La mejor señal para la transición ordenada. Queda por demostrar su eficacia práctica.

Negocios públicos

Pese a la crisis, la política tuvo más votos que la economía

28/10/2019 | 19:10 |  

Carlos Sagristani

Las democracias occidentales registran pocos antecedentes de gobiernos con éxito económico que pierdan una reelección. Mauricio Macri llegó al 27 de octubre desprovisto de ese activo casi infalible. Insatisfacción, inquietud y bronca por el fracaso económico atraviesan a toda la pirámide social.

Sin embargo, ese factor explica menos el resultado electoral que otros de índole política. En la primera vuelta de 2015, sin la mochila de una gestión económica fallida, Macri obtuvo el 34,5 por ciento de los votos, seis puntos menos que este domingo.

María Eugenia Vidal sacó entonces 39,42 por ciento. Cuatro años después perdió sólo un punto, a pesar de la devastación que la crisis esparció sobre el conurbano.

Ingeniería electoral

El éxito electoral del peronismo estriba centralmente en la reunificación. El 25 de octubre de 2015 Scioli consiguió el 37,08 por ciento y Massa sumó 21,39. Esta vez la suma algebraica de las partes, con otros liderazgos, no fue exacta. Pero escribió el final de la película.

Es verdad que cuando los líderes se mudan a la carpa de enfrente no arrastran siempre a sus seguidores. De hecho Lavagna se quedó con 6 puntos de aquel caudal de Massa.

Los votantes del peronismo renovador siempre rechazaron a Cristina. Esta vez la mayoría acompañó el salto del dirigente renovador, estimulada seguramente por el malestar económico. Massa les ofreció una herramienta eficaz para castigar al Gobierno en las urnas.

La reconfiguración del voto no hubiera ocurrido sin el movimiento estratégico de Cristina. Dio un paso atrás –¿para tomar envión?– y ungió candidato a presidente a un operador con credenciales y vínculos para atraer a Massa y a los gobernadores peronistas, con la única excepción de Juan Schiaretti.

No es la economía

¿Y cómo se entiende el 40 por ciento de Macri? Es obvio que las razones políticas prevalecieron sobre la frustración por el naufragio de la economía.

Argumentar que gran parte de ese colectivo votó “por valores”, en contraposición al "bolsillo", es equívoco. Sin dudas, la misma intención guió a ciudadanos que optaron por los Fernández. Difieren en la interpretación sobre qué valores encarna cada uno.

Pero esa motivación justificó gran parte del voto a Macri. En las marchas del “Sí, se puede” resonaron los reclamos de “justicia” y en rechazo a la “impunidad” de la corrupción durante el kirchnerato, que se dilucida en los tribunales. Hubo además un rechazo a desbordes autoritarios como la persecución de periodistas y la discriminación a las provincias que no se sometieron al disciplinamiento de látigo y billetera. Córdoba, por caso.

Puede haber incidido también la memoria de la demonización del “campo”, que en 2008 cavó una zanja en la sociedad, así como la contraposición –a veces el prejuicio– del país “productivo” frente al de los “subsidios”. El mapa electoral, amarillo en el centro y azul en el conurbano bonaerense y las “periferias” norte y sur, grafica esa dualidad.

Juntos por el Cambio fue el canal para representar el temor y la aversión a ciertos sesgos ideológicos y a los modos del kirchnerismo.

La sorpresa fue la magnitud de ese respaldo, que configura un futuro bloque opositor de impensada representatividad. Para consolidarse deberá pasar la prueba de ácido de la puja por el liderazgo del espacio. Tras el baño de multitudes durante la campaña y el 40 por ciento del domingo, Macri se asume como el jefe natural. Rodríguez Larreta sostiene sus aspiraciones en la contundente victoria en el principal territorio que gobernará el Pro. El radical Cornejo reclama una “conducción horizontal”.

Política y crisis económica

El resultado electoral no será indiferente para la economía. El colapso financiero posterior a las PASO indica más bien lo contrario.

El mercado no decide por lo que sucedió sino por lo que cree que va a ocurrir. Es el comportamiento de los fondos de inversión que mueven cifras siderales, de los bancos y empresas locales que deben colocar sus excedentes financieros, y de los medianos y pequeños ahorristas. En el último mes 1.700.000 personas compraron en total 2.900 millones de dólares para protegerse.

El descalabro financiero, que golpea a la economía real, expresa una crisis de confianza alimentada por una doble incertidumbre:

• La capacidad del Gobierno saliente para administrar la crisis hasta el relevo del poder eludiendo el fantasma de la convulsión social. Una cooperación efectiva entre el presidente electo y el mandatario en ejercicio fortalecería esa chance. La foto de ambos en la Rosada, el cierre acordado del cepo y el anuncio de una misión conjunta al FMI fueron pasos en esa dirección. Queda por demostrar su eficacia.

• Las indefiniciones de Fernández sobre otras urgencias de la transición y sobre el rumbo económico que tendrá su gobierno. Las más apremiantes son la estrategia, las condiciones y los tiempos de renegociación de la deuda, y el descongelamiento o no de tarifas y precios de los combustibles. Las de fondo, un presupuesto consensuado que defina un programa fiscal responsable –eje de cualquier estrategia antiinflacionaria creíble, con o sin acuerdo social– y reglas básicas para empezar a salir de la recesión.

No es razonable esperar –como se le suele pedir– que Fernández anuncie un programa económico detallado, pero sí que proporcione ese puñado de certezas.

Tampoco se le puede pedir que designe ya a su gabinete económico. Sería exponerlo a un desgaste prematuro. Pero sí se requiere de uno o dos voceros, técnicos, creíbles, con un discurso claro y consistente. Virtudes que no abundaron en el relato de campaña del candidato. Bien puede considerarse un pecado venial del proselitismo. Ahora y en este contexto de crisis, sería imperdonable.

¿Dónde estará el piloto?

Con todo, la mayor incerteza que sobrevuela el futuro económico es política: ¿qué autonomía tendrá Fernández dentro de su coalición?

Se verá con el nuevo gobierno en marcha. Pero la celebración del triunfo tuvo ingredientes simbólicos y discursivos que acentuaron las dudas sobre quién o quiénes serán depositarios del poder real.

Pareció más un acto de Cristina, Kicillof y La Cámpora que de Alberto. En el palco y en la calle. No se lo mencionó a Massa, cabeza de lista de los diputados por la Provincia de Buenos Aires. Y no hubo gobernadores sobre el escenario. Los principales aliados internos del presidente electo no salieron en la foto.

El futuro gobernador bonaerense trazó un diagnóstico y enunció lineamientos de política económica nacional con un dogmatismo del cual el futuro presidente abjura. La vicepresidenta electa reforzó ese discurso con un “nunca más al neoliberalismo”, torpedeó una transición negociada y estableció límites rígidos para las conversaciones con los acreedores externos.

Le alambraron el terreno a Fernández antes que él pudiera tomar el micrófono para hilvanar algunas frases, disminuidas por la incomodidad mal disimulada. Fue un invitado más en su propia fiesta.