Roma

Fiesta del séptimo arte

"Roma, México", por John Carlin

25/02/2019 | 11:06 |

El conductor de Juntos mencionó la opinión del escritor y periodista británico, publicada en el texto La Vanguardia. Entrá y leé el texto completo.

El director artístico de Cadena 3 y conductor de Juntos, Mario Pereyra, leyó al aire la columna del escritor y periodista británico John Carlin, publicado en el diario español La Vanguardia, sobre la película "Roma", premiada como mejor film extranjera.

Aquí, el texto completo:

La ceremonia de los Oscars se celebra este fin de semana. Leo que la favorita para ganar el premio a la mejor película del año es Roma, nada que ver con Italia o el emperador Julio César, todo que ver con el micromundo de una zona de la Ciudad de México llamada Colonia Roma donde viví un tiempo.

Spoiler alert: si no la han visto y la piensan ver, dejen de leer ya.

Gracias.

Mi sugerencia: si no la han visto, no la vean; es un coñazo.

La vi en Barcelona con alguien que la veía por segunda vez. Después de media hora, le pregunté: ¿algo va a pasar aquí? Después de una hora, le pregunté: ¿algo va a pasar? Después de una hora y media, le pregunté: ¿algo va a pasar? Cada vez me dijo que me callara y siguiera mirando. Después de dos horas, la película terminó. Algo sí pasó al final. Más o menos. Supongo.

He comentado Roma con varias personas que la han visto. Se dividen en dos. Las que han sucumbido, fascinadas, al runrún de que es una obra de arte y las que aguantaron hasta el final y se aburrieron como ostras o después de media hora se rindieron y salieron del cine a hacer otra cosa. Las primeras son en todos los casos gente cool, culta y sofisticada que lee libros, va a galerías de arte, aprecia la música de Bach, procura no usar bolsas de plástico y detesta a Donald Trump. Los segundos tienden a pertenecer a aquel sector más extenso de la burguesía que se interesa más por lucir un buen coche en el garaje que un tejido indígena en la pared, que sigue el fútbol, prefiere la carne al tofu y que no se desvela pensando en el calentamiento global.

Yo, que caigo entre los dos bandos –libros, Bach, fútbol, carne–, no sólo entiendo a los que se fueron después de media hora, sino que creo que poco se perdieron. Porque no pasa nada. Si voy al cine, es que quiero historias, historias con principio y fin que me cautiven porque los protagonistas intentan superar algún reto. Pueden ser historias de amor o de guerra o de detectives o de astronautas o de políticos o de vaqueros o de kung-fu. De lo que sea. Sólo pido una historia, por favor, una historia que como toda buena historia contiene un mínimo de suspense, cosa de la que carecen las primeras tres cuartas partes de la favorita a recibir el premio de la Academia de las Artes de Hollywood a mejor película del año.

Es que no entiendes, me dicen los fans de Roma. Es que no te has fijado en la belleza de la fotografía.

¡Sí me fijé! Muy buena, y por si alguien no se llegara a enterar dieron la película en blanco y negro, un astuto recono­cimiento de parte del director de que ante la ausencia de tensión narrativa vamos a desviar la mirada a la estética visual. Buena jugada, maestro. Funcionó.

Pero si la fuerza de Roma reside en la fotografía, ¿para qué verla en imágenes que se mueven durante dos horas seguidas? Mejor que la reduzcan a veinte fotos en una galería de arte. Así la gente puede elegir si se queda diez minutos o diez horas. Quizá más adelante lo hagan. Tengo un nombre para la posible expo: “Una familia mexicana de clase media que trata bien a la sirvienta”.

De esto va la película y es el otro argumento que proponen sus admiradores. Les encanta la lección moral. ¡Qué bonita la naturalidad de la relación entre ama y esclava! ¡Qué tierna la relación entre la criada y los niños!

Pero ¿de qué carajo hablan? ¿Tenemos que celebrar que los dueños de la casa traten a la empleada como a un ser humano? ¿Es motivo esto para festejar la generosidad de la que es capaz la especie? ¿Tenemos que aplaudir que una persona privilegiada trate como Dios manda a otra en una posición económica y social más débil?

Es lo normal, nada más. Es lo que se espera de una persona medianamente decente. Que esto se considere una necesaria y novedosa moraleja, ¡por favor! ¿A qué hemos llegado?

No digo que la película no debería haberse hecho. Que exista un elemento de homenaje a la bondad y de crítica al machismo, nada nuevo bajo el sol, pero bien. Que haya gente a la que le haya parecido magistral, bueno, hay gente para todo. Pero que Roma se considere la mejor película del año en todo el mundo, ¡qué nivel!

Dicho todo esto, debo reconocer que vi Roma en España, donde tienen la costumbre de doblar las películas extranjeras. Tiene su gracia. Oír hablar a Johnny Depp o a Humphrey Bogart en español castizo agrega un punto de humor especialmente grato cuando la película es mala. Roma no se dobló, pero, curiosamente, ya que todos los personajes hablan en español, se subtituló. “Enfadar” por “enojar”; “venid” por “vengan”; “vosotros” por “ustedes”; “pequeño” por “chico”, y tal. Absurdo, innecesario y quizá, en el fondo, insultantemente colonialista. La posibilidad de que la versión española de Roma haya sido secuestrada por un correligionario de Pablo Casado me obliga a reflexionar que quizá debería ser menos mezquino en mis críticas. Se me ocurre, por ejemplo, que Roma ganaría bastante si se cortaran 50 minutos.

He visto otra candidata a mejor película, La favorita, y otra que sólo es candidata a mejor película extranjera, Un asunto de familia. La favorita, ambientada en un palacio inglés del siglo ­XVIII, comparte con Roma la distinción de que la fotografía es excelente y que no pasa nada. Hay un desenlace, pero sólo al final se empieza a señalar adónde vamos, de qué va el cuento, por qué nos debemos interesar por los destinos de los –o, más bien, las– protagonistas. De vez en cuando quedamos sorprendidos por las palabrotas que salen de las bocas de los ilustres personajes y por el infantilismo del director al que les hizo gracia y sí, cómo no, siendo esta una película inglesa se supone que por enésima vez (zzzzzzz...) debemos quedar boquiabiertos ante las maldades de las reinas y de las duquesas, de lo auténtico de la vestimenta y del talento de las actrices. Pero que La favorita sea una de las ocho mejores películas del año pasado... Vamos mal.

Un asunto de familia es una película japonesa en la que tampoco pasa mucho. Como Roma, se centra en una familia. A diferencia de Roma, la moraleja no es banal, da mucho nuevo de qué pensar sobre un eterno tema; tiene más humor e ingenio; y los niños actores son infinitamente mejores, con personalidades mucho más definidas que sus homólogos mexicanos. Si Roma gana el Oscar, sospecho que será por razones políticas, debido a la necesidad de los biempensantes de Hollywood de distanciarse del muro de Trump y solidarizarse con los vecinos del sur. De aquí a unos años la gente se preguntará, ¿en qué estábamos pensando? O eso espero.