado a comienzos del siglo XX con la mano de obra de los propios reclusos, el edificio se transformó en un símbolo de la colonización penal en el extremo austral.

La construcción del presidio comenzó en 1902, luego de que un motín en la prisión militar de la Isla de los Estados llevara al Gobierno Nacional a trasladar la institución a Ushuaia. El nuevo penal, diseñado por el ingeniero italiano Catello Muratgia bajo el modelo panóptico, fue inaugurado en 1911. Tenía cinco pabellones de 75 metros distribuidos en forma radial y más de 350 celdas de piedra, frías y oscuras, pensadas para alojar a reincidentes y delincuentes considerados peligrosos.

/Inicio Código Embebido//Fin Código Embebido/

Entre los presos más notorios que pasaron por la cárcel se encuentran Cayetano Santos Godino —el temido “petiso orejudo”—, el múltiple homicida Mateo Banks y el anarquista Simón Radowitsky. “Los condenados perdían su nombre y pasaban a ser un número”, describen desde el museo, que conserva documentos, objetos personales y grilletes originales utilizados durante las jornadas de trabajo forzado.

La vida cotidiana estaba marcada por la disciplina extrema y las condiciones climáticas hostiles. Los reclusos realizaban tareas de explotación forestal en los alrededores del Río Pipo, donde cortaban leña durante horas para abastecer al presidio y al pueblo. Ese trayecto fue recreado décadas más tarde por el Tren del Fin del Mundo, uno de los atractivos emblemáticos de Ushuaia.

/Inicio Código Embebido/

El presidio funcionó hasta 1947, cuando el gobierno de Juan Domingo Perón ordenó su cierre definitivo debido a las denuncias por las condiciones inhumanas y la alta mortalidad. En 1997 abrió sus puertas como museo, permitiendo que visitantes de todo el mundo recorran el Pabellón Histórico, con sus celdas originales intactas, y conozcan el rol que tuvo la cárcel en el desarrollo urbano: allí funcionaron la primera imprenta, talleres, servicios de electricidad y hasta la telefonía local.

Hoy, el Museo del Presidio es una de las visitas obligadas en el fin del mundo. Su propuesta invita a comprender cómo la geografía, el aislamiento y las políticas penales moldearon un capítulo fundamental de la historia fueguina.

Informe de Agustín González.